
Si un extraterrestre apareciera ahora en Venezuela, pensaría que la oposición fue derrotada el pasado 28 de julio. Su candidato, ganador de los comicios y, en justicia, el presidente electo legítimo, Edmundo González Urrutia, no pudo asumir la presidencia y está en el exilio. Miles de dirigentes de todos los niveles (comenzando por la líder de la oposición, María Corina Machado), quienes condujeron el esfuerzo para derrotar a Maduro (entonces dictador funcional y ahora, además, formal), están ahora presos, en la clandestinidad, también exiliados o, de alguna manera, inhabilitados materialmente para ejercer con algo de libertad cualquier actividad política.
El visitante sideral lo creería así porque, al revisar las redes sociales —que, aun con sus grandes manipulaciones, sesgos, mentiras y distorsiones, constituyen el único foro político relativamente abierto—, concluiría que Maduro ganó las elecciones y que la oposición está compuesta por una legión de incapaces, estúpidos y políticos corruptos.
Sería muy difícil que extrajera otra conclusión al revisar chats en WhatsApp y Telegram o redes como X e Instagram. Es cierto que el gobierno cuenta con innumerables cuentas a su servicio para manipular el debate y llevarlo donde quiere, pero es aún más cierto que muchos opositores terminan pegándose tiros en los pies, usando como propios los argumentos de sus adversarios. Si a eso se añade que Maduro y los suyos, de manera muy hábil, después de la derrota han asumido una actitud aún más arrogante que cuando se creían imbatibles, no solo el extraterrestre, hasta el ciudadano mejor informado se confundiría con tanto ruido.
Lo primero que hay que hacer para superar esa cortina de humo es tener muy claro que el 28J el pueblo venezolano le dio una tunda a la hoy dictadura. El esfuerzo de millones de ciudadanos, que constituyeron una gran rebelión democrática y electoral, no se perdió. Se logró el objetivo buscado: derrotar a Nicolás Maduro y su régimen y se hizo de manera aplastante. Más aún, con un operativo de recolección de actas extraordinario, la oposición, demostrando creatividad y resiliencia, logró probar, más allá de cualquier duda, que había triunfado. No hay instancia, organización o gobierno que no lo haya apreciado de esa manera. Muchos lo declararon, y reconocieron a Edmundo González Urrutia como presidente electo. Otros, por sus intereses o afinidades con el régimen chavista, no lo hicieron ni lo harán, pero eso no es atribuible a torpezas o inactividad de la oposición nacional.
Hay un grupo de venezolanos colaborando con González Urrutia en su necesario peregrinar por los foros e instancias internacionales donde es reconocido como presidente electo. Algunos genios del teclado se burlan, pero bien pueden ser agentes pagos del chavismo. Otros, con la cautela que impone la represión, acompañan a María Corina Machado en su valiente esfuerzo por mantener el entusiasmo en la lucha y hacer valer esa gran victoria. Asimismo, miles de dirigentes nacionales, regionales y militantes opositores mantienen, con natural prudencia, viva la llama encendida el 28 de julio, la fecha en que, para los venezolanos, se alcanzó la cumbre.
Así las cosas, para que el extraterrestre se entere: aquí ganó la oposición, y Maduro y su claque fueron derrotados. Ellos son los perdedores, que asuman poses arrogantes es otro problema. ¿Qué ocurrió entonces? Pues que, cuando era evidente la magnitud de la goleada, la dictadura se quitó la careta de demócrata y mostró su horrible faz. La victoria democrática del pueblo venezolano el 28J, la expresión clara de su derecho soberano a cambiar de gobierno y la Constitución que sacraliza los derechos inherentes a esa gesta, fueron arrojadas a la basura. Maduro y sus secuaces alteraron drásticamente las reglas del juego democrático y crearon otro escenario: una dictadura formal y material.
Consumado el golpe, no sin antes haber acabado con las vidas de un número aún desconocido de venezolanos y haber encerrado a miles en prisión, la dictadura busca lavarse la cara y reproducir el período 2018-2024. Quiere ser reconocida de facto y tolerada por un mínimo de instancias internacionales. Han aprendido que, aunque apesten a podrido, cuando hay prebendas, los demás se ponen pañuelos en la nariz y negocian con ellos. Se esconden cuando el ambiente se torna peligroso y avanzan cuando pueden. El primer paso en su estrategia: convocar de inmediato elecciones municipales, de alcaldes, gobernadores y legisladores regionales y nacionales. Cargos a repartir para todos, vengan a la feria democrática.
Pero, un momento: ese ya no es el juego. Maduro mismo cambió las reglas la noche del 28J, ¿por qué entrar en ese teatrillo de marionetas? La convocatoria a los venezolanos debería ser otra, y el debate también. Ahora que, de verdad, ya no hay santos tapados y se sabe a qué se juega, lo que tocaría discutir es cuál será la estrategia para combatir y derrocar la dictadura, y cómo ejecutarla. Mientras más rápido se concrete, más sufrimiento se ahorrará al pueblo venezolano. Lo otro sería ir a unas elecciones donde nada se elige y que solo le sirven a Maduro para seguir bailando.
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