OPINIÓN

«La Asunción de la Virgen» de Tiziano Vecellio

por Corina Yoris-Villasana Corina Yoris-Villasana

Para comenzar a hablar de los cuadros célebres de La Asunción de la Virgen, he escogido el realizado por Tiziano Vecellio. Ante todo, bosquejaré unas breves pinceladas biográficas de Tiziano. Fue un célebre pintor italiano, nacido en Pieve di Cadore, actual Italia, en 1490 y fallecido en Venecia, 1576. El propio Tiziano creó una leyenda sobre la fecha de su nacimiento situándola en 1475, pero actualmente el Centro Studi Tiziano e Cadore data su nacimiento entre 1480 y 1485. Se forma inicialmente con maestros de la escuela veneciana, específicamente con Giovanni Bellini, pintor de gran renombre, y con Giorgione, representante descollante de la mencionada escuela. De Giorgione suele decirse que su pintura posee un contenido poético. Justamente, esta peculiaridad es una de las cualidades presente en la obra de Tiziano.

La concepción poética en Tiziano se ve reflejada en sus pinturas juveniles, como señalan sus biógrafos, y con especial énfasis en Amor sagrado y amor profano, óleo sobre lienzo, hoy exhibido en la Galería Borghese, Roma, Italia, cuadro que lo corona como un excepcional artífice del desnudo femenino. Esta pintura está envuelta en un extraordinario simbolismo filosófico. Alude a dos concepciones del amor, el humano, representado en la Venus Vulgaris, que contrasta con el amor divino, Venus Caelestis. Precisamente, la corriente humanística renacentista se identificó con un retorno de la filosofía antigua en sus diversas formas. De todas esas distintas ramas filosóficas rejuvenecidas, el platonismo puede considerase como la que más influyó en las diversas manifestaciones del arte, y para usar con más precisión los términos, digamos neoplatonismo. Para los seguidores del neoplatonismo, el amor es la fuerza propulsora que conduce a Dios; es, en breves palabras, la prosecución de la «belleza divina».

El amor puede ser profano, como la Venus ataviada suntuosamente, y cuyo simbolismo está referido a la «efímera felicidad de la Tierra»; o puede ser divino, representado por la Venus desnuda, «la felicidad eterna del Cielo». Entre los críticos de este fabuloso óleo de Tiziano, P.R. Da Silva comenta, muy acertadamente, que esta pintura no es una contraposición entre el Bien y el Mal. Al contrario, precisamente, esta característica convierte a la obra de Tiziano en un típico modelo del humanismo neoplatónico.

Es tentador seguir comentando el cuadro, pero me he comprometido a hablar de La Asunción de la Virgen pintada por Tiziano. Aun cuando hoy en día se habla más de las obras cuyo tema central es alegórico y referido a la mitología, la serie de retablos pintados con colores cálidos y fuertes contrastes, le dieron a Tiziano la oportunidad de convertirse en uno de los más afamados pintores renacentistas. Entre estas creaciones destaca La Asunción de la Virgen, una de las pinturas más famosas del Renacimiento y cualificada como su obra maestra. Es un retablo de grandes dimensiones, 690 cm x 360 cm, y se encuentra expuesto en la Basílica de Santa María dei Frari.

La Asunción de la Virgen figura como el primero de los trabajos solicitados a Tiziano, encargo hecho justamente durante el año 1516, en el cual recibió el honor de ser escogido como el «pintor oficial de la Serenísima República de Venecia». Alcanzará mucha fama, a tal punto de ser requerido más allá de las fronteras de Venecia, y ello le permite ser conocido por Alfonso I d’Este, duque de Ferrara, quien le hará el encargo de engalanar su famoso Camerino d’alabastro; entre los años 1505 y 1525, el duque había encomendado la decoración de su Studio  a afamados artistas, Rafael (Triunfo de Baco), Fra Bartolomeo (Ofrenda de Venus) y Giovanni Bellini (Festín de los dioses). Fra Bartolomeo falleció en 1517, y, en consecuencia, el duque le solicitó a Tiziano que realizara el cuadro, quien aceptó y replanteó el diseño, basándose en las Imagines de Filóstrato.

Para la Basílica de Santa María dei Frari, Tiziano ejecuta La Asunción de la Virgen, que ha sido calificada como una de sus pinturas de mayor repercusión y pintada con un estilo novedoso. Se puede observar la gran influencia de los grandes maestros renacentistas, Andrea Mantegna y Giovanni Bellini, como era de esperar, ya que como he comentado, Tiziano recibe su primera formación junto a Bellini. Sin embargo, la obra posee un sello muy personal, ya que le da un carácter sobrenatural. Divide el cuadro en tres planos: el área superior, donde el Padre celestial, flanqueado por ángeles, espera a María; el plano central, donde la Virgen María es elevada a los cielos por querubines; y la parte inferior, donde los apóstoles se maravillan ante el suceso.

Estos tres planos no aparecen separados. Tiziano emplea varias técnicas para conseguir el efecto unificador. Una de ellas es el uso de los colores, en especial del rojo que es aplicado en los tres espacios. El segundo método empleado con gran acierto es el tratamiento de la luz. Es ampliamente conocido por los seguidores y amantes de la escuela veneciana que esta se caracterizó por la fusión que llevaban a cabo de la luz y el color, fusión a la que Tiziano le saca provecho en este lienzo; justamente, realiza con maestría las famosas veladuras, que consistían en pintar capas muy tenues de pintura, casi transparentes, logrando que el color de la capa inferior cambiase; si a estos efectos lumínicos y de color sumamos el tercer elemento manejado por el artista, que no es otro que la perspectiva aérea, tenemos la mencionada unificación de los diferentes planos. Destaca el movimiento de los personajes quienes, en su lenguaje gestual, -el brazo alzado del apóstol que está de espaldas, la mirada del querubín dirigida hacia arriba y, por supuesto, la posición de Dios Padre quien mira hacia la Virgen – logran otorgarle al cuadro conexión y armonía en su estructura. Veamos la composición imaginando unas figuras geométricas: hay una suerte de pirámide cuya base está constituida por los apóstoles y el vértice superior sería la Virgen, quien, a su vez, participa en un círculo que abarca su propia figura y la del Padre celestial. Una alegoría suprema: ¡la Virgen María no solo participa de ambos mundos, terrenal y celestial, sino que es el vínculo entre ambos!

Tiziano ha pintado los personajes del óleo con dimensiones importantes; las dota de movimiento, como he descrito, y la doble perspectiva, originada por el juego de miradas cruzadas arriba y abajo, le imprime al cuadro un fuerte dinamismo.

No se queda allí la brillantez del insigne maestro. La fuerza en el uso de los colores y la luminosidad dorada pertenecen a una estudiada y calculada Mise-en-scène, que bien sabía Tiziano cómo la llevaría a cabo. Era de su conocimiento que el lienzo sería ubicado en el final de un hermoso altar de estilo gótico, donde estaría en medio de efectos de contraluz, que se podían neutralizar con la indescriptible luminiscencia que emana de La Asunción de la Virgen.

¡Grande, Tiziano! Trascendiste los siglos y nos dejaste también como enseñanza que la producción en el Arte, en tu caso la Pintura, ha sido una manera muy peculiar de predicar.

@yorisvillasana