La victoria de Carabobo había minado el espíritu de los realistas, pero de ninguna forma los hizo desistir de la lucha por reconquistar Caracas o, al menos, mantener parte importante del territorio, especialmente, el Departamento del Zulia. El 8 de septiembre de 1822, José Tomás Morales, ahora Mariscal de Campo y Capitán General de Venezuela en sustitución de Miguel de la Torre, entraba triunfante a Maracaibo. Los republicanos no se quedan de brazos cruzados y desde los Departamentos de Orinoco y Venezuela se aprestan tropas para ir a disputarle el control del Zulia. El general Mariano Montilla en Riohacha, se prepara igualmente para incursionar por tierra contra los realistas, mientras que en Cartagena, el general de brigada José Prudencio Padilla organiza la escuadra republicana. A ellos se suma el general Manuel Manrique, quien desde el Sur del Lago también acciona sobre Maracaibo. Los realistas, por su parte, se aferran a defender la ciudad, organizan una flota para controlar el lago y se mantienen activos en la defensa del territorio bajo su control, en particular, de Coro.
Importante, igualmente, era mantener a los españoles encerrados dentro de los muros de Puerto Cabello, y a tal efecto el general Páez establece un nuevo sitio en febrero de 1823, con el objeto de impedir a las tropas realistas cualquier maniobra. Se reforzó, además, El Palito y se establecieron cuerpos de vigilancia por la costa hasta Tucacas y por Occidente hasta San Felipe, a fin de impedir que alguna columna realista proveniente de la Provincia de Coro viniera en socorro de los sitiados. La infantería patriota ganaba algo de terreno, ocupando el fuerte del Trincherón y tomando el control del Fortín Solano, hacia el mes de abril.
Será en el mar, sin embargo, donde la escuadra bloqueadora verá acción, ya que por aquellos días trata de interceptar una goleta cargada de víveres, en la que venía a bordo el coronel realista Manuel Carrera y Colina, quien se encargaría de la defensa de la plaza. El 1° de mayo de 1823 se produce un importante combate naval que tendrá lugar en las cercanías de Isla Larga. En efecto, regresaba el capitán de navío Ángel Laborde, de Puerto Rico, recalando en la isla de Bonaire en la búsqueda de la escuadra patriota que ocasionalmente fondeaba en aquélla y conocedor del bloqueo de Puerto Cabello barloventeó hacia Turiamo y a la altura de la punta de Patanemo divisó una corbeta y cuatro goletas, y anclados en el fondeadero de Isla Larga, una corbeta, un bergantín y dos goletas. Se trataba de la escuadra patriota al mando del comandante Danells, la que se aprestó de inmediato al combate concentrándose a sotavento de Isla Larga y en la línea de combate a la vanguardia las corbetas María Francisca y Carabobo, la goleta Leona y el bergantín Independiente, y en la retaguardia, sin formación, cinco goletas, dos de ellas mercantes y el resto artilladas. La escuadra realista, por su parte, estaba integrada por la fragata Constitución, la corbeta Ceres, el bergantín Hércules, y las goletas mercantes Española, Rosalía y Rosario. El combate naval duró solo dos horas, correspondiendo a La Constitución y la Ceres empeñar sus fuegos con las corbetas María Francisca y Carabobo: “… a la hora del combate -señalaría Laborde- ya estaban [las corbetas] imposibilitadas de evitar su apresamiento: no obstante continuaron una resistencia obstinada y temeraria hasta las 6 y media que arraigaron banderas”. A sotavento de la isla de Goaigoaza recalaron las corbetas María Francisca y Carabobo, las que más tarde son capturas. Las bajas patriotas fueron considerables; en las dos corbetas hubo 40 muertos, 20 heridos entre ellos el comandante Danells, y 300 prisioneros. Los realistas, según los informes de Laborde, tuvieron solamente 17 heridos. A pesar de lo anterior, afirma el historiador Asdrúbal González, los buques realistas quedaron seriamente maltrechos y puesto que esa escuadra de refuerzo era esperada por Morales en Maracaibo, indudablemente favoreció a los republicanos el inmovilizar las naves españolas cuya reparación se vería dificultada por la ausencia de aparejos y maderas en Puerto Cabello, y la inexistencia en la ciudad de maestranza para efectuar las reparaciones.
