Venezuela, sin lugar a dudas, es un país muy lastimado. Su población está realmente herida, no solo aquella que todos los gobiernos democráticos convenientemente han mantenido viviendo en la pobreza, con no muchas oportunidades, recordada solo en campañas electorales pero olvidada luego; sino también, una casi desaparecida clase media, sobre todo quienes no pudieron lograr, por distintas razones, convenir en y aprovecharse de la ideología gobernante, para lograr los extraordinarios réditos ofrecidos a cambio; soportando en forma estoica, unos y otros, los embates de esta suerte de desdicha, calvario o castigo que parecieran ya casi sempiternos y que nos amaga, aterrorizados cada vez que nos pensamos en la distancia de una solución, que no se vislumbra, que no llega.
A los desatinos de la cuarta, se unieron los de estos últimos 20 años. No todo ha sido malo, pero los errores, desaciertos, abusos y el saqueo inmisericorde del erario público, han superado con creces los gobiernos pasados, incluyendo, creo sin exagerar, al del mismísimo benemérito.
No hace falta recurrir a ningún agente externo para evaluar la grave situación que afecta el ejercicio y goce de los Derechos Humanos en Venezuela; para patentizar la gran desigualdad ante la ley; para registrar los episodios de violación o menoscabo de derechos constitucionales, que involucran a funcionarios; para atestiguar las barreras, algunas infranqueables, al pretender lograr la protección y el amparo debidos por parte de los órganos de la administración de justicia, en el goce y ejercicio de los mencionados derechos.
La tragedia -signada por la miseria, los desastres, las calamidades, la ruina, la devastación, el conflicto y una represión indiscutiblemente condenable- que ha golpeado y golpea al pueblo venezolano tanto a los menos afortunados, que desesperados optaron por emigrar, contra viento o marea, como a quienes eligieron un exilio casi forzado, pero también a quienes día a día, seguimos viviendo en este bendecido país, ha dejado cicatrices, no imposible pero sí, difíciles de borrar. Va a tomar tiempo, mucho tiempo.
No es fácil vivir con una espada de Damocles, afilada, punzando en nuestros cuellos, pues de eso se trata, la-no-todo-el-tiempo sutil amenaza que se cierne sobre la ciudadanía, de verse desprovista de derechos civiles fundamentales ligados a bienes jurídicos esenciales: la vida, la libertad personal, la integridad física, psíquica y moral; la inviolabilidad del hogar y de las comunicaciones privadas, el debido proceso, la libertad de tránsito, la seguridad ciudadana, entre otros; todo ello, agravado por la grave crisis política, social, educacional, económica y ambiental.
Con todo, sigo insistiendo en la necesidad de sumar voluntades, de un bando y del otro, para rescatar a nuestro país; para realmente unir a esa Venezuela fragmentada que escribe historias notables en el mundo, pero que también sufre y padece desventuras en tierras lejanas a la propia.
Respetando la opinión de otros, creo que ya el tiempo nos ha demostrado los errores cometidos y que se siguen cometiendo, siendo evidente que la resistencia atrincherada aún sigue fuerte, prácticamente ahora, con mayor presión para buscar apoyarse con vehemencia, en meros intereses foráneos y mezquinos, que lo que menos buscan proteger es la venezolanidad, sino el petróleo, el oro y demás riquezas minerales que desangran de nuestra tierra y que cual botín, aprovechan desesperados, en detrimento del país.
Y en esta suma de voluntades, debemos desterrar, a pesar de todo el dolor que nos embargue, los vestigios de venganzas. Católico y recurrente lector de la Biblia, siempre he encontrado en estos versos, luces para mi diario accionar: «…14 Bendecid a los que os a persiguen; bendecid, y no maldigáis… 17 No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. 18 Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, a tened paz con todos los hombres. 19 No os venguéis vosotros mismos, amados míos; sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. 20 Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; porque haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. 21 No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien.» (Romanos 12).
Lo que todos necesitamos, por el contrario, es JUSTICIA, no venganzas; esa justicia social a la que se refiere el preámbulo de nuestra Constitución, pero también esa justicia, que, formando parte del Estado democrático y social de Derecho en el que se constituye Venezuela, siempre debió ser y debe ser, uno de los valores superiores, no solo de nuestro ordenamiento jurídico, sino también de la actuación de aquel; otorgando a cada quien lo que es debido, lo que le corresponda por sus acciones u omisiones; sin intromisiones ni manipulaciones, sin rebajarla al oprobio de ser un mero instrumento de control, de represión o venderla al mejor postor para hacerse de una riqueza rápida y fácil.
Una justicia sí, necesariamente reconstituida, verdaderamente imparcial, transparente, autónoma, independiente, responsable, equitativa y expedita; con apego irrestricto al debido proceso. Eso es lo que necesitamos y el cambio debe ser profundo, innegablemente.