Con la mayor saña y descaro el chavismo destruyó las universidades autónomas, columna vertebral de la educación superior en el país. Es uno de sus crímenes más monstruosos, este contra la moral y las luces que pensaba Simón Bolívar eran la primera necesidad de toda nación. Las demolió, lo decimos en pasado, si no son ya cadáveres están a punto de serlo. Asesinaron todo lo que había que asesinar, lo que se había construido en siglos o en decenios. Esas industrias necesarias, mucho más que el petróleo, que suministraron al país los saberes mayores necesarios para avanzar lo poco o mucho que avanzó, sobre todo en esta era de las sociedades del conocimiento.
Puso a ganar a un profesor titular, a dedicación exclusiva, a lo mejor posgraduado en Stanford, Oxford o París y al brillante joven que gana un afanoso concurso para iniciar su carrera profesoral cantidades equivalentes a los más humildes oficios, por debajo de la línea mundial de pobreza. Buena parte huyó al exterior, otros buscaron nuevas maneras de ganarse el pan, pocos han continuado (con un solo pie), a veces heroicamente. Y muchos hasta han muerto de mengua (sic), o sufren una pobreza que nunca imaginaron. Los estudiantes se fueron poco a poco, por la insuficiencia docente y de servicios, la destrucción sin misericordia de la planta física, incluso por la ausencia de seguridad personal. La investigación cesó, las publicaciones desaparecieron. Se prohibieron elecciones para autoridades y se atropelló la autonomía de todas las formas y maneras tratando de acabar con su esencia misma; ahora se prepara una ley que ha de ser siniestra, tendiente a eliminar todo vestigio de libertad y dignidad del saber. Sobrevivieron algunas universidades privadas, la UCAB, por ejemplo, pero que cubren un mínimo de la demanda estudiantil que puede pagarlas. Y el gobierno inventó unos esperpentos sin norte ni decencia, pura demagogia populista y sobre todo sin las luces por las que abogaba el ilustrado Libertador, basureros del saber, parodias bacterianas de las academias. En fin, toda esa orgía de anticultura es cosa pública y, además, vivida por centenares de miles de compatriotas.
Estas líneas son solo para señalar que, cinismo de cinismo, el gobierno ha decidido reparar la planta física de la UCV que ellos destruyeron, patrimonio de la humanidad que suponemos en peligro de perder ese honor por su deterioro, pero para ello, de nuevo al carajo la autonomía que tanto odian. Para hacerlo más aberrante han nombrado una comisión muy balanceada entre acusados de crímenes de narcotráfico o peculado- sancionados por Europa y Estados Unidos- con ¡militarismo!, un ministro de cultura obsesivamente inculto, la omnipresente vicepresidente sirve- para-todo, una señora alcaldesa que es cómplice de los desastres estéticos de Caracas y dos o tres sujetos más sin autoridad ni formación pertinente. Ningún especialista, arquitecto o ingeniero, con conocimientos del complicado arte de la restauración. Pero, sobre todo, nadie de la universidad donde hay no solo nobles facultades de arquitectos e ingenieros sino un departamento especializado en la conservación de la magna obra. Al menos esto ya que lo debido era haberla dotado de medios para su regeneración, con sus fines y saberes como debe ser.
Es posible que esta sea la manera para apropiarse definitivamente de la odiada universidad autónoma, que siempre los repudió, profesores y alumnos, haciéndose de su planta física. Además, los peligros son múltiples para su integridad, el menor no es que pongan alguna escultura de Chávez o Guaicaipuro en el campus o le den nombres de militantes y pillos a las Facultades y Escuelas. O la llenen de esos horrores que llaman patrióticos como la autopista Francisco Fajardo recientemente.
Es notable que hasta el día en que esto escribo ni las autoridades rectorales, ni el consejo universitario, ni representaciones académicas y gremiales de profesores y alumnos, hayan dicho nada sobre esta última bofetada a la institución y, de paso, al más elemental sentido común cívico y cultural. Solo algún informe extraoficial y anónimo (¿algún decano?) que da razón de encuentros azarísticos, incoherentes e impositivos que han tenido lugar un par de veces con algunos representantes de la casa de estudio sin la menor seriedad y formalidad.
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