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La banalización ruso-china de la democracia

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Dos generaciones han transcurrido y quedan marcadas por la experiencia del socialismo del siglo XXI, como suerte de tránsito desde “socialismo real” hasta el progresismo globalista; ese que, al término, como son los casos de Bolivia, Venezuela y ahora Colombia, aceptan la inserción del negocio del narcotráfico en la política y su participación en la experiencia de la democracia, prostituyéndola.

Pero otra reconversión se le ha impuesto a su albacea, el Foro de Sao Paulo, llegado el 2019 y por sobre los escándalos de corrupción y criminalidad transnacional que contaminaran los espacios políticos que alcanza a controlar en América Latina.

A fin de reflotar y situarse ante los desafíos distintos de la globalización desarrolla alianzas con el Partido de la Izquierda Europea, forja al Grupo de Puebla, se casa con la ONU y hasta se aproxima al Foro Económico de Davos.

Hace un trazado difuso, el Foro con los europeos, de algunos de los «temas novedosos» de la agenda global (medio ambiente, derecho a la circulación de las personas o migraciones y refugiados, racismo y xenofobia, desencanto con la política, nuevas identidades, control del capital financiero sobre la tecnología que forja consensos de opinión al detal), pero es regresiva en su proclama. Aún le cuesta abandonar prejuicios mineralizados por la izquierda ortodoxa desde la ruptura de 1989: lucha contra “el avance de las derechas y del fascismo”, “las políticas neocolonialistas”, “la guerra informativa”, “el sistema capitalista neoliberal”.

Mas, a partir de 2019 el Grupo de Puebla, mascarón de proa de la señalada reconversión deja atrás al Foro y ocupa su liderazgo. Moldea una narrativa o relato actualizado, aun cuando siga sirviendo a la entente neomarxista totalitaria.

Como reunión de intereses que coinciden en el objetivo de destruir a quien intente competirles o hacer menguar el poder que han conquistado, aquel, a la manera de un cartel de conspicuos actores políticos e intelectuales, incluidos expresidentes y presidentes, empuja el relato actualizado luego del final de socialismo real enmendándolo, por sus dislates y en búsqueda de confluir con los postulados del “progresismo internacional”; tal como los recoge el Programa de Desarrollo Sostenible 2030 de la ONU. No solo eso. Coinciden con el proyecto capitalista del Gran Reseteo, bajo un denominador que les es común: la banalización de la democracia y el Estado de Derecho.

La Venezuela chavista que a lo largo de dos décadas (1999-2019) financiara el movimiento expansivo de la izquierda en Occidente (Foro de Sao Paulo + Partido de la Izquierda Europea) ha perdido su encanto, incluso entre sus seguidores. Ha puesto al desnudo el destino del “pragmatismo” que alegara Castro como respuesta a la Perestroika en 1989, asociándose al crimen organizado transnacional para sobrevivir.

Urgía, pues, tras las tres décadas recorridas luego de la caída del comunismo, ponerle sordina a esas experiencias que se vuelven lastre, con vistas al porvenir (2019-2049), como la del ocupante actual del Palacio de Miraflores en Caracas, a quien la DEA le fija a su cabeza el precio de 15 millones de dólares, mientras es extraditado desde Cabo Verde a Estados Unidos el gran testaferro, Alex Saab, o la de la pareja nicaragüense de los Ortega-Murillo.

Odebrecht ha pasado al olvido tras el coronavirus y la fugacidad noticiosa de las redes digitales, a pesar de la pléyade de presidentes y expresidentes que arrastrara consigo, uno de los cuales hasta se suicida. Eso lo saben los integrantes de ese “cartel intelectual” poblano que se activa aceleradamente bajo la pandemia en 2019.

La narrativa que rompe y da un giro estratégico y táctico ofrece como mostrario a los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador en México y Gabriel Boric en Chile, alabados por la prensa de Occidente; de donde el Grupo, causahabiente del Foro, se plantea ahora entre otras cuestiones y como cometidos la vuelta al Estado de Bienestar mientras protesta contra la judicialización de sus prácticas coludidas y “presuntas” con la corrupción y la criminalidad, tildándolas como parte de un Lawfare impulsado por la “derecha”.

Reivindica, así mismo, al mercado con responsabilidad social, aboga por políticas de transición verde y Buen Vivir en el marco de una “fraternidad global” (migraciones) y, por añadidura, hace pública ruptura con el monopolio de las tecnologías de información y sus interferencias en los procesos electorales. Fortalece la perspectiva de género, acompaña las protestas sociales que avanzan en las Américas y esboza un concepto de ciudadanía, he aquí lo trascendental, ajustado “al sitio donde se nace y se vive”. Proponen, de consiguiente, el fin de los universales morales, en primer orden, del principio de la inalienable dignidad de la persona humana que se concreta en la experiencia de la democracia como derecho de todos.

La pretensión de las izquierdas, más allá del Foro fundacional de Sao Paulo creado por Castro y Lula, converge para lo sucesivo en la Internacional Progresista. Nacida durante el escozor de la pandemia, en 2020, asumen su liderazgo global Bernie Sanders y Yanis Varoufakis con sus banderas de ecologismo, feminismo, democracia deliberativa y participativa, poscapitalismo, pacifismo, identidades liberadas, etc. Atrás quedan, como lo creen, los dominios intelectuales del castrismo cubano, tanto como los paradigmas de la democracia occidental conocida, asumiendo como patrimonio definitivo pero instrumental a los postulados de la Escuela de Frankfurt y, en lo estratégico táctico las enseñanzas deconstructivas de la cultura occidental elaboradas por el italiano Antonio Gramsci.

De tal modo que, llegado 2022, en el fragor de la guerra contra Ucrania y en la puerta de entrada y de salida entre el Oriente y el Occidente, China y Rusia le imponen a Occidente, como paraguas, su catecismo. En pocas palabras, le financian su derrota. Desde antes, justamente, los gobiernos progresistas americanos han cultivado la banalización: “La democracia ha de adaptarse al sistema social y político, sus antecedentes históricos, tradiciones y características culturales”, reza el Manifiesto de aquellas suscrito en Pekín con vistas a la Era Nueva.

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