En las elecciones de diciembre de 1983 se enfrentaron en la contienda presidencial, por Acción Democrática, Jaime Lusinchi; por el partido socialcristiano Copei, Rafael Caldera; mientras que por los partidos de izquierda se habían postulado Teodoro Petkoff y José Vicente Rangel. Gobernaba Copei con Luis Herrera Campins, uno de los presidentes más honestos y cultos de la historia de Venezuela. Con una participación récord de 87% del registro electoral, Jaime Lusinchi ganó la Presidencia de la República con 3.773.736 votos, lo que representó 56,72%; mientras que Caldera obtuvo 2.298.176, es decir, 34,54%.
En los días posteriores a esas elecciones se presentó una discusión en el seno del partido Copei sobre las causas de la derrota. La discusión se estaba dando en todos los niveles de la organización pero los protagonistas principales eran el propio excandidato Rafael Caldera y el presidente Luis Herrera Campins. Mientras Caldera responsabilizaba de la derrota al gobierno de Luis Herrera diciendo que el “voto castigo” fue determinante en el revés, Luis Herrera en un juego de palabras sin eludir la responsabilidad de su gobierno, cuya popularidad estaba por el suelo, manifestó que en esas elecciones no operó el “voto castigo” sino el voto “castigó”. Dijo Luis Herrera que el voto castigó al gobierno, castigó al partido y castigó al candidato. Ese fue un debate que quedó para la historia entre dos titanes de la democracia venezolana.
Algo parecido va a ocurrir en las elecciones del próximo 21 de noviembre. En medio del festival electoral tenemos un pésimo gobierno que a la vista está que gobierna muy mal, pero que se presenta unido en una alianza perfecta entre el PSUV y sus partidos aliados.
Por otro lado está la oposición, encabezada por Juan Guaidó con la Mesa de la Unidad Democrática (MUD); pero a su vez esa oposición está dividida en muchas regiones, ciudades y pueblos con candidatos que se han lanzado por su cuenta haciéndole caso omiso a las directrices de la MUD, en una suerte de anarquía que refleja la falta de liderazgo en la cúpula opositora incapaz de aglutinar y poner orden en la casa.
También juegan los llamados candidatos “alacranes”; auténticos quintas columnas del gobierno que simulan ser opositores pero que en realidad son instrumentos del régimen para generar la sensación de división en la oposición.
El cuento no termina aquí, porque hay candidatos opositores que no son derivados de la MUD pero que tampoco son “alacranes”, como es el caso de Henri Falcón en Lara o Morel Rodriguez en Nueva Esparta.
De tal manera que en medio de esta ensalada hay pueblos como San José de Bolívar, en el estado Táchira (donde nunca ha ganado el PSUV), en el que existen 4 candidatos de oposición. Por primera vez en los 22 años del régimen socialista, la división de la oposición puede poner al PSUV en posición ganadora. El caso de San José de Bolívar se repite en casi todos los estados, pueblos y ciudades del país.
Pero no crean que por los lados del gobierno las cosas están mejores. Aunque se están presentando con una plataforma partidista unida, el peso del mal gobierno lo cargan encima y el descontento es mayúsculo en la población que en el pasado votaba por ellos a ciegas. Maduro gobierna muy mal y eso lo están sintiendo en el bolsillo todos los venezolanos, incluidos los militantes del PSUV. Esta circunstancia podría servir de estímulo para que los simpatizantes del PSUV y sobre todo los independientes que alguna vez votaron por ellos, castiguen al gobierno votando por la oposición, como lo hicieron en las elecciones parlamentarias de 2015. Pero la circunstancia de que la oposición se presenta tan atomizada pone a dudar a más de uno a la hora de siquiera ir a votar.
Y es que, además, aun bajo el escenario poco probable a estas alturas de que la oposición se presente totalmente unida, Maduro y el PSUV no están dispuestos bajo ninguna circunstancia a dejar el poder. Cederán en algunos casos, en ciertas y determinadas gobernaciones y alcaldías; pero nada que pueda representar la amenaza de perder la hegemonía que tienen en el poder nacional.
En uno de los apartes del más reciente artículo de Elliott Abrams titulado “Lecciones del fracaso en la promoción de la democracia en Venezuela” publicado en el link https://www.cfr.org/article/lessons-failure-democracy-promotion-venezuela, se puede leer: “Los líderes del régimen deben ver una salida en la que puedan sobrevivir, o rechazarán el cambio. Los líderes del régimen deben estar sintiendo los rigores de las sanciones que les impide hasta viajar, pero para aceptar que los saquen del gobierno, deben tener garantías que les permita sobrevivir después del cambio de régimen. Si sienten que el cambio significa largas penas de prisión y penurias, lucharán hasta la muerte para resistir..…..” . (Subrayado mio).
De manera tal que, aún cuando gobiernan mal, dadas las amenazas de cárcel que penden sobre ellos, no entregarán jamás el poder por las buenas. Y si es necesario hacer trampas para ello, las harán. En ese caso no hay auditoría ni observación internacional que valga. Si no gano, arrebato. Así de sencillo. Pero en estas elecciones, con una oposición tan fraccionada, no será necesario hacer trampa, porque con 20% o menos de los votos el PSUV va ganar limpiamente la gran mayoría de las gobernaciones, consejos legislativos, alcaldías y consejos municipales del país. Esta realidad, en lugar de alegrarlos, debería causarles tristeza, porque eso de tener que depender de la división de la oposición para ganar, refleja una falta de auténtico liderazgo frente al país. Habrá sus excepciones como Manuel Rosales en el Zulia cuyo liderazgo aluvional no le hace mella en nada, la división de la oposición.
Pero en estados, ciudades y pueblos donde no exista un liderazgo claro, el fraccionamiento en las filas opositoras hace muy difícil que su electorado vote a ciegas. El elector común, preferirá quedarse en su casa ocupándose de sus asuntos personales o viendo televisión. Porque si bien es cierto que la oposición auténtica está representada por los candidatos agrupados en la MUD, no todos los candidatos opositores son “alacranes”. En esa ensalada tiene mucho que ver la compleja diatriba, en la que más allá de la falta de unidad efectiva, existe una falta absoluta de “unidad afectiva”, lo cual impide que la primera se materialice.
Es por ello que frente a este panorama, el pueblo llano, chavista y opositor, optará por castigar no solo al mal gobierno sino también a la mala oposición y en un acto de rebeldía ejemplarizante, se abstendrá de acudir a las urnas el 21 de noviembre.
En todo caso, la última palabra la tiene el mismo pueblo venezolano que con su sabiduría sabrá qué hacer. Lo que el pueblo diga es palabra santa. La voz del pueblo es la voz de Dios. O como diría Rafael Caldera: “El pueblo nunca se equivoca”. Amanecerá y veremos.
@JotaContrerasYa