No es que Gustavo Petro sea tan diferente y especial como él cree que es cuando se sube a los atriles. Por lo visto en la segunda asamblea de la ONU da la impresión de que representa lo contrario, una repetición, «más de lo mismo», y que por eso pocos presidentas y comitivas lo han oído, desinteresados en concentrarse en una retahíla de hipérboles confusas.
Eso, para mí, es lo que ha merecido la atención durante el paso del presidente colombiano en la Asamblea General de la ONU, más que un episodio que era esperable, y hasta obvio: el que habla después del presidente de los Estados Unidos, esta vez fue Petro, enfrenta un descanso de cinco minutos que se extiende a diez, y siempre el presidente de la Asamblea tiene que llamar al orden.
Lo real, y en mi opinión importante, es el poco interés que ha generado el discurso de Petro. A tal punto que el equipo de audiovisuales de la Casa de Nariño (palacio presidencial) ha tenido que agregar aplausos adicionales (ver la Silla Vacía) para engrandecer un discurso soso y confuso con frases célebres como «expandir el virus de la vida».
Porque Petro ha querido pasar a la historia como líder climático sin fijarse antes en ella. Ya muchos han ido al atril de la ONU a decirle a Occidente, «al norte global», que es responsable de guerras, migraciones y crisis climáticas, logrando para sus países no más que una pasajera bocanada de dignidad.
A la cabeza siempre se me viene el «aquí huele a azufre» de Hugo Chávez. Era niño y su figura, en ese entonces divertida, para mí se convirtió luego en una imagen corrosiva, como el ácido sulfúrico. Todavía incluso algunos presidentes temen que llegue algún fanático de Fidel Castro y hable por siete horas, como el dictador cubano lo hizo en 1960.
Petro se inscribe en este grupo de retóricos, que hasta la saciedad señalan a los culpables de la falta de desarrollo de Hispanoamérica, en vez de aprovechar 20 minutos para convencer el por qué debemos importarle más al mundo. Con el paso de las décadas va siendo hora de que las «Venas Abiertas» del uruguayo Eduardo Galeano nos den un respiro y entendamos nuestro región más allá del victimismo, de ese arielismo manifiesto.
Lejos de convencer al mundo de que Colombia es el país más biodiverso del mundo y, por tanto, resulta esencial en la lucha contra el cambio climático, a Petro le puede más esa nostalgia de reivindicar a Allende, de citar guerras injustas, de plantear distopías climáticas.
En Nueva York, una vez más, ha despertado el bostezo de los asistentes y unos pocos aplausos. Es el camino del que se viste de héroe, pierde el tiempo y sale a la calle como un transeúnte más, la paradoja de un líder personalista que navega en su propia vanidad intelectual e ideológica.
Artículo publicado en el diario El Debate de España