Padecemos tantos males en este país que los que se van sumando tienden a durar poco, a diluirse en el conjunto. La semana pasada vivimos un episodio bastante triste para la oposición venezolana y su capa dirigente. Pero a estas alturas ya como que hicimos el balance de lo que supimos y lo que no sabemos, y probablemente no sabremos por un buen rato, y lo dimos por archivado en lo esencial. Dije triste pero pudiese decir trágico (una decena de muertos, varias de detenidos y seguramente torturados… y lo que puede venir). Y también torpe, rocambolesco, absurdo. Por A o por B se le permitió a la dictadura montar una trampajaula en que quedó mal colocada la dirigencia opositora, incluido su líder. Y ya todos sabemos, por estruendosas, que es ya la tercera de la misma contextura extravagantemente incomprensible. Por último, dejó ver una muy fea fisura, descaradamente pública, de la oposición, de sus pares por más cercanos y hegemónicos. Flotan unas preguntas que quedan ahí, colgando. ¿Hasta qué punto el acontecimiento atentará contra la unidad opositora, en su núcleo más fuerte?, ¿cuánto se habrá dañado la figura del líder en esta turbulenta y equívoca sampablera, a pesar de que sus razones son mucho más verosímiles que las trapacerías y vulgares mentiras del gobierno felón?, ¿pero capitalizará la mayor ganancia la tiranía de ese sucio montaje en esta hora de miedo y encerramiento, ejerciendo su hegemonía mediática y con temibles armas al cinto? Pues veremos. Y de verdad que no creo importante abocarse a indagar esta intriga de mercenarios con cara de mercenarios, traiciones por aquí y por allá, estrategas chambones y burdísima trama. Pero ante todo porque se produce en un instante que puede ser apocalíptico, fúnebre, para este país. La víspera de una demolición que probablemente apenas podamos atenuar mínimamente. Y no hay otra tarea que esa y no el tedioso juego de mesa (menos de mesita) político de cuarentena.
Que esta chambonearía suceda casi el mismo día en que un informe de la Academia de Ciencias asegure que se avecina un crecimiento exponencial de la pandemia que pudiese llegar en semanas de 1.000 a 4.000 casos diarios, cifras coincidentes con las perspectivas del competente equipo sanitario de la Asamblea, en uno de los países con una de las economías más deterioradas del planeta y por ende con un equipamiento sanitario del más ínfimo nivel, nos pone al borde de todos los abismos y los cementerios. Ha sido refutada y amenazada por el sabio Cabello. Además, en manos de un gobierno despreciado por los países democráticos más desarrollados y por ende impedido de acceder a muchas de las oportunidades de financiamiento y ayuda exterior para paliar en algo el maldito virus. Siniestra víspera que merece otras lides.
Para empezar, para los opositores, y por mera decencia, tratar de restablecer y mostrar la unidad en sus filas, lo que implica obviamente cerrar el caso de Macuto. Y buscar una salida pronta a la crisis que por lo visto hay que inventarla. Eso pasa por una muy simple constatación. La oposición está hoy necesariamente ligada al destino de Juan Guaidó. Al que apoyan el bojote de países, el que aguanta una asamblea asaltada y dividida por unos truhanes, el que la gente parece querer, todavía, digo. El que no tiene rivales tangibles. De manera que si pecados hubiese cometido, la penitencia será para más luego.
Por ahí dijo el guaireño que salir de Maduro era cuestión de vida o muerte. No es un eslogan para la crisis, es la verdad verdadera. La carta a jugar, sobre, debajo, marcada, en la manga… no lo sé. En todo caso, que no la escoja J. J. Rendón. Pero sí que hay que apostar, ya, o empezar a construir tumbas comunes y a que la gente haga lo que suele hacer para comer cuando no la encuentra, saquear. Y la violencia viral y el hambre podrían llevarnos al fondo, al último círculo, porque claro que hay fondo. Los humanos venimos y vamos hacia la nada, estos días se lo dicen a toda la especie unos seres invisibles y crueles.
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