La imagen que introduce esta columna está formada por dos fotografías que describen el fracaso de los Juegos Olímpicos (JJ. OO.) París 2024. A la derecha, vestido de rojo, aparece al boxeador argelino Imane Khelif, y a la izquierda podemos ver a la boxeadora italiana Angela Carini, llorando de impotencia y de dolor luego de que Khelif, a menos de un minuto de comenzada la pelea, le propinara un fuerte golpe en la nariz. Carini no pudo aguantar el puñetazo del hombre y tuvo que abandonar la desigual pelea.
¿Por qué en los vergonzosos JJ. OO. París 2024 se ha permitido esta desigualdad y abuso contra la mujer? ¿Es culpable el Comité Olímpico Mundial de este maltrato a Angela Carini? ¿Quiénes son los culpables de todos estos atropellos físicos y psicológicos contra tantas otras mujeres atletas?
Esto no es solo un error. Es una aberración de las Olimpiadas, el evento deportivo internacional multidisciplinario más importante y visto en todo el mundo. Esto es una aberración del comportamiento humano y los valores y logros de la civilización, entre ellos el primer feminismo, aquél, aplastado hoy por estas aberraciones, que consiguió la igualdad donde hacía falta. Un feminismo contrario al torcido y resentido feminismo hegemónico actual, que por un lado arremete contra los hombres por el mero hecho de ser hombres (y que no es otra cosa que hembrismo, de quienes dicen luchar contra el machismo) y por otro lado, en nombre de una detestable y falsearia inclusividad, arremete contra las mujeres.
Imane Khelif es un hombre, un boxeador que, en vez de pelear contra otros hombres, se aprovechó del discurso feminista de la izquierda radical para boxear contra mujeres, para golpearlas con toda su fuerza y rabia, como hizo con Carini, y poder ganarles. Khelif sólo puede ganar de este modo miserable, que va en contra del espíritu esencial de los Juegos Olímpicos.
Esto es solo un error. Es también –y sobre todo– un horror. Khelif dice que se identifica como mujer para golpear mujeres. Dice que es una mujer transgénero para atropellar la vitalidad femenina que le dio vida, que anhela tener y no tiene porque es imposible. Khelif dice que se siente mujer para cumplir con su sueño macabro de obtener victorias y medallas que no ganaría peleando contra otro hombre como él.
Las feministas radicales hacen silencio ante esta violenta locura. Khelif dice que es una mujer para subir a un ring y expresar sus violentos sentimientos contra las mujeres, su frustración contra lo que quiere ser y nunca podrá ser, pues es imposible transformarse en mujer, ser una mujer, cuando hemos nacido hombres. Las feministas radicales no quieren reconocer que Imane Khelif es un hombre. Y muchos menos reconocer que es un hombre al que le gusta pelear contra mujeres, golpear mujeres. No quieren reconocerlo las feministas atrofiadas de hoy porque saben que ellas, desde su demagogia y su desquicio, apoyan a Khelif y a otros como él para que siga golpeando a otras mujeres.
Por mucho que se intente, no se puede tapar el sol con un dedo. A pesar de la demagogia, el adoctrinamiento y la gran mentira del wokismo global, que ha secuestrado los JJ. OO. París 2024, como ha hecho con tantos otros eventos deportivos y culturales, la verdad se impone. Y se impondrá cada vez más. Todos, digamos lo que digamos, en el fondo de nuestros corazones sabemos que Imane Khelif es un hombre que, disfrazado de mujer, ha abusado de una mujer y que por eso le han premiado en París 2024.
Imane Khelif es un hombre. Un poco hombre, como se decía en aquella Habana, diferente a la de hoy, en la que yo nací. Khelif, que no pasó las pruebas de elegibilidad de género en el Campeonato Mundial de Boxeo 2023, ahora se siente premiado, no por su mediocre talento como boxeador, sino por la criminalidad del Comité Olímpico contra las mujeres.
