En el momento de escribir este artículo, 5 días antes del Ramadán, se produce una información del grupo militante Hamás acerca del desconocimiento del número de secuestrados israelíes vivos o muertos, debido al cese de toda comunicación con las unidades de combate que están peleando desde la Franja de Gaza, desde el día 7 de octubre al producirse la extracción de más de 2 centenares de ciudadanos secuestrados en la sorpresiva operación comando realizada en aquella fecha.
Esta situación, que impide de manera efectiva realizar una negociación confiable entre el gobierno de Netanyahu, que quiere los rehenes, pero no renuncia a la destrucción militar de Hamás y una cúpula de Hamás que tiene por prioridad detener la guerra, antes de que sus brigadas de combate sean aniquiladas en el Sur de la Franja, junto a sus operadores políticos, para posteriormente, pasar dicha cúpula, que vive en el extranjero, ser objetivos de una campaña mundial de asesinatos selectivos, que sin importar el lugar, destruya la integridad estructural de dicha organización militante.
Pareciera que en ambos casos, la suerte de los 2 millones de ciudadanos palestinos ya estuviese echada, por causas diferentes, pero con un destino común, o sea, afrontar la ofensiva final en Gaza y tratar de sobrevivir a la misma.
Es sin duda muy honorable, humanitario e irreprochable el deseo de detener cualquier conflicto bélico por parte de los ciudadanos en cualquier país del mundo (estoy seguro de que en Ucrania también quieren vivir en paz), pero la realidad descarnada de los intereses políticos, económicos y de seguridad, dictan a los gobiernos a acometer acciones despiadadas, brutales y con gran costo humanitario bajo el argumento, discutible, según sea el caso de Razón de Estado.
Para el gobierno de Israel es más importante destruir a Hamás y si es posible a Hezbolá en el Líbano, para recuperar el prestigio militar de Israel ante enemigos presentes y futuros, liquidando a sus enemigos subsidiarios, de cara a una guerra casi inevitable con Irán, que recuperar a los infortunados rehenes, que a esta fecha parecen destinados al martirio, si en muy breve lapso, no ocurre un milagro político o militar para los que aún sobreviven.
La suerte del pueblo palestino tampoco es mucho mejor, puesto que los directivos de Hamás no tienen intención de rendirse y entregarse a la justicia israelí para ser condenados a muerte, como ocurriese con otros enemigos del Estado de Israel. Por ello, tanto el pueblo de la franja de Gaza, como quizás muy pronto el pueblo del Líbano, terminen sufriendo espantosos sufrimientos humanos, pues de concretarse la guerra con Hezbolá, su destino será igualmente destructivo y doloroso, hasta que sus principales líderes sean aniquilados en sus terrenos o en otros países.
No es diferente la suerte del pueblo yemení, que a pesar de su terrible condición humanitaria (22 millones de personas en situación de hambre o amenazada), está también su gobierno amenazando a las grandes potencias occidentales con una guerra contra el transporte naval en el mar Rojo, a objeto de parar el comercio global en la zona y disparar los costos de transportación a nivel mundial.
No parecen entender, que de seguir en su empeño, terminarán produciendo una invasión militar que va a matar de hambre a millones de personas al cortarse la ayuda humanitaria internacional, que conlleva una guerra total en dicha zona geográfica, independientemente de las bajas militares.
Tal vez, la paciencia estratégica estadounidense, que se expresa en ataque a las instalaciones militares y no a las estructuras gubernamentales, es debido al cálculo político de que la destrucción del gobierno huti, pudiera generar una catástrofe humanitaria, que se arrojaría a las espaldas financieras y políticas de los países occidentales y monarquías del Golfo Persico.
En este contexto, las preocupaciones del gobierno de Joe Biden, cuya principal preocupación es el daño electoral que le está causando en las bases de sus votantes musulmanes y estudiantes universitarios, que como se ha visto en las más importantes universidades estadounidenses, están responsabilizando a su administración por la financiación y logística de dicha guerra, sin importarle los problemas estratégicos, referentes al petróleo, las rutas comerciales o la inminente amenaza atómica de la República Islámica de Irán.
Esto es tan cierto, que la administración Biden penalizó comercial y financieramente a la industria estadounidense exportadora de gas licuado, vital para Europa después de la pérdida del gas ruso, a objeto de contentar a los ecologistas de su partido, ante la sorpresa y estupor de los gobiernos europeos.
En el caso del conflicto Hamás -Israel, es mucho más complicado, pues no quiere molestar al denominado “Lobby Israelí” que ya debe estar buscando como sustituir o derrotar electoralmente a los representantes demócratas, demasiado críticos con el Estado de Israel, lo que amarra a la administración Biden a acompañar las medidas del gobierno de Netanyahu en Israel, hasta niveles de casi complicidad total.
Por todo ello, la Batalla por el bastión final del sur de la Franja de Gaza o la ciudad de Rafah, es una operación que los israelíes van terminar, una vez que comience, sin importar el coste humanitario final, siendo la clave de su éxito, la creación de una vía de escape, donde los 2 millones de gazatíes, corran de nuevo hacia el norte o hacia el desierto de Sinaí, si es que Egipto termina abriendo las fronteras, para evitar ser acusado de cómplice necesario de genocidio ante la opinión pública árabe, mientras que para los militantes y operadores de Hamás, el éxito político de la batalla, está en evitar la salida de la población civil y que la batalla se convierta en una hecatombe parecida a las matanzas de Ruanda en 1994, de manera que la muerte de 1 millón de civiles o más, se convierta en un hándicap demasiado grande para que cualquier gobierno árabe o musulmán, establezca relaciones normales con Israel y los países de occidente, se vean obligados a abandonar su apoyo a los próximos gobiernos israelíes.
Es terrible leer estos párrafos, pero la victoria final que busca Hamás, no es militar sino política, por lo cual necesita un Armagedón en Rafah, que termine inclinando toda la opinión pública internacional a su favor.
Esta posibilidad, es lo que aterra a la Administración Biden y a muchos gobiernos europeos, que verían manifestaciones muy violentas de ciudadanos indignados, que no les duelen los miles de niños secuestrados en Ucrania o los ataques y muertes de dicho conflicto, puesto que el detalle de estar con gobiernos de Occidente, afecta mucho la percepción que se tiene del valor humanitario de las personas.
Este artículo saldrá el 8 de marzo, 48 horas antes del comienzo del Ramadán y tal vez, ya sea demasiado tarde para muchos.