El viaje del presidente Biden me hizo acordarme de Henry Kissinger y a diferencia de su diplomacia viajera, nada substancial salió del otro, tanto que casi inmediatamente desapareció como noticia, ya que no había nada substancial, más allá de la retórica de los gobiernos.
Estuve muchos años enojado con Kissinger por su responsabilidad en la creación de condiciones para el golpe de estado de 1973 en Chile, como también cuando se supo que eludió la citación de un tribunal en Francia y los juicios de familiares de víctimas en el propio Estados Unidos. Después entendí que era también época de guerra fría y terminé de reconciliarme con su libro monumental sobre China. Hoy le reconozco lo mismo que muchos, es decir, su gran conocimiento de historia y su compromiso con principios de realismo, que a los 99 años siguen vigentes en sus consejos sobre Rusia o el medio oriente.
Se le puede encontrar o no la razón, pero su visión hace falta en la política mundial, su visión de Estado, de continuidad estratégica de una potencia, de líneas azules por las que navegar y de rojas que no deben ser traspasadas. Kissinger es un recordatorio que la que todavía es la primera potencia no puede conducir su política exterior a través ya sea del buenismo o arrancando de sus responsabilidades, quizás Obama en un caso y Trump en el otro. Recordé sus enseñanzas durante el periplo del presidente Biden, ya que no pude responderme la pregunta de qué justificaba ese viaje como tampoco logré ubicar quien la respondiera, porque no hubo nada que no se pudo conseguir sin abandonar Washington.
Mas allá de lo que se dice sobre su salud, lo de Biden es llamativo toda vez que, en más de cuatro décadas en la primera línea como senador y vicepresidente, ha ido muchas veces a Israel y Arabia Saudita, aunque Lapid y Bin Salman son relativamente nuevos para él. Además, hablamos de países que son principales aliados de Estados Unidos en la región desde los años cincuenta en el caso de Arabia Saudita, y desde la guerra de los 6 días (1967) en el caso de Israel.
El gobierno de Israel es interino y si se les cree a las encuestas, a fines de año Netanyahu podría volver a gobernar, aunque en forma precaria sin clara mayoría, y otros sondeos muestran que, en noviembre, Biden podría enfrentar un resultado electoral que lo deje en minoría en el Congreso y como un presidente que no va a la reelección. Por lo tanto, todos necesitaban anunciar algo, tuviera o no importancia, partiendo por el saudí, motejado de asesino.
No la tenía mayormente el anuncio de las dos islas del mar rojo que enfrentan la salida de dos puertos, uno de Jordania y otro de Israel, cuya situación desde el punto de vista militar no cambia para Israel, ya que existía un acuerdo no escrito desde hace un par de años. Por lo demás, más allá del efecto político-comunicacional, el país más favorecido en lo jurídico es Egipto.
Lo mismo se puede decir del viaje directo de Biden desde Israel a Arabia Saudita, toda vez que trayecto similar había sido hecho solo sin anuncio previo por lideres políticos, militares y de inteligencia desde Tel Aviv, incluso se ha sabido después por “trascendidos” entregados a medios de comunicación tanto del reino como de Israel. Bueno que haya ocurrido, pero calificarlos de “histórico” es al menos una gran exageración.
Y al igual que el día anterior no van a haber relaciones diplomáticas formales entre Arabia Saudita y ningún gobierno israelí, tenga o no presencia árabe, las que solo van a llegar cuando Israel llegue a un acuerdo para la creación de un estado palestino independiente. La razón es que, a diferencia de los reinos menores del golfo Pérsico, Arabia Saudita no puede proceder de otra manera, ya que es el rival sunita del chiismo iraní en el liderazgo de todo el mundo musulmán. Pero al mismo tiempo, y desde hace unos años, hay relaciones cada vez más estrechas en temas de seguridad, inteligencia y militares. La razón es una sola, tienen un enemigo común llamado Irán, que busca destruir a ambos y el mundo árabe busca en Israel la necesaria voluntad militar de un aliado, que ya no observa en la Casa Blanca. Por lo demás, como ejemplo, Bolivia y Chile no tienen relaciones diplomáticas desde 1978 a nivel de embajador, solo consulares, y las relaciones son normales.
