El discurso y el desarrollo de la campaña electoral colombiana han colocado en el tapete dramas ancestrales del país vecino. Se ha puesto de relieve la urgencia de producir cambios en muchos terrenos, pero principalmente en el de las necesidades sociales, en el imperativo de conseguir soluciones económicas que se orienten a la superación de las desigualdades que han castigado al país durante décadas.
Sin adelantarnos a calificar el acierto o el desacierto electoral colombiano, los datos muestran un ganador con una buena formación académica y con una dilatada experiencia política y de gobierno. Aunque no se conoce todavía su tren ministerial, el equipo más cercano para la elaboración de su plan de trabajo y de la estrategia de campaña estuvo integrado por personas capacitadas, abiertas al diálogo y a la conciliación, avaladas por su experiencia profesional y una manifiesta voluntad de cambio en función de la gente.
Bien dotado para entender la realidad y para interpretar tanto la frustración como las aspiraciones de la gente, el presidente electo parece tener conciencia de las dificultades, de los intereses contrapuestos, de la fragilidad de los apoyos, del efecto de los cambios en la política y la economía, de la vulnerabilidad de la opinión pública. Los posibles ministros que están siendo barajados son vistos como confiables, con formación y experiencia en todas las áreas, tanto en las económicas como en las sociales, con una visión que pone la educación como prioridad y meta permanente.
También la oferta electoral de Gustavo Petro ha sido bien recibida por la Colombia profunda. La redefinición del papel del Estado como de la participación del ciudadano y la valoración de la iniciativa privada y de la inversión como condiciones para el crecimiento han sido ejes en la discusión de los programas y en el establecimiento de compromisos.
Pero más allá de las tesis socio-políticas y de las ofertas cargadas de populismo que son típicas de todos los candidatos en todos los procesos electorales, al ahora mandatario electo le toca pasar por la dura prueba de activar soluciones que atiendan las necesidades cotidianas en medio de un entorno internacional amenazador e inestable. Una dramática realidad es el hecho de que Colombia, después de la pandemia, se califica como el segundo país más desigual de América Latina y el Caribe, según el Banco Mundial y que 3,6 millones adicionales de colombianos pasaron a engrosar las filas de la pobreza
El cansancio de los pueblos de América Latina ante la injusticia flagrante de la desigualdad se expresa crecientemente a través de la revuelta y la violencia. El país colombiano ha sido víctima de ello a todo lo largo del primer semestre del año 2022. La falta de un alivio inmediato a las estrecheces económicas puede llevar al país a la ingobernabilidad.
Por ello la nueva administración deberá utilizar lo mejor de su ingenio y Gustavo Petro deberá capitalizar el apoyo popular del que goza para diseñar una ruta crítica equilibrada que ponga las potencialidades del país al servicio del crecimiento económico, de la redistribución del bienestar y de la pacificación del país, fortaleciendo al mismo tiempo las instituciones democráticas.
Sostiene Luis Ugalde ─y es el momento de citarlo─ que ningún gobernante podrá vencer la pobreza y lograr crecimiento si no supera las etiquetas políticas y combina el liberalismo económico con inclusión social. Ugalde lo llama “la miopía de izquierda y derecha”.
Estas elecciones dejaron claro que Colombia enfrenta con desesperación un anhelo de cambio. Ojalá su nuevo líder sepa más edificar que demoler, ofrezca una propuesta creíble y realizable y comprometa a los mejores y a la mayoría con esas propuestas.