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La angustia venezolana por la democracia

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El 23 de enero de 1958 Venezuela decidió estatuir una “democracia constitucional”, la cual aglutinaría a individuos conceptualizados como seres libres e iguales. Un régimen calificable, asimismo, como “democrático liberal”, para hacer posible “el contrato social”, conforme al cual acordamos definir nuestros derechos y deberes básicos, así como las condiciones para hacerlos realidad y guiados por la racionalidad. Asumimos, consecuencialmente, que todos tendríamos acceso a la igualdad de oportunidades en aras del propio desarrollo y que lograríamos por nuestros esfuerzos. No derivada de “un estado dadivoso”, arma de la demagogia, opuesta a la moral de “una legítima sociedad”. El régimen alecciona en lo concerniente a la esperanza de un pueblo que hasta recién había padecido una de las tantas dictaduras de su acontecer histórico. Se trató de una democracia de partidos y a ellos integrados la mayoría de los venezolanos.

La democracia delineada en la Constitución de 1961, documento político, para el académico Allan Brewer Carías, “más avanzado del momento”, quien, asimismo, nos afirma que ha de considerarse un auténtico “pacto pluralista” representativo de las aspiraciones de todos los venezolanos”. El documento constitucional, elogiado en las Américas y fuera de ellas, arrancó con una fuerza tan definitiva como para que se eternizara, mas, fallece cuando estaba a punto de celebrar su cumpleaños número 41. Estaba no tan vieja, pero sí enferma y en los pueblos, por muy bien que se les gobierne, nunca reina una total satisfacción, aprovechable por quienes aspiran a conducirlos, “unos pocos”, pero que terminan siendo “unos cuantos”. Las reglas de la civilidad democrática, sólidas en la medida del nivel de ciudadanía y de los beneficios sociales de la gestión de los gobiernos, suelen desvanecerse como “contagiados terminales” y sus lamentos son aprovechados por la “triada” con los ojos puestos en la toma del gobierno, en la mayoría de los supuestos, para satisfacción de las ansias de poder y anhelos, desviaciones personales y una dosis significativa de egolatría. En criterio de las profesoras venezolanas Mirian Rincón Maldonado y María Alejandra Fernández la vigencia del régimen a partir de 1958 se sustentó en la relación triangular entre “fuerza, poder y derecho”, pues el sano equilibrio de estos tres elementos produce la estabilidad democrática, en virtud de la fuente legitimadora del Estado para aplicar sus normas y su coerción con respecto a los ciudadanos. Es ciertamente aceptable “el método en investigación cualitativa (triangulación)” mencionado por las académicas, particularmente, el cual de aplicarse como medición de la democracia venezolana 40 años después de la vigencia del Estatuto Constitucional del 61, revelaría una inocultable decadencia, generándose reacciones lamentablemente no dirigidas a corregir sus escaseces, más bien a sustituirla bajo fórmulas con consecuencias desastrosas. La explicación formal de las académicas, si nos propusiéramos derivar de ellas una alternativa, quedó reducida en criollo a “Quítate tú para ponerme yo”, adelantada por “gente que le molesta la superación de los demás y harían lo que les fuese posible para verlos hundido en la ignorancia y la pobreza”. En Venezuela ellos mismos se autocalificaron “los notables” y perdiendo la brújula Dios les castigó. Hoy el otrora régimen de libertados elogiado en el mundo, cada día que pasa se nos va más de las manos y ellos afecta a importantes, valiosos y grandes y no.

Algunos capítulos tipifican el derrumbe de la constitución democrática de Venezuela: 1. Su debilidad por el desencanto popular, inocultable ya en la década de los noventa, cuando es electo por segunda vez Carlos Andrés Pérez como presidente, consciente de la problemática, 2. El golpe de Estado de Hugo Chávez en abril de 2022, que con su “vocación histriónica” termina convirtiéndose en una especie de “salvador de las masas”, ganado las elecciones con una mayoría determinante de sufragios y 3. El enjuiciamiento del presidente Carlos Andrés Pérez, por demás irracional, injusto, inconveniente y en sentencia cuestionable y cuestionada por una Corte Suprema de Justicia cuya actuación es todavía repudiable, pues, como nos sigue sosteniendo el profesor de Derecho Penal Alberto Arteaga,  convirtió en delito lo que no era. La pujante democracia del 58, arropada por la túnica de la “orfandad”. Y en inicio de otra era, titulada, como de costumbre por “una revolución” (cambio violento y radical en las instituciones políticas), la utópica y consabida fórmula de los pueblos inestables. La de Caracas, todavía vigente, por lo menos en sus consecuencias, para el venezolano Ángel Bernardo Viso, calificable como “terrible”. De los cambios revolucionarios, solo se salva la ocurrida en Francia, no obstante, sus acentuadas críticas.

