Finalizando el período constitucional de presidente Joe Biden y corriendo el tiempo de transición para la toma de posesión del nuevo presidente electo, Donald Trump, como ocurre normalmente en cualquier democracia en el mundo y donde los equipos deben estar en permanente comunicación, hemos visto en las últimas decisiones un recrudecimiento del gobierno de Biden en relación al gobierno de Venezuela, en donde la política de dialogo y flexibilización han terminado siendo puesta de costado, con nuevas sanciones y con el reconocimiento del presidente electo, Edmundo González, en las pasadas elecciones del 28j, con lo cual, resulta interesante tratar de desglosar dichas relaciones de amor y odio entre ambas administraciones gubernamentales para tratar de entender en que momento nos encontramos ahora.
Este es un tema en en el que las opiniones están encontradas dependiendo del sector en el que se sitúe el actor político o el lector, pero además, éste genera en una u otra posición descalificaciones o aprobaciones, por lo que hay que tratar de analizar estos eventos políticos no desde la pasión y la querencia sino con una mirada fría para tratar de determinar si en verdad fueron exitosos o por lo menos positivos los resultados de estas relaciones entre ambas administraciones (Biden-Maduro) y quién de los dos logró sus objetivos.
Los cuatro años de diálogos, al principio entre la oposición y el gobierno de Maduro con la mediación de Noruega fuese ésta en México, Catar o Barbados con el paragua americano, no tuvieron el resultado esperado por cuanto en realidad la oposición venezolana, con toda la buena voluntad que tenía, no representaba ni la fuerza ni la capacidad para negociar con el gobierno de Maduro, por cuanto no tenía nada que ofrecerle a un gobierno que lo que quería eran las flexibilizaciones de las sanciones petroleras y las financieras, y garantías políticas que la oposición representados por la Plataforma Democrática no podía ofrecer.
Después de las primarias, la oposición terminó en una situación más comprometida por cuanto quien termina legitimada para liderar el proceso político opositor era quien irrumpía en el escenario político y cuestionaba a los sectores políticos tradicionales representados precisamente en la Plataforma Democrática, modificando así una realidad política y unas negociaciones que finalizaron desenmascarándolas y donde el gobierno americano terminó asumiéndolas directamente con el gobierno de Maduro, aun cuando aparentemente pareciera que negociaba con la oposición.
La estrategia que se trazó la administración Biden fue el llegar, no importando el costo, a la realización de las elecciones presidenciales que el gobierno de Maduro las fijaba a su antojo en dichas negociaciones para el 28 de julio pasado, para ello, los americanos tuvieron que hacer numerosas y costosas concesiones que merecieron críticas a granel, sobre todo, por parte de la oposición venezolana, pero el gobierno americano estaba convencido que si se realizaban las elecciones la oposición las ganaría como en efecto ocurrió.
Lo que tal vez les sorprendió a los americanos al igual que a Lula y a Petro, fue la falta de palabra y del compromiso por parte del gobierno venezolano de respetar el resultado y terminar dando el golpe a la mesa, no reconociendo el triunfo opositor de Edmundo González, sobre todo, con la sorpresa para el gobierno, por parte de MCM, que había organizado un CNE paralelo que permitiría conocer en tiempo real el resultado de los escrutinios. Fue un “As Político” inesperado para el gobierno venezolano y que ha sido la garantía para demostrar al mundo el triunfo opositor.
La estrategia del gobierno americano fue impecable y acertada por ese convencimiento de que la oposición ganaría las elecciones y el haber entrampando así al gobierno de Maduro en ellas, poniéndole esa concha de cambur, de tener que aceptar la pérdida y encaminarse a un proceso de apertura democrática o el no reconocerla, deslegitimarse y aislándose aún más de la Comunidad Internacional, perder inclusos aliados tradicionales de la izquierda democrática del continente y Europa, además, de otras consecuencias.
En este forcejeo, este primer round lo ganaron los americanos, ahora nos toca esperar que la administración Trump entre y defina cuál será la relación con el gobierno de Maduro. Se puede desprender de los nombramientos de los asesores para los cargos más importantes que tienen que ver en la relación con Venezuela que será beligerante o dificultosa, aunque el énfasis del nuevo Presidente americano será más económico que político, no obstante, que en Venezuela se siga pensando en el petróleo como factor estratégico para Estados Unidos, pero con los planes de Trump de aumentar su producción petrolera, esa carta de negociación disminuirá su valor de intercambio, en todo caso.
Al margen de toda esta situación, que aún vemos complicada, esperemos que en el segundo round que se avecina con la administración Trump, la racionalidad y la realidad política se impongan y ambos gobiernos encuentren a muy corto plazo, un mecanismo que permita retomar la normalidad política y democrática y no nos encierren en una salida forzada por una crisis económica y social con consecuencia que los venezolanos de buena voluntad no quisiéramos que el país, después de tantos sacrificios, atravesara.