La historia de una persona, familia, o de una nación entera puede ser definida por la trayectoria de una bala disparada. También podría definirse por aquella bala que se evitó disparar. ¿Pero sabemos a cabalidad quién o qué está realmente detrás de la decisión de quien disparó el arma o de quien no lo hizo? Ésta es una delicada reflexión que por favor pido a todos compartir y analizar en familia, con todos aquellos que están llamados a llevar un arma consigo. Espero sus impresiones anhelando que sus conclusiones sean para definir una trayectoria trascendente y pacífica, en la superación de la actual situación venezolana.
Comprendamos, hermanas y hermanos de nuestra nación, y a cabalidad, lo que nos advertía Ghand con su máxima: “No hay camino hacia la paz; la paz es el camino”, y preguntémonos ¿cómo se va fraguando la violencia en el ánimo de los seres? ¿Hasta qué raya roja se pueden tolerar agresiones y maltratos de unos seres hacia otros? ¿Cuál es el límite? ¿Las agresiones verbales de descalificación con tintes de amenazas y de humillación? ¿Sería aconsejable la pasividad ante quienes te someten y te encarcelan para violar tus derechos humanos y los de tu familia?
El contacto físico de empujar, golpear, violentar para dañar a una persona, o sus bienes de modo deliberado, y hasta con premeditación es un asunto criminal sobre lo que se ha legislado debidamente, en la gran mayoría de los Estados democráticos del mundo. No siempre fue así. La figura de legitimidad del duelo, que se aplicó como norma justa para dirimir cuestiones de agravios al honor y daños en conflictos interpersonales fue superado por la evolución de la sociedad, y ha quedado prácticamente sepultado en el siglo XIX.
Hasta el maltrato que se le puede dar a una persona en casa, sea niña o niño, adolescente, joven, y hasta el que se le dispensa a nuestros mayores, se encuentra normado en las legislaciones de los países civilizados.
Sea desde etapas tempranas de formación, con el cotidiano bullying en institutos escolares, al acoso sexual en centros de trabajo, la discriminación por orientación sexual, por raza o condición social, todas son formas de violencia que se pueden considerar caldo de cultivo para una sociedad humana más violenta. Así, la actuación transgresora cotidiana se constituye en norma que quebranta la convivencia ciudadana, e impone un mundo donde proliferan abusadores de todo pelaje. Ello va definiendo el clima o status quo dentro de un determinado territorio se le ha impuesto a la población. Así se establece como cultura de supervivencia en sociedades atrasadas el soportar esquemas represivos y de dominación vertical. En estos sistemas de oprobio se van “depredando a los más débiles de la manada” como quien se asume un rey en una selva moderna para sobrevivir, sin grado razonable de respeto al desarrollo de una civilización de alta calidad humana; encontrándonos, por ejemplo, en un continente asiático de profundos contrastes: un Japón que asimiló un gran desarrollo del concepto de ciudadano, y una Corea del Norte donde se sobrevive bajo la tiranía siendo súbdito.
En el mundo actual no sólo tenemos el derecho a contener a los violentos, sino que estamos obligados moral y prácticamente a derrotarlos, y llevarlos a la justicia internacional. Cuando dichos sujetos violentos son individuos que han secuestrado el poder de la soberanía de una nación, y que ésta por sí sola no logra romper las cadenas que la atan a la esclavitud moderna y al tráfico humano, ha llegado la hora de actuar como comunidad civilizada internacional, para defender los derechos humanos. Eso es lo que valoramos y propulsamos desde nuestra Cátedra Internacional por la Libertad «Francisco de Miranda». Ello no es otra cosa que el deber de proteger al ser humano, al individuo en su libertad y dignidad de vida, consagrado en los modernos estatutos que tienen que aplicarse en efectividad práctica.
