“Un hombre no está acabado cuando es derrotado. Está acabado cuando abandona” Richard Nixon

Para los pocos que quizás no le conozcan, Nelson Mandela, “Madiba” para los suyos, fue el primer presidente de Suráfrica elegido democráticamente, luego de una lucha personal y colectiva de más de 40 años contra el oprobioso régimen de minoría blanca y su sangrienta política de “apartheid”.

Su lucha comenzó desde su despacho de abogado, donde proporcionaba asesoría legal de bajo costo a muchos negros víctimas de la discriminación, y encontró su expresión política en el opositor “Congreso Nacional Africano”, donde ayudó a desarrollar una exitosa campaña por la desobediencia civil contra la tiranía. Fue encarcelado por primera vez desde 1956 hasta 1961. En 1962 fue nuevamente arrestado y condenado a cadena perpetua por sus actividades políticas. Estuvo 27 años en la cárcel, la mayoría de ellos en condiciones muy precarias y sometido a trabajos forzados. Sólo se le permitía recibir una visita cada 6 meses, y las cartas que le enviaban, revisadas previamente por sus carceleros, le eran entregadas pero también sólo una cada 6 meses.

A pesar de la presión local e internacional, el gobierno surafricano rechazó todas las peticiones para que fuera liberado. Mandela se convirtió en un símbolo de la lucha contra la injusticia del apartheid, y en un emblema de la dignidad y la perseverancia. Varias veces rechazó negociar su liberación a cambio de arriar sus banderas. En 1985, rehusó una oferta del gobierno a través de un comunicado donde decía: «¿Qué libertad se me ofrece, mientras sigue prohibida la organización de la gente?”.

Luego de ser liberado en 1990, lideró a la oposición surafricana hasta conseguir que se realizaran las primeras elecciones democráticas en su país. Ganó esas elecciones, y fue presidente desde 1994 hasta 1999. En 1993 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz, “por su trabajo para  el fin pacífico del régimen de apartheid, y por sentar las bases para una nueva Suráfrica democrática”.

El régimen que enfrentaron Mandela y sus compañeros no jugaba nunca limpio. No daba “condiciones aceptables” a sus adversarios para que le compitieran. El régimen era abusador, arrogante y sectario. Y lo que es peor, a pesar de que sus políticas provocaban miseria e injusticia entre la mayoría del pueblo surafricano, no eran pocos los negros que le apoyaban, activa o pasivamente: algunos por conveniencia económica o de trabajo, otros por miedo a perder algunas migajas a las que llamaban “beneficios”, otros porque no veían posible otra salida, y muchos porque se les había convencido que el régimen era inevitable, que había llegado para quedarse, y que lo que  procedía era adaptarse. Mandela enfrentó esa realidad tal cual era, y no condicionó su lucha a que existiera otra más fácil. Vio sus esfuerzos frustrados y postergados muchas veces. Y en vez de desanimarse, apelaba a una de sus frases favoritas: “La mayor gloria no es nunca caer, sino levantarse siempre”.

Si Mandela hubiese sido venezolano, y su lucha de constancia infatigable y unitaria se hubiese desarrollado en nuestro país y por estos días, posiblemente algunos de nuestros “cansados de tanto luchar” y de los “nuevamente frustrados porque el gobierno no va a salir nunca”, junto con “los que sí saben cómo enfrentar al enemigo”, estarían gritándole: “Mandela, ¿tú crees de verdad que vas a lograr algo con tu fe y tu perseverancia?  ¡Por allí no hay salida! ¿Por qué mejor no te rindes, te vas a otro país, o abandonas ese fastidio de la lucha política unitaria y esperas que el apartheid se caiga solo, o que algún golpe de suerte los saque del poder? Además, no deberías luchar más hasta que el gobierno juegue limpio, o te ofrezca condiciones aceptables para que puedas hacerle oposición”.  Gracias a Dios, esas voces –que también existían entre los que adversaban el régimen de discriminación racial surafricano- no frenaron la lucha de Madiba y de la oposición negra. Gracias a Dios, esas voces –por fortuna minoritarias- no frenarán tampoco las luchas de quienes no piensan desmayar en su objetivo de una Venezuela más digna de sus hijos, cueste lo que cueste, y tarde lo que tarde.

La adversidad puede derrotarnos y provocar que tiremos la toalla, o por el contrario servir de acicate para sacudir los ánimos, levantarnos y decidir enfrentarla, haciendo lo que hay que hacer. Por eso mismo, no podemos darnos el lujo de descansar en la difícil, dura pero hermosa batalla por la liberación democrática de Venezuela. Nuestra lucha, al igual que la lucha por la felicidad de nuestros hijos, no debería conocer de descansos, frustraciones o dudas, porque el objetivo vale con creces los esfuerzos por alcanzarlo.

@angeloropeza182


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