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Kissinger (1923-2023)

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Cuando tenía 7 años, preguntaba frecuentemente a mi bisabuelo sobre las Guerras Balcánicas, la Primera y la Segunda Guerra Mundial, en las que él había participado. Él, cuando se cansaba de mis interminables porqués infantiles, me decía: «Con la curiosidad que tienes, y con lo que te interesan la Historia y las guerras, un día, llegarás a hablar con Henry Kissinger». Desde entonces me he preguntado ¿quién es Henry Kissinger?

La valoración de Henry Kissinger como hombre de Estado siempre será polémica. Sus detractores le reprochan sus decisiones en Vietnam, en Camboya, en la operación encubierta para derrocar al presidente chileno Salvador Allende, y muchas otras. Sus defensores destacan sus éxitos en la distensión con la Unión Soviética, la apertura de la China comunista o el acuerdo de paz entre Egipto e Israel. A Kissinger se le ha tratado al estilo del Lejano Oeste: darle un juicio justo y luego ahorcarlo: «Give him a fair trial and then hang him», como sentencia Paul Newman en el papel del juez Roy Bean (El juez de la horca, 1972). Desde que Oriana Fallaci se preguntó, no sin malicia, en una entrevista que le hizo en 1972, no es exagerado afirmar que se le identificó con su caricatura: «Este hombre tan famoso, tan importante, tan afortunado, a quien llaman Superman, Superkraut, que lograba paradójicas alianzas y conseguía acuerdos imposibles, tenía al mundo con el alma en vilo, como si el mundo fuese su alumnado de Harvard. Este personaje increíble, casi inescrutable, absurdo en el fondo, que se encontraba con Mao Tse-tung cuando quería, entraba en el Kremlin cuando le parecía, despertaba al presidente de Estados Unidos y entraba en su habitación cuando lo creía oportuno, este cuarentón con gafas ante el cual James Bond queda convertido en una ficción sin alicientes, que no dispara, no da puñetazos, no salta del automóvil en marcha como 007, pero aconsejaba guerras, terminaba guerras, pretendía cambiar nuestro destino e incluso lo cambiaba…»

¿Quién era Henry Kisisnger? La teoría de las relaciones internacionales le define como «realista», junto con Maquiavelo, Richelieu, Metternich, Bismark, Lord Palmerston o Theodore Roosevelt. Este último es su favorito presidente de Estados Unidos, por haber sido capaz de crear una estrategia que unía los ideales estadounidenses de libertad y democracia con objetivos geopolíticos de resistir a las ambiciones de las potencias mayores para garantizar el equilibrio del poder. El mismo Teddy lo resumió en su célebre dicho, Speaksoftly and carry a bigstick (Habla suavemente y lleva un gran garrote). Los otros realistas han sido objeto de su estudio y tema en varios libros.

Es cierto que Kissinger nunca fue un idealista al estilo del presidente Woodrow Wilson, ya que no creía en una paz universal mediante leyes internacionales y seguridad colectiva, porque consideraba que llevaría a una parálisis política: «La insistencia en la moralidad pura en sí misma es la postura más inmoral de todas», afirmó en una carta privada en 1956. Pero fue un «idealista» a su manera. En su libro The Necessity for Choice (1961) definió lo que creía que era necesario para ganar la Guerra Fría: «A menos que seamos capaces de hacer el concepto de libertad y el respeto a la dignidad humana significativos para las nuevas naciones, la competencia económica entre nosotros y el comunismo no tendrá sentido». La dimensión ética y no el puro idealismo debería ser el meollo de una política exterior.

Más allá de la teoría de las relaciones internacionales, Henry Kissinger fue un refugiado de la Alemania nazi, que llegó a EE.UU. en 1938 y que trabajaba durante el día en una tienda de golosinas, mientras estudiaba en la escuela nocturna. Se convirtió, treinta años después, en el asesor de Seguridad Nacional del presidente del país más poderoso del mundo. La clave de su éxito personal se halla en una inteligencia extraordinaria, en una sensibilidad para la Historia, en la rigurosa ética del trabajo, pero también en la cultura tradicional judía. Había nacido en el seno de una familia de los judíos ortodoxos, en Fürt, ciudad cuyo ayuntamiento, el 27 de mayo de este año, le organizó una fiesta por su 100 cumpleaños. Como todos los niños judíos de su época, ha crecido con «dos mandamientos»: «Ess, ess, mein Kind» (Come, come, hijo mío [porque mañana puede que no haya alimentos]), y «lo que tienes en tu cabeza, nadie te lo puede quitar». Los padres de Kissinger, Louis (maestro) y Paula (ama de casa), enseñaron a su hijo que la clave del éxito no reside en el linaje o en el patrimonio, sino en el cerebro, en la inteligencia.

La vida de Kissinger ha transcurrido entre la tragedia de los judíos de la Alemania nazi y la emigración a Nueva York, entre la destrucción de la Segunda Guerra Mundial y la amenaza nuclear de la Guerra Fría, entre la euforia del fin de la Guerra Fría y el momento «unipolar» de Estados Unidos (aunque él, ya en 1994, en su libro Diplomacia había advertido que el mundo será multipolar, así como, que lo más probable es que Rusia entre en un proceso de reimperialización), y el desmoronamiento del orden liberal internacional, tan visible desde la guerra en Ucrania. La vida de Kissinger no se puede entender sin la historia del siglo XX, pero la historia del siglo XX no se puede comprender sin la política ejercida por Kissinger y sin sus obras.

En su penúltimo libro El Orden Mundial, escribió: «Hace mucho tiempo, en mi juventud, yo era suficientemente presuntuoso para pronunciarme sobre «el significado de Historia» [se refiere a un trabajo suyo realizado mientras estudiaba en la Universidad de Harvard]. Ahora sé que el significado de la Historia es una cuestión que no puede ser definida, sino descubierta; que cada generación va a ser juzgada por la manera en que se enfrente a las grandes cuestiones de la condición humana de su tiempo y por las decisiones que tomen los hombres de Estado para hacer frente a tales desafíos antes de que sea posible saber cuál va a ser su resultado».

Kissinger no dio todas las respuestas a los desafíos a los que se enfrentaban hombres de varias generaciones, pero supo, como nadie, plantear las preguntas que han dado pistas para descubrir el significado de la Historia.


Mira Milosevich es investigadora principal del Real Instituto Elcano

Artículo publicado en el diario ABC de España

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