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La adulación como vicio y defecto: una tragedia

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La adulación no es nueva; de ella han disfrutado muchos dictadores venezolanos: Los hermanos Monagas, Antonio Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez. De modo que todos los que han jefaturado regímenes de oprobio e ignominia en Venezuela han tenido insectos rastreros a su lado; reptiles de la política dispuestos siempre a lamer suelas. Imbéciles oportunistas que no dudan un instante, ni desperdician ocasión para jalar. Miserable papelito en esta obra de la escena nacional.

Cuando Chávez le inquirió a Farruco Sesto, entonces orondo ministro de su gabinete de anime, sobre los planes de vivienda, el inefable y multidisciplinario funcionario dio por respuesta: “Presidente, con los planes que usted está anunciando y gracias a su conducción, no tengo dudas de que vamos por buen camino y el problema será superado en 15 años”. Así demostró aquel que en la 5ª sabe jalar.

Las clases dominantes conocen el poder del arte, aunque finjan ignorarlo, también las trapisondas para incorporar al artista a su entorno; aprovechan el poder que ostentan, para incorporar a su entorno también a deportistas y a otros que les aplaudan.

Ni los más torvos déspotas ignoran cuánto puede hacer una dádiva, una canonjía para que artistas se acerquen a sus cortes. Es así, la barbarie prefiere espejos complacientes, a aquellos de la madrastra que les diga la verdad sobre sus fechorías y fealdades.

Los mismos que hoy adulan a la barbarie, se empeñan afanosamente en ocultar la tragedia que aquí padecemos los venezolanos. En nuestro país se violan a cada rato, inmisericordemente, los derechos humanos desde la negación de apertura de canales humanitarios (en su momento) para medicinas y alimentos, como la persistencia en mantener en mazmorras a presos político, impidiendo la realización de elecciones, permitiendo y aupando a represión criminal que asesina a manifestantes y un sinfín de penurias que no caben en este espacio.

Para bien, en el mundo saben, conocen y les consta la grave crisis que vivimos en Venezuela, impronta de aquel desquiciado golpista que en mala hora encarnó la suma total de todos los defectos morales, el mismo que insurgió en intentona sangrienta en contra del gobierno democrático de Carlos Andrés Pérez, en 1992.

Ha sido mucho el daño causado, son ya casi veinte tortuosos años de una pesadilla coloreada de un rojo alarmante, de modo que no habrá lugar –por recóndito que sea– donde puedan estos malandros pavonearse y exhibir el dinero mal habido que los descubre en toda su grosera desnudez.

Cuentan que un tal Vidaurre, intendente de Lima, se postraba en cuatro patas para que Bolívar pudiera subirse al alazán árabe que le había obsequiado la municipalidad. Cuando José Tadeo Monagas preguntaba la hora, tenía cerca un adulante que le respondía:

– “La que usted quiera que sea mi general”.

Un ministro al que Guzmán Blanco despidió a insultos gritados, en público, respondió, cuando iba saliendo en estampida del despacho presidencial:

-“Hasta en lo malcriado te pareces al Libertador”. Guzmán, al que le gustaba que lo compararan con Bolívar, lo perdonó.

Otro le dijo al chaparrito Cipriano Castro:

-“Mi general, los hombres de verdad se miden de las cejas hacia arriba”.

Y como el “mono lúbrico” tenía la frente empatada con las espaldas, se sintió en las nubes.

Como se observa, la adulación ha existido en toda la historia de la humanidad siempre asociada a lo perverso. Hoy estamos en la época escrotocrática del siglo XXI. No olviden que Luis Alberto Crespo, sin desparpajo alguno, afirmó: «Chávez, iluminador y creador de una nueva patria, fue y será el gran poeta de Venezuela, el mejor poeta del país».  Francamente.

Seguirán brillando en las cortes de los mandones, lúgubres payasos capaces de componer poemas y manejar palabras. Vergüenza da el servilismo de intelectuales que se venden a la satrapía por un plato de lentejas. Intelectuales o artistas de alquiler, dispuestos a recoger la limosna del déspota de turno. Se puede ser un gran escritor y un pequeño hombre; un gran escritor y un enano miserable.

Cuando un filósofo mediocre que vivía a la sombra de un príncipe encontró al grande Diógenes, el cínico, preparando lentejas para comer, le dijo:

“Diógenes, si vivieras en la corte no necesitarías preparar lentejas para alimentarte”. A lo que Diógenes le respondió: “Y si tú supieras preparar lentejas no tendrías necesidad de adular a un príncipe para vivir”. ¡Qué duda cabe!, para ser jalabolas hay que ser corrupto o mediocre o en caso extremo, ambas cosas.

Yo por mi parte, digo con el maestro Rafael Cadenas: “Nos seas juglar de ningún caudillo”.

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