La Constitución de Estados Unidos, país al cual cuesta negar, a pesar de manifestaciones atípicas, que es democrático, estatuye “la dupla presidente-vicepresidente”, elegidos en forma conjunta cada cuatro años. En ella reposa el ejercicio del Poder Ejecutivo, sin dudas, el más dinámico al comparársele con el Legislativo y el Judicial. Y muy particularmente, cuando el presidente es Donald Trump.
En fecha reciente debatieron cómo había sido, es, será y debería ser Estados Unidos, por un lado, la demócrata Kamala Harris, aspirante en la dupla con Joe Biden y, del otro, Mike Pence, “el panaburda” (como llaman en Venezuela al “amigo muy amigo”) del actual jefe del Estado. El norte para el análisis pareciera estatuirlo el preámbulo de la propia Ley de Leyes: “Nosotros, el pueblo de Estados Unidos, a fin de formar una unión más perfecta, establecer justicia, afirmar la tranquilidad interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general y asegurar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la libertad, estatuimos y sancionamos esta Constitución para los Estados Unidos de América”. Esto es, quiénes lo han ejecutado mejor, si los gobiernos republicanos o los demócratas.
El escenario brinda a que la mayoría de los estadounidenses juzgue, en la oportunidad, estipulada constitucionalmente, en “7 artículos históricos”, por: “We the People”, al gobierno Trump/Pence”, y en el cual ese pueblo “depositó el Poder Ejecutivo”. Esto es, le reeligen o revocan.
El ensayo del profesor Patrick Iber, El resurgimiento socialista en Estados Unidos, corrobora que “en su discurso anual sobre el Estado de la Unión de 2019, el presidente Donald Trump afirmó que “en el país alarman los recientes llamados a adoptar el socialismo, nación fundada sobre la base de la libertad y la independencia, no sobre la coerción, la dominación y el control del gobierno. Nacimos libres y nos mantendremos libres”. Una de las preguntas podría ser: ¿Denuncia el primer magistrado un detestable régimen comunista?
En las probables respuestas, pareciera que Estados Unidos demanda, como la mayoría de los países, una metodología idónea para atenuar las grandes diferencias humanas. De hecho, en el compendio de Iber se afirma también, que Obama en uno de sus discursos a la nación, dejó constancia de que “no existe una América liberal y una América conservadora, existe Estados Unidos de América”. El reto del primer presidente pincelado de oscuro por Dios, habrá sido entonces, en lo concerniente a la necesidad de un país más igualitario, inclusivo y justo. En rigor, tendrá Estados Unidos una deuda con un Estado de Bienestar de tipo europeo. Esto es, un conjunto de instituciones públicas proveedoras de servicios sociales, dirigidas a mejorar las condiciones de vida y a promocionar la igualdad de oportunidades de sus ciudadanos (Mario Alfredo Navarro Rubalcaba).
La campaña presidencial, es difícil desconocerlo, ha revivido, una vez más, capítulos de larga data relacionados con la conveniencia de una sociedad más equilibrada, cuyo alcance pareciera dificultarlo un “capitalismo puro”. En el libro El precio de la igualdad, Joseph E. Stiglitz reitera que “en todo el mundo existe una preocupación cada vez mayor por el aumento de la desigualdad y la falta de oportunidades, y la forma en que esas dos tendencias, que van de la mano, están cambiando nuestras economías, políticas democráticas y sociedades”. La preocupación del Nobel de Economía pareciera tener, asimismo, un ligamen con uno de los nobles propósitos del propio preámbulo: “Promover el bienestar general y asegurar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la libertad”. Pero, además, con las primeras 10 Enmiendas, calificadas como “la Carta de Derechos”.
Algunas inquietudes, pareciera haber dejado Kamala Harris, entre otras, si “su cara es espejo de su alma”. Por supuesto, no para aquellos convencidos de que una elección favorable a la fórmula que integra con Joe Biden, subsumirá a Estados Unidos en una fatalidad. Los gestos de la senadora, para los últimos, son consecuencia de haber aprendido el uso de las muecas con científicos en California, para quienes basta un gesto del viso para comunicar asco, tres para miedo, cuatro para sorpresa y cinco para tristeza y enfado. Pence exhibió no haber tomado las mismas lecciones, pero ilustró comedimiento, experiencia y buen carácter y a pesar de la mosca perturbadora que posó en su blanca cabellera. En lo correspondiente a “la dimensión espiritual de la vida”, a la senadora Harris (primera senadora sur asiática-americana).se le considera haber crecido en el hinduismo y la cristiandad. En lo concerniente al exgobernador de Indiana Mike Pence, se señala que primero fue un fervoroso católico y demócrata, pero hoy como el mismo se define “un cristiano, conservador y republicano”. En el libro de Michael D’Antonio y Peter Eisner se le distingue como “el presidente en la sombra”.
Una interrogante final, cabe formularse ante lo que es francamente incierto ¿Creemos, lo que suena inverosímil, que la dupla Biden/Harris porten bajo la manga el libro de John Reed, “10 días que estremecieron al mundo”, conforme al cual la toma del poder en Rusia por los bolcheviques elevó la cuestión social al primer plano, pues había que atenderla de manera distinta a como se venía haciendo, o sea, a través de una legislación perezosa y unilateral que administraba paliativos a la miseria.
Las dos duplas corren riesgos. Y el mundo con ellas.
Es como para expresar “Ni lo uno, ni lo otro. Sino todo lo contrario”.
@LuisBGuerra
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