Como quien es llevado al terreno de la guerra defensiva, para la cual no hay otro remedio que contestar de modo proporcional al agresor, pero con superiores capacidades en inteligencia y en tecnologías para neutralizarlo, la humanidad debe, desde las coaliciones que se han formado para hacer defensa de los propios territorios, actuar para evitar que se ejerza de modo sistemático, siniestro, cobarde e impune la violencia de quien ataca, reprime y cobra vidas inocentes, por medios como el terrorismo de Estado, la represión, y la tortura. Bajo las reglas del propio monopolio por parte del Estado del uso legítimo de la violencia, ésta debe estar diseñada para servirnos, y no para subyugarnos o esclavizarnos. El que pretenda volver las armas en contra de su propio pueblo, debe ser detenido y encauzado hacia formas aleccionadoras de castigo a la violación de derechos humanos para el mundo civilizado; lo que ya estamos tarde en hacer valer a las puertas del 2025, casi un cuarto del siglo XXI.
Las autoridades que legítimamente sean determinadas por la soberanía nacional para gobernar, mantener el orden interno del país, y protegerlo de cualquier agresión externa, sólo tienen que cumplir a todo evento una máxima regla de oro: el pueblo es quien decide, en elecciones libres, transparentes y verificables, quienes serán autoridades temporales, en alternancia democrática, del Poder Ejecutivo, y del Poder Legislativo.
¿De dónde entonces obtienen las dictaduras su primera ventaja? Al colocarnos en su terreno de violencia simulan activar la represión para mantener el orden interno. A esto se le debe responder masivamente con la total presencia, a plena calle, a pleno sol de la nación, además de resguardando dirigentes en embajadas y consulados de dichos países hermanos, activar las protecciones nocturnas, y activando temprano desde la presencia dentro de las masas en las calles de la dirigencia que exija la salida de la tiranía de la patria. Hasta ese final que no necesariamente requiere balas, pero sí votos, muchos votos y la defensa popular frente a la dictadura, cuya salida no sea otra que montarse en el cambio de su aparato de represión por su aparato o aparatos de vuelo de su huida.
¡De balas que han sesgado tantas vidas inocentes está la humanidad suficientemente adolorida. Estamos frente a la más grande oportunidad de salir respetando el voto, y no la bala, en estos instantes que vive Venezuela y la humanidad.
La legítima defensa es un derecho humano inalienable. Así que por vez última prevenimos a todos los que pretendan burlar la conciencia de cambio que se prendó del corazón de la inmensa mayoría de la nación venezolana. De tantas pérdidas sufridas, la realidad ha llevado al pueblo a perder cualquier temor remanente frente al malandro represor y su «bala». Frente a los tiranos del presente siglo XXI, ahora es cuando apenas comienzan a sentirse los movimientos telúricos del pueblo venezolano en su marcha libertadora. ¡No sólo no nos pararán con la bala del cobarde ni la traición. De llegar a darse la orden de disparar en contra de nuestras mujeres madres, hermanas, hijas, amigas, esa será una orden gatillo que más que al arma nos hará reaccionar a todo un pueblo libertador; lo que entonces provocará que ¡sólo un acto milagroso ante el bravo pueblo enardecido en las calles del país los podría salvar!
Llegó la hora fraternos hermanos del Ejército Libertador de optar por detener la violencia contra el pueblo, amarlo y defenderlo contra ella. Oficiales que están destacados en cada uno de los centros, de la mano del Supremo Autor, Arquitecto del Universo, es el momento de que asuman su papel, pues de cada uno de ustedes depende el respeto a la orden del soberano. Favorezcan la correcta acreditación y resguardo del orden interno del proceso permitiendo al pueblo ser testigo y obtener prueba del resultado en cada mesa, en cada centro. Por la libertad debemos optar, porque ella es la que nos distingue como auténtica y leal fuerza libertadora heredera de Simón Bolívar, de Francisco de Miranda y de todos los héroes civiles y militares de la nación. y no de ninguna parcialidad política. Ese es nuestro deber: «Avanzar».
[email protected] / @gonzalezdelcas
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