Pocas veces hemos esperado, en la historia reciente, un cierre e inicio de año con tanto frenesí entrecruzado, con tanta expectativa, con ese fervor por saber qué puede ocurrir en el contexto político venezolano, apegados, siempre a las fortalezas del espíritu y consciente de que se impondrá la verdad, sin embargo, las circunstancias esgrimen otras particularidades, y el juego político trasciende su verdadera naturaleza, y como decía César Vallejo, hay golpes en la vida, tan fuertes, ¡yo no sé! En ese sentido, no sabemos a qué nos aproximamos, pero nos aproximamos. Veamos.
Edmundo González Urrutia, a todas luces, el presidente electo de Venezuela, cuya elección se realizó el pasado 28 de julio, con abrumador triunfo (67% sobre 30%) sobre el candidato oficial, Nicolás Maduro, quiere, anhela, añora, desea, hará todo lo humanamente posible para estar en Venezuela y asumir la Presidencia como dicta la Constitución Nacional, el 10 de enero de 2025. Y es que más allá de que Estados Unidos lo haya reconocido como el presidente electo, su ascensión al poder ofrece un claroscuro que no permite ver con nitidez el panorama.
Ese barniz no es otro que el no reconocimiento de Maduro de su derrota, y su abierta intención de autoproclamarse mandatario nacional ese 10 de enero de 2025. La seguridad con la que habla Edmundo, su marcado acento esperanzador, su desafío al régimen, afilan la espada de un optimismo redentor que está por verse. Ni tan calvo ni con dos pelucas. «Mi juramentación será en los términos de la Constitución en Venezuela, ante los órganos legislativos que son los que están aprobados para hacer esa juramentación. Sin ninguna duda», ha dicho Edmundo, desde el exilio en España.
Hay algunas brisas que advierten cambios, pero con buenas intenciones no se avanza. Es harto conocido que el nombramiento del senador Marco Rubio como secretario de Estado de Estados Unidos se podría traducir como una poderosa palanca para presionar a fondo a Maduro, dado su profundo conocimiento sobre el tema Cuba, Nicaragua, Venezuela. “Maduro ha vuelto a robar una elección presidencial. Sin embargo, lo que el narcorrégimen nunca robará es el deseo del pueblo venezolano de volver a vivir en democracia”, decía un comunicado que firmó Rubio, de quien muchos venezolanos y amantes de la libertad piensan que fungiría como un ángel exterminador del madurismo. La oportunidad del siglo. No el silencio, sino el aullido de los inocentes.
Pero, ¿cómo hará el senador republicano para convencer a quien tenga que convencer para desplazar a Maduro de Miraflores? Si alguien ha demostrado ser práctico en el ejercicio del poder político ese ha sido Donald Trump, quien recientemente pidió a Putin y a Zelensky que se reúnan con él para detener el conflicto Rusia-Ucrania. ¿Quién podría negarse a quitarle las sanciones a Venezuela para que Maduro convoque a unas elecciones libres, con veedores calificados y otras condiciones inherentes a las libertades ciudadanas? Trump tendría cómo reorientar la geopolítica del área.
El esfuerzo de la oposición política y ciudadana dentro y fuera de Venezuela ha sido descomunal, y como señaló en una ocasión Goethe, con desenfado y refiriéndose a las figuras que han ensanchado al mundo, a los soñadores: “Que no puedas llegar es lo que te hace grande”. No es lo que busca Edmundo, aunque ser cauteloso en contra de su voluntad es un asunto de hermenéutica política.
De no concretarse lo que todos deseamos, la coronación de Edmundo, en Venezuela, eso sí, estaríamos en presencia de la más grande frustración, desengaño, desilusión, en la historia de Venezuela, y esencialmente porque están las pruebas del fraude, demostración y testimonio que jamás se había podido ofrecer a la opinión pública nacional e internacional, en eventos electorales anteriores. He aquí el logro supremo de María Corina Machado. Que eso se convierta en sal y agua es un proceso que se ha transformado en un gran campo de batalla dialéctica por la libertad.
Es pertinente acotar lo siguiente: el periodismo se basa en la realidad, en lo que ocurre, en lo factual; no en lo que uno desea, anhela. Hay tendencias que presumen advertir que el cambio se concretará ese 10 de enero, y la verdad de los hechos, pareciera imponer todo lo contrario. ¿Qué tipo de fotografía debemos imaginarnos ese día?
Desde las Capitanías Generales (1777-1823) pasando por los Triunviratos, la primera, segunda y tercera República, hasta llegar a la democracia y al accidente chavista-madurista, el país ha sido una aterradora máquina de procesar desencantos y frustraciones. Pareciera que no soportamos las armonías. Aun con destellos de desarrollos, procreamos el mal.
Ni Trump sacará a Maduro por la fuerza ni Edmundo terciará en la Asamblea Nacional la banda presidencial. Entonces, ¿dónde mora el justo o injusto medio? ¿Qué sentido tiene la realidad cuando evitamos experimentarla?