El segundo mandato presidencial de Donald Trump estaba más que asegurado, hasta que llegó el tropiezo con la renuncia de Joe Biden y la subsecuente postulación de la vicepresidente Kamala Harris.
Desde entonces todo ha cambiado y una vez más queda demostrado que nada es para siempre en la vida, que nada más cambiante que la política (a pesar de ser una ciencia) y de que los impostergables existen, como ahora en esta vibrante y enunciativa contienda entre los candidatos de los partidos Demócrata y Republicano en los Estados Unidos de América.
Pero Trump no pierde terreno a diario únicamente porque su natural contendiente, el octogenario Biden, haya renunciado. Perderá por muchas causas, entre otras por la suma de sus malos pasos, desaciertos y actos corruptos y deshonestos cometidos en su larga vida, así como por una polémica campaña llena de enredos legales, que si bien es cierto ha ido sorteando de uno en uno, la suma de ellos le ha causado un desgaste irreparable a su imagen pública y a su propia estampa presidencial.
Estos cuatro años pospresidenciales prácticamente los ha pasado de juzgado en juzgado, con una tropa de abogados para defenderlo, pero que, por mucho que sus seguidores y fanáticos digan que todo es producto de una recia campaña en su contra, alguna razón habrá entre la cantidad de demandas y alegatos engavetados y recientes que van saliendo al paso.
Es una realidad en el mundo entero la crisis institucional e insostenible ante la falta de imaginación y creatividad de los partidos políticos, tanto de izquierda como de derecha, a salvaguarda de algunos casos, y Estados Unidos no es la excepción.
No es posible que dos octogenarios, Joe Biden y Donald Trump, se hayan disputado el poder presidencial en una nación que es primera potencia mundial e inspiradora de los valores de la libertad, la democracia y el progreso desde los días galopantes y triunfales de su gran revolución en 1775 y sus posteriores glorias, en fomento de la dignidad humana.
Kamala Harris, al igual que Barack Obama en su tiempo, se está enfrentando a una desigual batalla electoral en la que, curiosamente, los golpes bajos de sus adversarios la están volviendo más atractiva no solo ante las minorías -históricamente marginadas-, sino también ante sectores meramente republicanos, como quedó evidenciado en la pasada Convención Demócrata realizada en Chicago, en donde recibió el endoso y pleno respaldo de más de 200 miembros de este partido, entre quienes están el exvicegobernador de Georgia, Geoff Duncan; pero también de figuras destacadas de la alta política republicana como el expresidente George Bush, el exjefe de Gabinete de John McCain, Marc Salter y la exasistente del vicepresidente Mick Pence, Olivia Troye, además de muchos artistas de talla internacional que ya ha han expresado que van a votar por ella y por el gobernador Tim Walz este próximo 5 de noviembre, lo que harán por estar en contra de la agenda 2025 apoyada por Trump.
Otra marcada debilidad de este, considerada hasta de alta traición a la patria ha sido su accionar en política exterior. Su relación con el genocida carnicero de Ucrania Vladimir Putin, a quien fue a felicitar en vez de hacerlo a sus propios connacionales más destacados, por el intercambio más grande de prisioneros de guerra desde la Guerra Fría, dejó un mal sabor a los estadounidenses.
Hay tantos casos más en el patrimonio negativo de Trump, ese negociante empresario a quien también le están cayendo señalamientos de fracasado en su vida bursátil, pero basta señalar algunos casos recientes que no abonan nada a su candidatura.
El primero es su constante discurso de discriminación hacia emigrantes hispanos y en general, a quienes recientemente tildó de «asesinos, violadores y animales», lo que debería ser tomado en cuenta por la dignidad e integridad individual y colectiva de todos aquellos latinoamericanos que han llegado a este país, y quienes han venido a laborar, a pagar impuestos y hacer crecer a esta nación con el sudor de sus frentes; otro caso es el pensar que Trump será la posible mano dura para sacar a los tiranos castrocomunistas del poder, lo cual no es así dada, nuevamente citada, su cercanía a Putin, quien es el socio mayor de los tristemente célebres satélites comunistas en el subcontinente americano. Además, ya tuvo la oportunidad de hacerlo en su mandato (2016-2020) y no lo hizo ni con Cuba ni con ninguno de esos países.
