OPINIÓN

Kamala y el nuevo relato

por Carlos Alberto Montaner Carlos Alberto Montaner

Ha hecho muy bien Joe Biden en elegir a Kamala Harris como su VP. Puede tomar las riendas de Estados Unidos si Biden muere o se incapacita al frente de la Casa Blanca. Al fin y al cabo, si gana las elecciones de noviembre comenzaría su mandato con 78 años. Sería el presidente más viejo que ha llegado a gobernar en el país. Solo es tres años y medio mayor que Donald Trump, pero el presidente tiene un aspecto más juvenil, producto, tal vez, del bronceado.

Kamala Harris es, como Biden, una demócrata “centrista”. Los dos grandes partidos estadounidenses son coaliciones ideológicas. En el Partido Demócrata ser de “centro” quiere decir ser un conservador en materia fiscal y un “liberal” en las cuestiones sociales. Así fueron Bill Clinton y Al Gore, aunque Biden-Kamala tendrían que negociar con los sectores del partido que se hacen llamar “progresistas”. Estos creen en extender el Medicare a toda la población, y en pagar total o parcialmente la cuenta de los estudios universitarios, bajo el argumento de que no se trata de un “gasto” sino de una “inversión” en el futuro de la nación. Más o menos como ocurre en Europa.

Naturalmente, tanto los demócratas de centro como los progresistas tienden a estar de acuerdo en estos cinco grandes temas sociales:

En Estados Unidos jamás he escuchado a nadie con peso político real defender las supersticiones marxistas y mucho menos proponer una dictadura para solucionar los problemas que inevitablemente existen. La fortaleza de la democracia norteamericana radica en que ni republicanos ni demócratas, donde se inscribe 95% de los electores, tienen como objetivo destruir el sistema que les ha permitido convertirse en la gran potencia que ha sido a lo largo de los siglos XX y XXI. Tal vez esa es la gran diferencia política con Europa. En Estados Unidos no hay Podemos, ese partido marxista-leninista que en España destroza la convivencia, sencillamente porque no cree en el mercado, en la propiedad privada de los medios de producción o en los derechos humanos.

Eso no quiere decir que en Estados Unidos no haya personas insensibles al dolor ajeno, pero jamás han sido grupos decisivos en la sociedad norteamericana. Vistosos y estridentes sí, como las dirigentes de Black Lives Matters, capaces de saludar con admiración a Fidel Castro, pero mucho menos que los Panteras Negras de los años sesenta. O como los émulos de Adolfo Hitler, empeñados en una visión racista o supremacista blanca, vinculados al KKK, o sus adversarios del Antifa, tan parecidos a sus enemigos a fuerza de oponérseles.

Por supuesto, republicanos y demócratas evolucionan en la medida en que se producen importantes cambios demográficos o de perspectiva generacional. Los republicanos fueron el partido de Lincoln, el de la emancipación de los negros. Los demócratas, en cambio, fueron el partido del KKK y de la segregación racial. Sin embargo, hoy los negros están más cerca de los demócratas. Hasta mediados del siglo pasado la mayor parte de los universitarios blancos eran republicanos. Hoy son demócratas.

De alguna manera, hoy el Partido Demócrata se parece más a la sociedad multicultural del siglo XXI que el Republicano. Kamala es la mejor prueba de ese multiculturalismo: es hija de una india (de la India) y de un jamaicano muy cultos, y está felizmente casada con un abogado judío, lo que no deja espacio para la sospecha de antisemitismo. Israel, que ya sabía de la lealtad de Biden, puede también contar con la de su VP.

¿Por qué Joe Biden eligió a Kamala Harris como VP? Seguramente porque es muy inteligente y tiene experiencia en campañas políticas, pero también porque es una mujer “de color” que ha elegido ser “afroamericana”. Un poco como Barack Obama escogió ser un negro americano, pese a tratarse de un hawaiano (un archipiélago absolutamente mezclado que no conoció la esclavitud, pero sí la expansión colonial de Estados Unidos), hijo mestizo de un economista negro de Kenia y de una antropóloga blanca, cuyos abuelos blancos lo criaron, presuntamente, como un muchacho de clase media.

La capacidad norteamericana para generar y absorber los cambios es pasmosa. Eso incluye la concepción de lo que antes se llamaba el “discurso”. Una parte sustancial de la sociedad no logra emocionarse con las historias de Washington, Jefferson y los brillantes padres fundadores. Para los negros eran unos esclavistas desalmados. Para los méxico-americanos fueron los imperialistas que les arrancaron la mitad del territorio.

Ese relato “blanco” ha sido sustituido por otro mucho más aceptable para los afroamericanos y para el aluvión de inmigrantes de todas las razas y los credos religiosos: el patriotismo constitucional. No hay otro vínculo más importante que la subordinación a la Constitución del país.

Hoy a Estados Unidos se le quiere por haber sido un formidable refugio de inmigrantes de diversos orígenes que llegaron en busca de libertad y prosperidad. Es una “patria-resumen-de-las-virtudes-europeas”, incluida la lucha por los derechos humanos. A Estados Unidos se le admira por su fortaleza financiera, militar, científica y técnica. Por la calidad de sus mejores universidades y los centros de investigación, por su inventiva, y por haber sido la locomotora y sostén del planeta después de la Segunda Guerra Mundial, durante el período de la Guerra Fría, mientras la URSS sufría un peligroso espasmo imperial que terminó arruinándola y, finalmente, la liquidó.

Ese nuevo relato es el de Kamala. Veremos qué sucede el 3 de noviembre.