Un día como el viernes (18 de diciembre) pero de hace 80 años Adolf Hitler firma la directriz N° 21 (máximo secreto), que es conocida como la Operación Barbarroja: la invasión de la Unión Soviética para la primavera del año siguiente. El Alto Mando sabe que se cometerá un grave error al mantener el Frente Occidental abierto, lo cual significa la violación de un principio en la doctrina militar alemana, por lo que la misma comienza diciendo: “Las Fuerzas Armadas del Reich deben disponerse a aplastar a la Rusia soviética en una breve campaña (la primera ofensiva debía crear un frente defensivo desde Arkangel hasta el Volga teniendo como meta la toma de Moscú) antes de la conclusión de las hostilidades contra Inglaterra”. De este modo toda la atención, recursos y esfuerzos de Alemania se concentrarían en esta descomunal empresa y por ello la Batalla del Atlántico pasaría a un segundo plano como el medio para vencer la resistencia británica. La responsabilidad que se colocaba en la Kriegsmarine (armada de guerra alemana) no correspondía con los recursos materiales para lograrla, pero para finales de 1940 ya estaba claro que los submarinos (“U-Boots” por “untersee-boot”, barco submarino) serían sus protagonistas. Ahora haremos un breve análisis del período 1939-1940.
La semana pasada en nuestra primera entrega sobre la Batalla del Atlántico ofrecimos una visión general que explicaba no solo el gran significado que tiene para toda la Segunda Guerra Mundial, sino las estrategias usadas según nos relatan las memorias de los dos principales protagonistas: el primer ministro del Reino Unido, Winston Churchill, y el almirante de la fuerza de submarinos alemanes, Karl Doenitz. Para Churchill, a pesar de haber sido el primer lord del Almirantazgo durante la Primera Guerra Mundial y en los primeros siete meses de la Segunda, era la más importante batalla que había que librar, aunque la población no pudiera conocer con claridad e identificar sus avances o retrocesos porque sus resultados los determinarían el examen de las estadísticas de los tonelajes de recursos que llegaban a través de los convoyes de mercantes que venían de todo el Imperio Británico, pero muy especialmente de Norteamérica (Estados Unidos y el Canadá). Si se llegaba a 1 millón de toneladas en pérdidas mensuales sería imposible continuar la guerra.
Para la Alemania nazi la guerra comenzó demasiado pronto porque el rearme no se había terminado en el sentido de equipararse con respecto a sus posibles enemigos: Reino Unido, Francia e incluso la Unión Soviética. No olvidemos que salvo en lo que respecta a la Marina, el ejército estadounidense era pequeño. En este sentido Doenitz fue el único que pudo ver con claridad el potencial del submarino como el arma capaz de balancear la desventaja en tonelaje de la Kriegsmarine, pero para el período 1939-1940 la máxima autoridad de la Armada era el almirante Erich Raeder, quien creía como Hitler en la necesidad de fortalecer la flota de superficie con grandes acorazados (el Tratado de Versalles primero y después el muchísimo más laxo convenio naval angloalemán le establecieron fuertes límites). De esa forma este primer período que va del inicio de la Segunda Guerra Mundial (1 de septiembre de 1939) hasta el hundimiento del más grande barco de guerra germano de su tiempo: el Bismarck (27 de mayo de 1941) fue dominado por la competencia de ambas fuerzas en la estrategia alemana: la de superficie y la submarina.
La estrategia alemana de ahogar el comercio británico comenzó con mal pie en septiembre de 1939 por dos razones: la Royal Navy ya estaba preparada antes del conflicto para no dejar salir a la Kriegsmarine de sus pocos puertos en la única costa que poseía (Mar del Norte) y el Báltico y Hitler no buscaba presionar al Reino Unido de modo que pudiera facilitar las negociaciones de paz una vez que este controlara Europa en 1940. Por esta razón dos acorazados de bolsillo salieron antes del bloqueo: el Almirante Graff Spee y el Deutschland (con sus respectivos mercantes petroleros para abastecerlos de combustible) para llevar a cabo operaciones de hundimientos de mercantes aliados como corsarios en el Atlántico. Pero el primero sería perseguido hasta el puerto de Uruguay, donde se refugió después de combatir contra tres cruceros británicos y el 17 de diciembre de 1939, creyendo que llegaban más buques, sería hundido por su propia tripulación. Fue una gran victoria de la Royal Navy que atemorizó a la flota de superficie alemana. De dicha batalla se realizó una película inglesa en 1956: The Battle of River Plate (Michael Powel y Emeric Pressburguer).
Al contrario, los submarinos de Doenitz lograban importantes éxitos a pesar de su escaso número (menos de 20 con capacidad oceánica) al lograr hundir en esos primeros cuatro meses de guerra a más cien mercantes. Y al mismo tiempo fueron famosos por dos acciones que fueron explotadas por la propaganda: el hundimiento del portaviones Courageous el 17 de septiembre por el U-29 y la intrépida entrada a la base naval más segura para la época, Scapa Flow, para hundir el acorazado Royal Oak. De esta última, que fue un logro del capitán Gunther Prien con el U-47 el 13 de octubre, se realizó un filme alemán en 1958 dirigido por Harald Reini: U-47-Kapitan Leutnant Prien.
El hostigamiento a las vías marítimas cesaron entre abril y mayo para apoyar la invasión de Noruega, acción en la que la Royal Navy destruiría más de un tercio de la Kriegsmarine, aunque después de la Blitzkrieg en el Norte y Occidente de Europa los submarinos contaban con nuevos puertos y astilleros en una amplia costa que iba desde Noruega hasta la frontera francesa con España. Es por ello que para los U-Boots comenzaba lo que llamaron “die glückliche Zeit” (“los tiempos felices”) y muchos historiadores han calificado como el inicio oficial de la Batalla del Atlántico en junio de 1940. Con estos puertos si el Tercer Reich lograba construir los 300 submarinos y hundir el millón de toneladas mensuales podrían vencer al Reino Unido.
Los U-Boots lograron doblar el tonelaje hundido de agosto a octubre de 1940 hasta llegar a 400.000 toneladas, lo cual aterrorizó a los británicos. Si a ello sumamos lo que hundían los corsarios (barcos con cañones disfrazados de mercantes), acorazados de bolsillo, torpederos, minas y aviones como el cuatrimotor Condor, había razones para preocuparse. Pero la Royal Navy no estaba dispuesta a rendirse y en el año 1941, gracias a la Ley de Préstamo y Arriendo de Estados Unidos (marzo), obtendrá mayor material de guerra, por no hablar de todo el aprendizaje y tecnología necesaria para defender a sus convoyes de mercantes. Volveremos, Dios mediante, a esta batalla en mayo para tratar el 80 aniversario del hundimiento del Bismarck y aprovecharemos para hacer una revisión de los avances de cada contrincante en sus respectivas estrategias.
Nuestros dos próximos artículos serán dedicados a las mejores fiestas del año: Navidades y Año Nuevo, pero en el contexto de la Segunda Guerra Mundial en su 80 aniversario, como es nuestra meta en este proyecto de revisión historiográfica y cinematográfica. Anécdotas y toda información de esos años de 1939 y 1940 serán bien recibidas y citadas con los créditos respectivos.
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