A pesar de los acontecido Venezuela no ha perdido su anhelo por la democracia, no por conocer la histórica frase de Winston Churchill “La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”, más bien y determinante por haber vivido décadas de libertad y bienestar y por el aparente arrepentimiento de que “aquellos que no aprenden de la historia están condenados a repetirla” o, en principio,  de su variable “quién no asimila de los errores del pasado está condenado a repetirlos”. Pensamos que los nativos de la patria de Bolívar habiendo vivido las últimas 2 décadas y media se han dado cuenta de que por más buena fe que pudiera reconocerse a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro no han sido acertados en las políticas adelantadas como mecanismos estables de desarrollo y que el costo es ilimitado tanto en recursos como en consecuencias. Venezuela, otrora rica, hoy es pobre, de la cual más de 8 millones han emigrado a otros países en procura de una subsistencia. La democracia como metodología de desarrollo supone conciertos entre el gobierno y la oposición, en nuestra patria son antagónicos. Y ambos diluidos, pues carecen de la fuerza, el primero para gobernar y la segunda para oponerse, en ambas hipótesis con sensatez productiva. Prueba del apetito libertario, antónimo de autoritario, es la convocatoria a unas elecciones primarias para escoger al candidato presidencial de las fuerzas opositoras a las elecciones de 2024. Acudir a la historia no es en balde, por lo que no deja de ser oportuno recordar que a la seguidilla tradicional y arcaica que había dominado a Venezuela antes y después de la década de los cuarenta, se le interrumpe en 1945 mediante la instalación de una “democratización electoral, aunque parcial”, prueba de un intento histórico para un régimen de libertades, aunque para un serio estudio de la Universidad de Navarra fue “un ensayo demoliberal posgomecista”, en el cual, sin embargo, se admite que produjo la Constitución de 1947, garante de derechos de personas y derechos civiles históricamente demandados. 10 años de dictadura acaban con el intento, para luego disfrutar de 40 décadas de innegable raigambre democrática. Pero como que cuando cada ola que llega a la orilla, el mar avanza sobre la arena, pero luego retrocede”, la atipicidad ha vuelto a reinar para los venezolanos, enredados en la polarización del sistema político, por lo que no ofrece “predictibilidad”.

La República hoy ante un nuevo intento democrático, lamentablemente, en el obscuro escenario latinoamericano, donde por la existencia de regímenes atípicos y encapsulados en “el gobernar por gobernar”, ha quedado maltratada como fórmula de desarrollo la denominada economía social de mercado y del socialismo, con respecto a los cuales se lee que “desde el siglo XIX y en el curso del siglo XX han auspiciado demandas y anhelos de mejoramiento social y personal, llegando a asociarse a las empresas de transformación humana más ambiciosas y profundas que ha vivido la Humanidad y el reto más grave que ha sufrido el capitalismo.  Pero lo más serio, se procura un sustituto, inmensa tarea. En pocas democracias en el continente se percibe la coordinación casi biológica entre quienes gobiernan, legislan y administran justicia de manera objetiva y en aras del interés general. Tampoco hay democracias resistibles a los intentos de desconocérseles, como en Estados Unidos donde el sistema reaccionó contra una tentativa de desconocimiento del resultado electoral para elegir al actual primer magistrado.

El régimen democrático demanda de conductores con la preparación y el coraje suficientes para solidificarlo. Se elogia en ese sentido a Margaret Thatcher al analizarse “la reconstrucción de su Inglaterra”, misión que suponía “sanarla por dentro, librarla de las causas de la esclerosis que aquejaba a la sociedad británica desde 1945 y que amenazaba con destruirla. La “Dama de Hierro”, como terminó llamándose, resultó electa primera Ministro y a pesar del machismo fuertemente dominante en la clase política y el lobby feminista de izquierdas. Se narra que su decisiones fueron coherentes exportándose, incluso, a Estados Unidos durante Ronald Reagan. Por supuesto, por cuanto la homogeneidad de criterio es improbable entre los humanos y mucho más en la arena política, se le endilga haber puesto en práctica recetas polémicas y radicales de economistas neoliberales. En principio, como se escucha, favorables al mercado y al dinero.

En el título del presente ensayo se utiliza la palabra “angustia”, por lo que no está demás reiterar que con la intención de poner de relieve que el clamor del venezolano es de ansiedad y de expectación penosa ante un peligro no fácil de determinar. Estamos compelidos a ejercer el sufragio y de manera eficiente. Y a seleccionar bien, tanto en las elecciones primarias como en las presidenciales subsiguientes. Quedarle mal a la patria es vergonzoso. Manos a la obra.

Comentarios, bienvenidos.

@LuisBGuerra

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