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Juntos, pero no revueltos

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Un famoso fotógrafo muere de frío sentado en una plaza de París, delante de todo el mundo. Un popular cantante local amanece muerto en la escalera frente al “Punto de Mérida” en Valera. Un vigilante de la Universidad de los Andes muere de hambre en su garita, lugar donde vivía. Una profesora de prestigio muere al lado de su esposo que permanece vivo en total inamovilidad y ambos permanecen tres días allí en su apartamento, hasta que los bomberos, luego de diversas diligencias burocráticas, abren la puerta. Ambos sufrían de desnutrición severa. Todo eso en estos días.

Todos estos eventos han llamado la atención y uno se entera por las noticias, las redes sociales y ve las mil reacciones distintas, las opiniones, las excusas, los culpables, los comentarios, unos profundos y otros superficiales, como siempre.

Comparto dos anécdotas personales:

1. Luego de dos meses en Barcelona, España, regreso un mes de marzo a Maiquetía y sigo para Margarita a un compromiso familiar. Me hospedo en un hotel que queda en un cerrito cerca de Pampatar. Al otro día decido ir a Porlamar en una buseta, pero el portero me advierte que debo caminar al barrio cercano y allí tomar un transporte nada cómodo que pasa por todos los vericuetos hasta mi destino, que mejor tome un taxi. Bajo, tomo la buseta y mi sorpresa es la algarabía que allí se vivía. Dije “buenos días” y todos los pasajeros contestaron, solicité información sobre dónde bajarme y sobró quien me diera indicaciones y hasta me sentí en familia con aquella confianza. En los dos meses en Barcelona donde tenía que tomar el metro a unas dos cuadras, hacer una transferencia y luego tomar un autobús hasta la sede de la Universidad Politécnica de Cataluña, casi nunca nadie me contestó el saludo. En la buseta margariteña íbamos juntos y revueltos, en el eficaz sistema de transporte de Barcelona íbamos juntos, pero no revueltos.

2. No recuerdo en mis 75 años, ni mis paisanos recuerdan, que en mi pueblo de La Quebrada Grande alguien se haya muerto de hambre en plena calle o en un camino, de noche o de día. De unas puñaladas, sí, porque allí se resuelven muchos problemas de esa manera, pero en mi pueblo, como en muchos otros, abundan los locos y locas, los pordioseros, lo borrachitos y otros seres humanos que forman parte del folklore local, pero nunca les ha faltado la mano generosa que les da de comer y los guarda del frío y de la lluvia. En ese caleidoscopio de personajes había de todo, enfermos mentales simpáticos y agresivos, groseros y educados, serviciales y huraños, pero comían y dormían con cobija. Será que vivíamos juntos y revueltos.

Lo esencial de una comunidad familiar, una comarca, un condominio, o una organización humana es que la gente viva junta y revuelta, es decir que se conozca, se saluden, compartan, sufran y gocen cuando los demás sufren y gocen. Esa cosa que parece prevalecer ahora con familias que ni se conocen bien, cada quien en su cuarto con su televisor, su tablet o su teléfono, sin compartir y sin conversar, es vivir juntos, pero no revueltos.

Igual en las localidades, los edificios y las organizaciones. Cada quien en lo suyo, en su isla individual, en su realidad del trajín de sobrevivir, o en sus fantasías y sus metaversos y, sin que le importe el otro. Cada quien en su responsabilidad particular, cumpliendo el rol que la especialización de la comunidad o el trabajo han impuesto y que son necesarias, pero sin ir más allá en el cumplimiento de su rol como persona humana.

Los seres vivos nacimos y nos criamos para vivir en comunidad, es decir, juntos y revueltos, en el sentido de ser corresponsables los unos de los otros. El individuo tiene su lugar, muy significativo, pero por muy importante que sea nada puede lograr en soledad, sin contar con los otros.

La palabra «idiota» viene del original griego cuyo significado designaba a la persona que se dedicaba únicamente a lo suyo, a lo privado, y no a la vida pública, lo común. Hoy se refiere a la falta de inteligencia. Más utilizada en la palabra estúpido, que se refiere a la persona inteligente que toma malas decisiones, que lo perjudican a él y a los demás, sea por pereza, codicia, egoísmo y otras causas.

“La inteligencia fracasada, teoría y práctica de la estupidez” es un ensayo del filósofo José Antonio Marina acerca de cómo la inteligencia fracasa cuando una persona, familia, una comunidad e incluso una organización o un país, toma decisiones que causan grandes males por rabia, sectarismo, ideología y muchas otras razones. Es muy citada la frase de Albert Einstein: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”. Goethe dijo la frase “contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano”.

Algo nos está pasando y es muy grave. Pareciera que la extensión acelerada de la información sin conocimiento, de la civilización del espectáculo, de la tecnología sin filosofía y sin ética, todo movido por la codicia, expande aceleradamente la estupidez humana. Tan estúpidos que somos capaces de vivir juntos, pero no revueltos.

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