Pero los realistas no sólo habrán de enfrentar al enemigo en el bando patriota, sino también dentro de sus propias filas, pues harto conocido resultaba las diferencias entre loa oficiales Morales y Laborde, al punto de que este último se quejaba por las reservas del primero en no querer ponerlo en conocimiento de sus proyectos sobre Maracaibo: “A pesar de constarle al General el estado de desvalimiento absoluto en que dejaba a la plaza de Puerto Cabello al tiempo de su partida para el saco de Maracaybo, y de consiguiente el de los buques del Apostadero que quedaban en ella, preceptúa exigencias al Comandante de Marina, como si quedase en el seno de la abundancia y de la prosperidad. Constándole así mismo era imposible cumplimentarlas, creyendo de este modo cubrirse de toda responsabilidad y endosarla al mencionado Comandante./ Cuando el General Morales se ausentó de Puerto Cabello, sabía perfectamente dejaba la plaza absolutamente exhausta de provisiones de boca, y así mismo le constaba que los buques de mi mando, acabados de llegar de la mar, habían regresado sin un solo día de víveres. Sin embargo, en el oficio que en el acto de marcharse me dirigió desde la goleta María, sobre la cual se embarcó, avisándome se encaminaba al saco de Maracaybo, me dice esperaba de mí que sabría contener los buques de la escuadrilla enemiga para que no le cayesen encima y destruyesen su aventurada y mal fraguada expedición. Cualquiera que no hubiese conocido de antemano al señor Morales, hubiera tomado por un cruel sarcasmo la lisongera esperanza que decía haber concevido de que tales buques pudiesen librarlo de los riesgos que indicaba, habiendo dejado a éstos y a la plaza sin la menor existencia de víveres, de caudal, ni de acopio aún para el sustento del míserio vecindario. En cuanto a mí no podía equivocarme un solo momento sobre el objeto y anuncio de esta esperanza, y fácil me fue colegir que recelando justamente este jefe le aceeciese la realización de los riesgos que preveía, preparaba ya con toda anticipación la disculpa de su imprudencia, atribuyendo este funesto acontecimiento a la falta de actividad y vigilancia de la Marina, dato con el cual hubiera dicho no contaba, y asegurado que de haberlo previsto de antemano le hubiera detenido en su intentona”.
Transcurridos casi dos meses desde la batalla naval de Isla Larga tendrá lugar otra, esta vez decisiva para la suerte republicana y la independencia. La escuadra patriota estará bajo el mando del general José Prudencio Padilla, comandante del tercer departamento de marina y de las operaciones sobre el Zulia, y la realista bajo las órdenes del capitán de navío Ángel Laborde, comandante del apostadero de Puerto Cabello y segundo jefe de la armada española sobre Costa Firme, quien el 17 de julio envía a Padilla una intimación invitándolo a rendirse y que este rechaza, por lo que el combate era inevitable.
Laborde había llegado al lago dispuesto a discutir con Morales sobre la acción naval que se encontraban a punto de emprender y la inconveniencia, y para lo cual esperaba reunirse personalmente en el castillo de San Carlos, pero se encuentra conque aquél lejos de estar dispuesto a entrevistarse había marchado a Maracaibo dejando para escucharle en su lugar a su lugarteniente coronel Narciso López, algo curioso tratándose de una acción militar de la envergadura y trascendencia como la que se tenía de manera inminente: “… para entonces -escribe Laborde- no había perdido la esperanza de que dicho General [Morales] accediese a mi invitación de abocarse conmigo y tratar este asunto con latitud, extensión y madurez que se requería”. Morales nunca accedió al encuentro, por lo que su lugarteniente serviría de intermediario para el diálogo. Tal era el ánimo y suspicacia de Laborde que en fecha 17 de julio le escribe a don Sebastián de la Calzada, Segundo Jefe del Ejército Expedicionario de la Costa Firme, quien se encontraba en la goleta Zulia, surta en Sapara, a los fines de que “Séase que fallezca o que sobreviva he de merecer a V.S. que antes corra estos azares se sirva darme una relación por escrito a la primera conferencia que tuve en esa fortaleza el día catorce de este mes a presencia de V.S. y de los amigos Millares e Iturriza, así como la contestación que al regreso de Maracaibo me dio el Coronel López a nombre del General Morales”, solicitud que le es correspondida por de la Calzada.
En la tarde del 23, la escuadra realista se dirigió a la costa occidental del lago en donde fondeó, al norte de Maracaibo, quedando en línea de combate, mientras la republicana permaneció a la vela hasta el anochecer quedando todos los buques en una línea paralela a la costa oriental. En la mañana del día siguiente, 24 de julio, se inician los movimientos de la flota republicana y en la tarde ambas escuadras rompieron los fuegos de cañón y fusilería, luego dando comienzo al abordaje. La derrota de los realistas fue aplastante, resultando en la destrucción de muchos de sus buques y el apresamiento de otras, solo unas pocas lograron escapar con el comandante Ángel Laborde que luego de tocar en Puerto Cabello se dirigió a Cuba. Del lado realista las pérdidas humanas fueron considerables.
Tras la derrota se iniciaron las negociaciones con Francisco Tomás Morales, a la sazón el capitán general de Venezuela, quien termina capitulando el 3 de agosto y entregando la plaza de Maracaibo. Los realistas ya no tenían el dominio del mar, así difícilmente podían acortar las distancias y obstáculos terrestes mucho menos facilitar el movimiento de tropas y pertrechos. Solo era cuestión de tiempo la caída de la ciudad porteña, todavía en manos de los realistas. Si Carabobo marcó el comienzo del fin, la Batalla Naval del Lago será un importante paso en la consolidación de la liberación absoluta del territorio nacional. La Plaza Fuerte de Puerto Cabello, sin embargo, se prepara para ser el punto final de la presencia castellana en territorio patrio, aquel noviembre de mil ochocientos veintitrés.
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@PepeSabatino