Ningún cambio hubo, y difícilmente podría haberlo, en la relación en terreno entre Israel y los palestinos, tanto que apenas salió de territorio israelí, Hamas lo despidió disparando cuatro cohetes. Si algo mostraron las protestas palestinas a la visita, es la enorme soledad del envejecido liderazgo en Ramala, y la falta de interlocutores para negociar la paz, toda vez que hay que recordar que la gran apuesta de Israel en Oslo fue por Arafat como el único que podría tener la capacidad para llegar a acuerdos, lo que no ocurrió, y por el contrario, después del fracaso en Camp David (recomendable la lectura de las memorias de Clinton acerca de su responsabilidad), Arafat ordenó una última Intifada, situación que no sufrió modificación hasta su muerte, y de la cual, y como respuesta a muchos atentados, el actual Muro está todavía visible, y reforzándose.
La realidad actual está marcada por una especie de distanciamiento o agotamiento de varios países árabes con el tema o al menos el liderazgo palestino (también visible en acercamiento a Israel de Turquía), la novedad de un partido islamista apoyando a un gobierno judío en Israel, y sobre todo, el reconocimiento tardío de los Pactos de Abraham, que efectivamente fueron el avance más significativo en el medio oriente desde el apretón de manos de Rabin y Peres con Arafat, en los jardines de la Casa Blanca de Clinton.
Ese elemento debe haber sido difícil para Biden, ya que significaba reconocer un logro de Trump, que en otras condiciones pudo haber sido material para Premio Nobel, y solo la personalidad de excesos del expresidente lo hizo tóxico para los noruegos.
¿Qué hay entonces detrás del viaje de Biden? Un solo elemento, la necesidad de petróleo tras la invasión de Rusia a Ucrania y también las sanciones a Moscú. Doloroso debe haber sido para un presidente en ejercicio de Estados Unidos reunirse con el regente saudí, después de haber dicho algo que está probado como es su participación en el horrible asesinato del periodista Yamal Jashogi en el consulado saudí en Estambul. También esta filmado.
Difícil debe haber sido, sobre todo por los anuncios de campaña de transformar a Bin Selman en “paria” internacional. Con la invasión hubo cambio de prioridades, y aparentemente Washington se dio cuenta cuando ni Riad ni Abu Dabi le contestaban el teléfono, tanto que se tuvo que pedir la intervención de Macron, y en TV se ha mostrado cuando este le comunicaba la respuesta recibida que no había petróleo disponible y que la única posibilidad era que Estados Unidos produjera más, lo que no se puede hacer, ya que significaría una profunda división en el partido demócrata, por el predominio ideológico de la economía verde y la promesa electoral de disminución de los combustibles fósiles, llegando incluso a preferir la negociación con Maduro. También ha coincidido con el aumento del antisemitismo en Estados Unidos y la presencia de un número creciente de representantes demócratas críticos de Israel en el Congreso.
¿Significa el viaje un regreso a la preferencia por el realismo en la política exterior de Estados Unidos? No necesariamente, ya que hoy no depende de gestos, aunque sean de saludo y acercamiento, sino del verdadero elefante en la cristalería que no es otro que Irán y su bomba atómica, que causa verdadero terror entre quienes no tienen como defenderse, es decir, el mundo árabe sunita y quien, si puede defenderse y también atacar como Israel, ha recibido mensajes de destrucción una y otra vez desde Teherán.
La verdad es que acciones y declaraciones de Estados Unidos han creado realidades y la geopolítica de la región ha cambiado, y las mejores evidencias son que Arabia Saudita ha estado conversando con Irán y que Israel ha aceptado la importancia de Rusia, por lo que han tenido una relación especial en la guerra civil de Siria, y como es de mutua ventaja, hoy ha existido una virtual neutralidad hacia la invasión rusa de Ucrania.
Ningún cambio hubo con el viaje y en un Estados Unidos polarizado, no parece que hoy exista cabida para el regreso a políticas bipartidistas, a la continuidad de las decisiones entre gobiernos de partidos distintos, y al consenso básico esperable en una gran potencia.
En ese contexto, alguien con la trayectoria de Biden parece no marcar diferencia, y en un país donde el próximo año la aguja volverá a las mismas alternativas del 2016 y 2020, a favor y en contra de Trump, habrá elementos parecidos al periodo de Nixon, es decir, profundas diferencias políticas y guerras culturales, pero al menos en política exterior, incluyendo al medio oriente, no habrá espacio para el sentido estratégico de un Henry Kissinger.
Tampoco aparece alguien de su nivel para ayudar al ordenamiento y la previsibilidad de la política internacional.
Artículo publicado por el Instituto Interamericano para la Democracia
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