Nos hemos preguntado, o al menos hemos sentido curiosidad por saber, ¿cuál es la razón por la que, a pesar de que el nivel de popularidad del gobierno y de Maduro es tan bajo, la gente no ha vuelto a las calles a protagonizar movilizaciones políticas pidiendo su salida de Miraflores?
La razón pudiera estar en la reflexión de un viejo amigo, mecánico, quien desde el fondo del foso donde revisaba una fuga de aceite del carro me decía, a propósito de este comentario: “Julio, lo que pasa es que eso de estar protestando a cada rato lo pueden hacer ustedes los universitarios. Yo tengo que trabajar todos los días para comer. Yo lo más que puedo hacer es ir a votar cuando haya elecciones” (Por cierto, lo va a hacer por quien él llama “la Corina esta”).
Esa es la más aplastante demostración de que las sociedades toman caminos y construyen meandros, como lo hacen las aguas que, por alguna razón, encuentran obstáculos en su curso natural y, entonces, discurren por aquellos sitios por donde es más fácil fluir.
Las estupendas manifestaciones de los venezolanos no lograron el cambio político que se habían propuesto, pero no fueron un esfuerzo inútil. Esas movilizaciones están incrustadas en el inconsciente (o en el subconsciente, los expertos sabrán) como el pico más alto de movilización y de voluntad de luchar.
Lo que hoy ocurre en la conciencia colectiva es que, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, ha venido creciendo la lógica irrebatible de nuestro amigo, de acuerdo con la cual el arma del voto es la más viable y la que se tiene más a la mano para producir un cambio. Aquella fuerza espiritual que llevó a millones de nuestros compatriotas a manifestarse por ese cambio tiene ahora la expresión de una fórmula, tan cívica y democrática como la protesta callejera, que es la lucha electoral. Es la dialéctica que contiene la lógica de nuestro mecánico. Una mutación en las formas y el mismo contenido de deseo de cambio.
Hay muchas razones por las que la gente no se ha rendido. Una, seguramente la de más peso objetivo, es que las condiciones de vida de los venezolanos, antes de mejorar, han empeorado ostensiblemente. La mala noticia para Maduro es que este empeoramiento se lo achaca la gente a la gestión de su gobierno. No han podido vender con éxito la tesis del bloqueo y las sanciones. Ese cuento no se lo cree ni la mitad del llamado “chavismo duro”.
La otra razón está vinculada a la concentración de las opciones opositoras en el camino electoral. Este escenario es el que se compagina con la visión de nuestro tantas veces nombrado amigo. Aquí confluyen esa aspiración y deseo de cambio con una estrategia viable de la que pueden echar mano la mayoría de nuestros compatriotas.
Tenemos entonces, como marco de la actual realidad política, un país indignado, pero aún con esperanzas, que se está nucleando alrededor de la lucha electoral para lograr un cambio. Esta es una combinación letal para el régimen, una tormenta perfecta en su contra.
Por ahora, el sitio donde todos -gobierno y oposición- libran esa batalla es el de las primarias del 22 de octubre. ¿Por qué? Pues, porque, como decía Víctor Hugo: “Nada tiene más fuerza que una idea a la que ha llegado su momento”, y las primarias han devenido, de esa suerte, en la estrategia mayoritaria para lograr una candidatura unitaria (que no única) para enfrentar a Maduro en las próximas elecciones.
De allí que el gobierno haya incluido a las primarias en su narrativa cotidiana en los actos de campaña del PSUV y que los Luis Ratti (en todas sus versiones) ataquen por todos los flancos. Por eso, tampoco abandonan el arma del TSJ para invalidarlas y aún pende, sobre ellas, como espada de Damocles. Evalúan, día a día, el costo-beneficio de permitirlas o no permitirlas.
Es obvio que este tema de las primarias no tendría la connotación que tiene si su resultado previsible no fuera el que se vislumbra ahora. En efecto, el hecho de que María Corina Machado, un liderazgo que se sitúa en las antípodas del régimen, aparezca con la primera opción, plantea a las élites políticas venezolanas una serie de desafíos que no tenían hace algunos meses.
Para oponérsele se han ensayado toda clase de iniciativas, desde las provocaciones, a ver si la sacan del camino de las primarias y del electoral, hasta el expediente de la “inhabilitación” para no dejarla participar.
Lo cierto del caso es que no logran apartarla y tampoco bajarla de su posición de puntera. Hay interpretaciones, análisis, elucubraciones, refranes, conjuros y todo tipo de maniobras a las que han recurrido, pero nada, la señora Machado sigue allí, en su camino y en sus trece, para sorpresa de quienes no logran descifrarla.
Hay mucha gente tratando de “racionalizar” el fenómeno y tratando de hacer una interpretación de lo que ocurre. La verdad es que, en casos como estos, lo mejor es dejarse llevar de la mano de monsieur Blaise Pascal, que nos recuerda que “el corazón tiene razones que la razón no comprende”.
Y es que el caso de Machado es el resultado de un sentimiento que ha prendido en la mayoría de los venezolanos y que seguramente no tiene más explicación que es que ella se ha convertido en un eficaz instrumento de cambio y ha logrado comunicar empatía y confianza para lograrlo.
Quizás, por eso se hace impredecible y sorpresiva para sus adversarios; quizás, por eso no saben leerla bien; quizás, por eso se les está haciendo tan difícil sacarla del camino y del afecto que está despertando en la gente.
Quizás por eso mi mecánico, que una vez votó por Chávez, va a votar ahora “por la Corina esta”.