Lo que se comenta popular y mediáticamente, que pareciera que Trump y su excesiva figuración y personalismo fuese lo único que le importa, viene demostrando ser así. Esto sucedió en las recién pasadas elecciones del Condado de Miami, donde compitieron entre otros cargos tres candidatos a alcaldes republicanos y no tuvieron ningún apoyo de Trump, siendo los resultados desastrosos. Abraham Alfaro, un nicaragüense ya nacionalizado desde la era Clinton, elocuentemente enamorado de este país y demócrata por los cuatro costados, decía recientemente en sus redes que dicho condado es cien por ciento demócrata desde los últimos 25 años, pero que una ayuda de Trump a estos candidatos habría logrado quizás no una victoria hacia la comuna, por ejemplo, pero sí haber obtenido ellos una votación más considerada.
Quedan otros temas espinosos en la personalidad de Trump, como el no pagar derechos de autor por las canciones que usa o sus escándalos sexuales y otros aún más delicados, pero eso quedará para otro momento.
De lo que se trata ahora es de que gane quien tenga mayores capacidades y deseos patrióticos de gobernar a esta nación, siempre impulsándola hacia lo que en su historia ha sido, un gran país, pese a lo que se diga de ella y pese a la sucia propaganda del mundillo del resentimiento social izquierdista contra ella. El Partido Republicano, para quienes lo admiramos junto a sus grandes líderes, deberá seguir su camino y seguir siendo, junto al Demócrata, los dos enormes pilares bajo los cuales se asienta su democracia y liderazgo mundial.
Kamala, esa sonriente mujer descendiente de la unión cósmica de la sangre caribeña y asiática, no posee una imagen negativa ni atormentada como su contrincante; por el contrario, ofrece un rostro afable, sonriente y un discurso prometedor de políticas públicas asertivas -la actual administración ha logrado superar las estadísticas del empleo, llegando a la totalidad de más de 16 millones de solicitudes de trabajo con el programa «Invirtiendo en Estados Unidos» creado por el presidente Biden y que ha beneficiado sobre todo a grupos afrodescendientes y latinos-, y en el plano regional Kamala seguirá apoyando políticas migratorias humanas e impulsando el diálogo en los países del eje socialista pertenecientes al Foro de Sao Paulo, como ya lo hizo con Venezuela y como está de acuerdo en impulsar en Cuba, Bolivia, Honduras y Nicaragua para propiciar una salida pacífica y encauzar la democracia en ellos.
Es imposible tampoco no reconocer las dificultades que todo partido gobernante enfrenta, su desgaste, aciertos y desaciertos. Aun con todo, la política exterior sigue siendo óptima ante guerras cruentas como la de Ucrania e Israel, cuyo apoyo de hecho continuaría dándose con el ímpetu actual de ganar Kamala la presidencia.
Ahora bien, si Trump lograra apaciguar todos estos ventarrones en su contra y retomar un giro positivo en su agenda reeleccionista, bien por él. Lo que sucede es que a estas alturas es bien difícil que eso suceda. Hace menos de un año en Florida el voto hispano movió su péndulo hacia el Partido Republicano, lo que antes no había ocurrido, recientemente volvió a ubicarse donde antes estaba. Al final, lo que vale en Estados Unidos es el peso histórico y tangible de su institucionalidad. Muchos creyeron en un tiempo en Trump y ahora, ante el peso de la realidad, ese sentimiento de afinidad se desgaja. Su juego de máscaras se derrumba furtivamente mientras las verdades sobre sus sombras se van a diario revelando, aunque la continuidad de la democracia sigue estando fuera de peligro. Eso es lo que importa.
El autor es escritor, político liberal y periodista. Columnista internacional.
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