El fiasco ocurrido en la reunión de los BRICS, en Kazán-Rusia, al ser vetado el ingreso de Venezuela, gracias a la sorprendente anuencia de uno de los históricos aliados del proceso, como es el señor Lula, y la dura posición del Grupo de los Siete (G7), integrado por las principales economías industrializadas del mundo (Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos) en su reunión la pasada semana en la provincia de Frosinone Italia, de quienes tanto se necesita en estos momentos por sus capacidades de inversión financiera y conocimientos técnicos; al dejar claro, en su última declaración, sin un ápice de exceso semántico, su malestar por la falta de transparencia del gobierno con los resultados del proceso electoral del 28J.
Lo sucedido en los dos eventos anteriores obligan a reflexionar sobre ¿Por dónde comenzar; qué hacer y cómo reinsertarse? en esta nueva sociedad industrial, ya no del carbón ni de los hidrocarburos, si no promotora de las energías renovables, de los coches eléctricos, de la nueva economía, de las criptomonedas, de las finanzas digitales y en particular de la defensa de los derechos humanos.
Siendo estos son los escenarios previstos a la vuelta de la esquina se encuentran nuevos retos y desafíos en materia internacional. Al frente de la política exterior, se necesitaría de un Clemente de Metternich, de un Barón de Rio Branco o un Pedro Gual para superar los desafíos que amenazan nuestra integridad; sin embargo, al contar con estas figuras, lo deseable sería una persona con las cualidades y capacidades del caso; que esté a la altura de las circunstancias y retos que imponen las relaciones internacionales, para que no suceda lo ocurrido en Rusia y Brasil.
En este contexto el “país potencia” -como algunos lo llaman-, requiere de una diplomacia de altura, de un Servicio Exterior profesional; de carrera como son los de Brasil con Itamarati, el mexicano con Tlatelolco o el Palacio de San Carlos en Colombia, como se tuvo entre 1961 y 2005, cuando el ingreso a la carrera era por concurso.
La agenda internacional, entre tantos retos y desafíos, demanda un cambio de timón estratégico, en la conducción de la política exterior y las relaciones internacionales, de forma de no caer en cantos de sirena como fue el capricho de ingresar al Mercosur, del cual fuimos suspendidos a los pocos años por incumplimiento de sus normativas. Ahora pretender forzar la barra para ingresar al grupo de los BRICS, el cual a pesar de representar 25% del PIB mundial; de concentrar 16% del comercio global, concentrar 42 % de la población mundial, es decir, una tercera parte del territorio del planeta y alrededor de 20% de la inversión mundial; lamentablemente, Venezuela a pesar de sus grandes recursos naturales y minerales, no representa ningún atractivo para esta heterogénea y ambigua asociación.
Una revisión de las relaciones vis a vis con cada miembro del BRICS revela que ninguno de ellos ofrece el más mínimo beneficio. La relación comercial con todos los países del BRICS es negativa con excepción de la India, la cual presenta un saldo positivo en los últimos dos años con un superávit de 39.258 miles $ para el 2022 y 47.022 miles de $ el año pasado, siendo el producto bandera de nuestras exportaciones, los “Desperdicios y desechos, de aluminio ( Cód. Arancelario 760200); producto que ocupan la décima novena posición de las importaciones mundiales de India, con un valor de 3.627.544 miles de $; lo cual demuestra que aunque los BRICS jueguen un papel en la economía mundial, Venezuela como socio comercial no tiene la mayor relevancia, aunque se tengan las mayores reservas petroleras mundiales, las cuales necesitan de inversión extranjera para su explotación, algo que no caracteriza a los BRICS.
La política exterior y las relaciones internacionales no son planas ni verticales, conjugan factores y elementos transversales donde se juega el interés nacional, la soberanía, la seguridad del Estado y su integridad territorial, como en el caso del Esequibo; por lo cual, su conducción debe reposar en los más preparados, en los más capacitados. Estos desafíos implica tener al frente del Ministerio de Exteriores a una persona que no necesariamente sea un diplomático como tal, pero si una persona con cualidades muy particulares como amplios conocimientos: de la historia, la política, la economía y la cultura internacionales; Habilidades diplomáticas “per se” en negociar, persuadir y construir consensos y una visión estratégica, clara en los intereses nacionales a largo plazo y la capacidad de formular estrategias para alcanzarlos.
El trabajo de los responsables de diseñar la política exterior para la recuperación de Venezuela requiere considerar la transversalidad existe entre los diferentes factores que se mueven en ese tablero que son las relaciones internacionales.
Resumir la tarea a cumplir en materia internacional no es fácil; sin embargo, un decálogo a estos efectos tendría que partir de una revisión de las relaciones bilaterales a la luz de la premisa del ex primer ministro inglés Lord Palmerston (1875), cuando manifestó que los Estados no tienen amigos ni enemigos, sino intereses. A partir de esta premisa se hace necesario recomponer en su justa medida, las relaciones con los países amigos y no tan amigos, con especial atención a nuestros socios naturales, Estados Unidos, la Unión Europea. Esta recomposición implica el regreso a los organismos multilaterales: la CIDH, el Ciadi, el Banco Mundial, donde no se cuenta con representación oficial desde 2018. El regreso a los multilaterales conlleva repensar si se continua con los mecanismos de integración o conviene la vía de los acuerdos de libre comercio, sobre lo cual la opinión de los sectores productivos hay que escuchar, aunque estén en el “cuartico de al lado”; en este contexto, es necesario contar con los mecanismos de cooperación técnica y financiera, no como país donador sino receptor de la cooperación internacional, junto con las inversiones extranjeras, esta la cuantificación y renegociación de una deuda externa indeterminada . Este decálogo no puede terminar sin – Recomendar un cambio de estrategia en el caso de la reclamación del Esequibo por un lado el reconocer la jurisdicción de la Corte Internacional de Justicia, así como revisar las relaciones con el Caricom.
Se debe pensar que con la reinserción de Venezuela, el desarrollo de una política exterior cónsona con nuestras capacidades e intereses permitirá volver a ser el actor válido y confiable en el concierto internacional hasta finales del siglo pasado y principios de este siglo.
Sin pretender ser conclusivo en este análisis, la política exterior de Venezuela ha sido moldeada por factores internos y externos, y ha experimentado grandes transformaciones a lo largo de las últimas dos décadas y media. La principal prioridad de la política exterior venezolana es superar la crisis interna y obtener el reconocimiento internacional. Para ello será necesario reconstruir las relaciones bilaterales y multilaterales dañadas por la antidiplomacia verbal y buscar nuevos socios comerciales, considerando las nuevas realidades políticas y económicas de la región. El futuro de la política exterior y de las relaciones internacionales dependerá de la disposición y voluntad política de los responsables para reinsertarse con los aliados naturales con nuestros intereses.