OPINIÓN

La antropología económica del igualitarismo

por José Tomás Esteves Arria José Tomás Esteves Arria

 

Todos los animales son iguales,

pero algunos son más iguales que otros.

George Orwell

Hace ya mucho tiempo (no mandaba la revolución “chavista”) que Axel Capriles me regaló su libro El complejo del dinero, quizá para que no me acomplejase de la falta de dinero. Pero aparte de la fanfarronada, el libro constituyó una mezcla exitosa de sus estudios de psicología arquetipal y su doctorado en economía. El dinero no huele como dijo alguna vez alguien por ahí. Así editores inescrupulosos han construido hasta fortunas en el periodismo “amarillista”, otros hasta incluso han doblegado totalmente a movimientos políticos enteros. De todas maneras, está en la naturaleza de la democracia aguantar a estos tábanos que pican, para que los gobiernos demuestren de qué están hechos.

Uno de los capítulos de este libro se titula “Antropología del igualitarismo”, en este sentido los antropólogos han estudiado a las tribus primitivas y a otras no tan primitivas como los gitanos, su tendencia a la igualdad. La caza, por ejemplo, es un proceso donde todos trabajan al unísono en la búsqueda de un jabalí, o de un ciervo, o cualquier otro animal incluidos los monos. El reparto de la caza se reparte igualitariamente. Elías Canetti, en Masa y poder nos cuenta al respecto: “Quien mata junto con otros, también debe compartir su presa con otros. Con el reconocimiento de este reparto comienza la justicia. Su reglamentación es la primera ley. Hasta el día de hoy es la ley más importante. La justicia exige que cada cual tenga qué comer. Pero así mismo espera o exige que cada cual aporte su parte para la obtención de este alimento. También este escritor, en su misma obra, nos alerta en el sentido de que en el interior de la masa reina la igualdad.

Capriles, por otro lado, nos explica en su libro que “los mercados abiertos por la expansión colonial, el creciente comercio y la acuñación de moneda facilitaron el surgimiento de una nueva clase social compuesta por artesanos, profesionales y comerciantes, cuya influencia tuvo un impacto explosivo” p.144. También  que “para 1830 la vieja élite mantuana había prácticamente desaparecido. No tenía por qué ser la excepción al efecto devastador de una guerra que acabó con 80% del ganado vacuno, redujo en 90% la superficie cultivada del país, y no solo paralizó el crecimiento vegetativo de la población, sino que la redujo en más de 25%. Así, también los godos eran personeros de una nueva clase emergente, producto de una sociedad caracterizada por su raigambre policlasista y su aprecio por la movilidad social”. p.148.

Adicionalmente, nos refiere Capriles a un concepto que comparto plenamente de que cada gobierno crea su propia “burguesía”. Paralelamente, el extraordinario libro Cesarismo democrático de Laureano Vallenilla Lanz nos menciona el hecho –nada fortuito– que en Venezuela siempre se ha considerado una deshonra llamarse conservador. Este inolvidable autor nos expresa abiertamente que “el hombre que alcanza una alta posición, eleva con él la clase a la cual perteneció y sobre ella refleja los honores que se le tributan”. Por esta misma razón la imaginación popular se complace en atribuir a los grandes un origen humilde. Sea este falso o verdadero.

Muchos observadores nacionales y extranjeros han notado la excesiva familiaridad, y trato abusivamente íntimo con los desconocidos, “mi pana “, “papá”, “brother”, “mi vida”, “mi amor”, etc. Total, los buenos modales son para los “sifrinos”. Pero por un lado, a pesar del argot o trato igualitario, todo venezolano de a pie y hasta muchos supuestamente poderosos, han pasado por las horcas caudinas el castigo de tener que contactar por los canales regulares a cualquier funcionario que detenta un cargo importante: las barreras de las secretarias, las prolongadas esperas para ser atendido (nunca para ser complacido en una petición). A todo esto se añade, el desprecio permanente de nunca devolver una llamada telefónica –Carmelo Lauría, quien ocupó cargos elevados en dos gobiernos, es una excepción a este principio, o característica típica del mando político en Venezuela–. Un escritor que una vez militó las filas del marxismo escribió en la prensa: “El igualitarismo del venezolano se expresa aquí en su forma en su forma más negativa y la actitud que tiene hacia él es la que suele tener hacia el primero de la clase: una admiración fastidiada y entremezclada de envidia”.

Total, el igualitarismo nos hundió para siempre. Se eligió presidente de la República a Hugo Chávez Frías no por su talento o capacidades explícitas o sus potencialidades, sino por su llaneza, su ordinariez. Acabó con Pdvsa no para hacer más próspera a la nación venezolana sino para hacerle sentir a la tecnocracia que allí dirigía quien era el verdadero amo de la hacienda. Quienes apostaron a que se podía utilizar al hombre de Sabaneta se llevaron su gran sorpresa. Desde el dueño de Avensa hasta Luis Miquilena. Quienes pensaban o ansiaban que iban a vivir mejor y había llegado la hora de la redención social, ahora están suplicando por una caja CLAP o están en camino al exterior por los pasos de la frontera colombiana, y otros residen hasta en la frontera con México ansiando llegar al paraíso capitalista de Estados Unidos, que no es un paraíso sino una tierra de trabajo y de respeto por las leyes.

Ojalá hubiese un político venezolano que explicase a las masas hambrientas de pan e igualdad, que ha sido precisamente el capitalismo que ha tenido éxito en el progreso económico, y en crear una prosperidad para todos, y no exclusivamente para los detentores del poder.