OPINIÓN

Kind of Kindness de Yorgos Lanthimos, la despreciable belleza de la vida cotidiana

por Aglaia Berlutti Aglaia Berlutti

Si en Poor Things Yorgos Lanthimos decidió ser más accesible  — o al menos, todo lo que le permite su brutal estilo—, en Kind of Kindness volvió a su críptica y a menudo desagradable manera de ver el mundo. Mucho más, profundizó en ese punto de vista en tres historias desagradables, incómodas y claustrofóbicas, que analizan de manera brillante la naturaleza humana. 

¿Qué tienen en común un policía, un mesías, una mujer desaparecida y que regresa siendo una por completo distinta y un hombre que intenta evitar seguir órdenes? En apariencia, personajes tan dispares no pueden existir en la misma esfera. O en el mejor de los casos, sobrevivir al mismo o en los elementos más retorcidos que le sujetan o los limitan. Pero Yorgos Lanthimos logra en Kind of Kindness (2024) no solamente que las historias se mezclen en un escenario disparatado, retorcido y la mayoría de las veces desagradable. A la vez, que todas actúen a una manera coral, a pesar de que la cinta entera se presenta como una antología y cada segmento se sostiene por separado.

Pero Lanthimos, que esta vez abandonó toda intención de ser comprendido o en el mejor de los casos, de hacer su lenguaje narrativo comprensible, imprime a la cinta una cierta sensación de desencanto colectivo que une las piezas con cuidado. De modo que el argumento va desde una exploración amarga y violenta del amor, a la crueldad más explícita, hasta una sutil reinterpretación de la maldad contemporánea. Todo, a través de la constante sensación que el mundo — como lo conocemos o en cualquier caso, como la película lo muestra — se enlaza con la idea de la mente humana perturbada. Parece complicado — lo es y de hecho, en algunos puntos Kind of Kindness se vuelve tan compleja como para ser incomprensible — pero, a la vez, es simplemente humano. Una versión caleidoscópica del bien y del mal, transformada en dolor, alegría y burlona crueldad, sin ninguna sutileza.

Un horror radiante, piezas de una visión sobre el mal elegante

Pero lo más interesante de estas tres historias, que se entrelazan de manera sofisticada gracias al guion de Efthymis Filippou y el mismo Lanthimos, es volverse impredecibles, aunque es evidente terminarán en una desgracia. No obstante, el director sabe construir esta mirada triple sobre el mal enajenado con cuidado. Así que, poco a poco, delinea lo que es, un paso a través de la conciencia y el comportamiento de sus personajes. Eso, a través de sus actores, que intercambian papeles y logran, quizás, los registros más curiosos en una película llena de escenas retorcidas.

El primer segmento se centra en Robert (un Jesse Plemons de premio), una marioneta emocional e intelectual de su jefe, Willem Dafoe en otros de sus papeles tenebrosos. La dependencia siniestra y retorcida entre ambos personajes construye la idea de que hay relaciones — siniestras, demenciales — que cobran su espacio en el mundo de las emociones por su propio peso. De modo que la necesidad parasitaria de Robert de ser aplastado bajo la voluntad de un hombre que considera superior, se hace cada vez más intrincada y demencial.

Para Lanthimos, acostumbrado a figuras tenebrosas que se desgranan en capas de significado, Robert es un reto. Su aparente necesidad de determinismo, o en cualquier caso, de ser comprendido como una pieza modular de algo más elaborado, se hace más dura a medida que transcurre el fragmento y cuando acaba — sin mucha ceremonia — algo queda claro. Lanthimos está preparado para mostrar lo peor de emociones levemente confusas que explora con cuidado.

En la siguiente parte, Plemons ahora es un esposo en medio de una disyuntiva imposible. Su esposa Liz (una fantástica y diabólica Emma Stone) desaparece sin que haya explicación para lo que ha ocurrido. Mucho más cuando vuelve y parece no ser ella misma. Lanthimos intenta narrar lo que parece un cuento de terror aciago con tintes domésticos — no lo es — pero, en realidad, lo que logra es un thriller psicológico macabro y divertido. Especialmente, gracias a sus dos actores, en plena potencia histriónica y más cerca del teatro, que del cine.

Finalmente, el trío de historias se completa con Emily (Emma Stone de nuevo) como una mujer en busca de un sentido del propósito. Pero como para Lanthimos nada es sencillo — ni espera que lo sea — enlaza la idea de lo temible — lo terrible y lo mundano — con la posibilidad de resucitar a los muertos. De modo que Emily va en busca de un mesías, pero no uno que santifique o señale el camino, sino que reestructure el concepto de la vida.

Muerte, vida, amor, destino

En medio de esta red de sucesos que se unen y se separan en términos que no especulativos ni directamente narrativos, Lanthimos hace una jugada maestra. Hacer sentir al espectador que debe esperar una explicación que una todas las piezas o que, en cualquier caso, las historias dicen algo más de lo que parece.

Pero en realidad Kind of Kindness va por encima de la idea de la explicación — meta o directa — y se analiza como la naturaleza humana demencial, que se transforma en medio del odio y el amor. Todo, a medida que la historia se hace más incómoda, dolorosa, retorcida y violenta y siempre, con una capa de humor retorcido que convierte la cinta en un dilema emocional inclasificable.

Kind of Kindness parece la respuesta más obvia de Lanthimos a la adoración que despertó por Poor Things. De hecho, es tan obvio su rechazo a todas las alabanzas que recibió antes, que la cinta termina con un golpe de efecto que recuerda a varios de los momentos más alabados de su cinta anterior. ¿Truco, trampa, burla? Lanthimos no lo aclara y quizás, no hace falta. Lo más brillante de esta película demencial que brilla por sus buenas decisiones.