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La aventura de un ballet nacional

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Ballet Nacional de Venezuela. Concierto en Do mayor, coreografía de Irma Contreras. 1966. Foto Pierre Mauguin.

Alejo Carpentier en su columna «Letra y Solfa» de El Nacional, escrita durante la década de los años cincuenta, fue una de las primeras voces en orientar a la opinión pública venezolana sobre el arte del ballet y en advertir la existencia de una audiencia creciente e interesada. Sobre este tema, el escritor cubano publicó el 20 de septiembre de 1952 un texto titulado “El balletómano”, en el que destacaba el progresivo surgimiento de un público conocedor: “Me agrada que las gentes se apasionen por técnicas tan nobles o tan amables como son las del arte. Pero el hecho es que, en Caracas, ha nacido el personaje del balletómano en sus géneros masculino y femenino”.

Ciertamente, en ese tiempo la danza clásica en el país intentaba su desarrollo profesional con la aparición de escuelas  y otras iniciativas orientadas en esa dirección. Una de ellas fue la Academia Interamericana de Ballet, proyecto de alto vuelo creada hace 65 años de la mano de la bailarina y promotora Margot Contreras. La presencia casi permanente de maestros internacionales y un modelo de organización eficiente, dieron solidez institucional a este referencial centro de formación que extendió su influencia por más de tres décadas.

Prontamente, la Academia Interamericana generaría un proyecto escénico, el Ballet Interamericano, cuyo debut como agrupación ocurrió el 15 de agosto de 1955 en el Teatro Nacional de Caracas, logrando realizar dos temporadas artísticas. En el programa de mano de la segunda de ellas, podía leerse un insospechado texto de presentación de Arturo Uslar Pietri que rezaba: “Vamos al ballet porque el hombre primitivo que está en nosotros ama la danza y se siente realizado en ella, y también porque el civilizado diletante que hemos llegado a ser se estremece con los difíciles equilibrios y transformaciones que el movimiento, la música y las formas llegan a dar. Esas extremas y contrarias posibilidades solo el ballet las ofrece”.

El Ballet Interamericano pronto dio paso a una empresa de mayor vuelo, al Ballet Nacional de Venezuela, fundado en 1957 bajo la conducción artística de Irma Contreras, la primera compañía de nivel profesional con la que contó el país y que brindaría la oportunidad de realización artística a varias generaciones de bailarines venezolanos y también extranjeros, cuyo estreno ocurrió el 2 de mayo de ese mismo año en el Teatro Municipal de Caracas, contando con la canadiense Anna Istomina y el británico Henry Danton como artistas invitados, además de Vicente Nebreda como bailarín e incipiente coreógrafo al retornar brevemente al país luego de su primera experiencia en Europa como integrante de los Ballets de París de Roland Petit.

Ballet Nacional de Venezuela. Quinta sinfonía. Irma Contreras y Vicente Nebreda, su autor. 1957. Foto Pierre Mauguin

El programa inaugural del Ballet Nacional, de notables exigencias estilísticas, centrado en el repertorio romántico y clásico, así como una aproximación al estilo neoclásico, anunciaba la interpretación de Pas de quatre (Pugni), los pasos a dos de El Cascanueces (Tchaikovsky) y Giselle (Adam) y el tercer acto de El lago de los cisnes (Tchaikovsky), versionados por Danton, así como Quinta sinfonía (Tchaikovsky), coreografía original de Vicente Nebreda.

La amistad de Irma y Margot Contreras con Alicia Alonso, quien ya había actuado en Venezuela, trascendió el ámbito personal para influir decididamente en el proceso de profesionalización del arte del ballet en el país. Remarcable es la temporada estrenada en el Teatro Municipal de Caracas el 15 de julio de ese 1958, ocasión en la que teniendo como bailarines invitados a Alonso e Igor Youskevicht se presentó el segundo acto de Giselle, con Irma Contreras interpretando a Myrtha, Reina de las Willis y Miro Anton en el rol de Hilarión.

El Ballet Nacional de Venezuela a lo largo de su casi un cuarto de siglo de existencia, configuró y proyectó al menos a tres generaciones de bailarines venezolanos que lograron hacer de la danza su centro vital y profesional: Graciela Henríquez, Maruja Leiva, Belén Lobo, Vicente Abad, Domingo Renault, Inés Mariño, Luis Chang, Margarita Medina, Yolanda Machado, Zhandra Rodríguez, Everest Mayora, Isabel Llull, Fanny Montiel, Hercilia López, Vinicio Leira, Alberto Suárez, Carlos Nieves, Eva Millán, Laura Prieto, Rafael Portillo, entre muchos otros.

Igualmente destacable fue la proyección internacional lograda en ese entonces por el Ballet Nacional de Venezuela, a través de sus actuaciones en Cuba como invitado en el primer Festival Internacional de Ballet de La Habana junto al American Ballet Theatre de Nueva York y el Ballet de Bellas Artes de México, además en Colombia, Puerto Rico y otras islas del Caribe,  que representan las primeras presencias de la danza clásica venezolana en el exterior.

Formación al más alto nivel conocido hasta entonces, dinámica promoción y estímulo a la creación, caracterizaron la trayectoria del Ballet Nacional de Venezuela que se extendió hasta 1980, con un intento de iniciar una nueva etapa del mismo entre 1989 y 1990, bajo la dirección de Zhandra Rodríguez.

Ballet Nacional de Venezuela. Wadjang, coreografía de Carlos Carvajal. 1965. Foto Bárbara Brändli

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