Khelif es un boxeador. Es un hombre. Porque somos lo que biológicamente somos. Cualquier hombre puede sentirse mujer, pero sus sentimientos no le harán jamás ser una mujer. Una mujer es la italiana Angela Carini, a la que el Comité Olímpico obligó a pelear contra este hombre que a solo 46 segundos de iniciar el combate, la golpeó en la nariz lo más fuerte que pudo. A Carini el dolor no le dejó seguir y tuvo que renunciar.
Carini lloró de desazón: “Estoy acostumbrada a sufrir… Nunca recibí un golpe así, era imposible continuar. Y dije basta… Me voy con la cabeza en alto”. Su entrenador dice que es posible que Khelif le haya roto la nariz. Carini subió valientemente al cuadrilátero y aunque no pudo seguir peleando contra un hombre y lanzó su casco al suelo y lloró de impotencia, se levantó y se fue con la cabeza en alto.
Khelif es un cobarde, un hombre frustrado, culpable de aprovecharse de “leyes” y directrices infames para abusar de Carini. Pero más culpables que Khelif aún son el Comité Olímpico y todas las instituciones y personas que apoyen que un hombre se suba a un ring para golpear a una mujer. Culpables también quienes aplauden las políticas equivocadas y miserables del feminismo radical para maltratar física y psicológicamente a mujeres.
Los seres humanos no podemos seguir permitiendo estas crueles idioteces a las que nos han empujado. ¿Cómo hemos llegado a esto?, se preguntas muchas mujeres. Es increíble, pero cierto. Tenemos que detener estas aberraciones a como dé lugar. No podemos permitir estos abusos. Imane Khelif no es una mujer. No es ni será jamás una mujer. Si quiere pelear, que pelee contra otro hombre. Si pelea contra otra mujer, no es un combate en igualdad de condiciones, no es una pelea en igualdad de género porque Imane Khelif es un hombre y Angela Carini es una mujer. Lo sucedido no fue otra cosa que un abuso.
Es un hombre (con sus cromosomas XY). Es un hombre que quiere ser mujer y no puede. Por esa frustración compite contra mujeres para maltratarlas y ganarles, como hizo con Angela Carini, una mujer valiente. Imane Khelif es un hombre débil y frustrado que sólo ganó porque peleó contra una mujer. No hubiera ganado contra otros hombres. Imane Khelif es la vergüenza de Argelia, de su país, de los boxeadores. La imagen de Khelif golpeando a Carini y ella, la boxeadora que entrenó muy duro, llorando ante la desigualdad y la impotencia, es la vergüenza del Comité Olímpico Mundial, del miserable presidente de Francia, Emmanuel Macron. Es la vergüenza de las Olimpiadas París 2024.
Sé que muchos espectadores no lo harán, pero lo correcto sería que el mundo se desconectara de las Olimpiadas. Sé que muchos deportistas no lo harán, sé que incluso para algunos es quizás su única oportunidad de competir en una olimpiada y hasta de la posibilidad de ganar una medalla, pero estas no son unas Olimpiadas de verdad. París 2024 tiene menos de evento deportivo que de espectáculo woke. París 2024 no son unas Olimpiadas. Es una farsa. Es una vergüenza.
Vale la pena, al menos pensar en estas dos preguntas: ¿Todos los atletas deberían renunciar a las falsas Olimpiadas París 2024, en protesta contra el abuso cometido al amparo del evento contra su colega, Angela Carini, una mujer atleta? ¿Los espectadores, los que amamos el deporte y la cultura, deberíamos desconectar televisores y dispositivos y alejar nuestros ojos de las falsas Olimpiadas París 2024, para intentar, al menos, que no vuelva a pasar nunca más un abuso institucional como este, contra la mujer? ¿Deberíamos compartir sin miedo lo que de verdad sentimos y pensamos? ¿Qué crees que deberíamos hacer?