OPINIÓN

Jumanji

por Salvatore Giardullo Russo Salvatore Giardullo Russo

No sé cómo empezar unas líneas, que a la larga se convertirán en un eterno bucle repetitivo de lo mismo. De verdad que estamos cansados ante una realidad, que no ofrece soluciones a todos los problemas que arrastramos. Ya los venezolanos empezamos a sufrir trastornos adaptativos, con ataques de ansiedad y depresión, ya que los cambios que está sufriendo el país, no tenemos las herramientas para hacerles frente.

Venezuela es como Jumanji, donde cada día hay una aventura nueva, en el fantástico mundo del juego creado por la revolución bolivariana, en el cual nada es lo que parece. En que los ciudadanos deben enfrentar una serie de retos, para poder alcanzar la meta más preciada, que es sobrevivir a la falta de gasolina, al alto costo de la vida, a la inseguridad, al coronavirus, a la crisis hospitalaria y a cualquier reto que se les ocurra a los revolucionarios implantar, ya que con el transitar del tiempo, cuando se pasa al nivel siguiente, aumentan las dificultades. Porque el fin último es lograr la construcción del hombre nuevo, que no debe preocuparse por el agua, la electricidad, el trabajo o el dinero, ya que la última etapa de este juego, es volver a la época de las cavernas y vivir de la caza, la pesca y la recolección.

De igual forma, es tanta la desesperación que siente el venezolano, en buscar un arreglo al momento que le toca enfrentar, que tiene ya los valores trastocados. Ahora, se admira a Wuileisys Alexander Acevedo Monasterios, alias Wilexis, un criminal, narcotraficante y pran, máximo líder de la delincuencia en Petare, estado Miranda. Solamente porque ofrece resistencia al régimen de Nicolás Maduro y a la vez, se ha convertido en un Robin Hood, que, con sus fechorías, ayuda a los más desvalidos. Fin de mundo, la carreta delante de los bueyes.

Por su parte, para poder seguir manteniéndose en el poder, los jerarcas bolivarianos no se cansan de levantar falsos positivos, construyendo un lenguaje político, diseñado para hacer que las mentiras suenen como verdades. En este punto me refiero a la supuesta Operación Gedeón, una hipotética incursión marina, que sucedió en las costas de Macuto, el pasado 3 mayo. Claro, desde un primer momento, los revolucionarios comenzaron a culpar al imperio americano, por su intento de usurpar el suelo de Bolívar, en el cual las fuerzas leales al gobierno, a través de la alianza cívico-militar, lograron neutralizar el intento de invasión norteamericano. De verdad, hay que ser bien idiota para creer eso. Estados Unidos tiene la flota más grande y mejor equipada del mundo y no va a invadir a Venezuela con dos peñeros y una cuadrilla de mercenarios descamisados, armados con machetes y una que otra arma de fuego.

Pero lo que vale es mantener la tensión, escudándose en la esperanza, para lograr personas serviles y adeptas al corolario comunista y no ciudadanos conscientes de su realidad. Al mismo tiempo, generar distracciones, para despistar y que la atención se enfoque en otro ángulo, mientras los apóstoles del comandante eterno, siguen en la ruta para saquear todo lo que puedan. Es un modus vivendi o, mejor dicho, sobrevivendi de este gobierno hambreador, que, con su manipulación mediática, pone a los venezolanos a pastorear nubes para distraerlo de cualquier tema de interés.

Lo anteriormente, refuerza la estrategia de la distracción, precisamente para desenfocar la realidad y crear mentiras verdaderas. Es notorio, porque desde que llegaron estos golpistas al poder, por allá en 1998, comenzaron a crear problemas, para supuestamente generar soluciones y así, venderse como un gobierno eficiente, pura paja. Esto, en el argot político se conoce como la estrategia de gradualidad, en pocas palabras, solucionar problemas a cuenta gotas.

Porque la velocidad de este régimen no ha sido otra que diferir cualquier solución, para generar esa dependencia que deben tener nuestros connacionales con la revolución, porque ellos y solo ellos están en capacidad de arreglar cualquier entuerto.

Eso lo que ha provocado, que ya no somos ciudadanos, sino subnormales, no tenemos la capacidad de pensar ni de distinguir entre lo bueno y lo malo, ya que papá gobierno es quien nos dice que debemos hablar, pensar, leer, comer y adorar, porque el ciudadano venezolano es un eunuco intelectual.

Para lograr esto, todo el discurso queda embelesado con palabras cargadas de sentimientos, utilizando el tema del amor hacia el pueblo hasta el agotamiento. Y al mismo tiempo, para aquellos que osan levantar la voz, tildarlos de traidores, que con su accionar impiden el bien general. Porque lo que vale es mantener a la sociedad en la ignorancia y en la mediocridad, de eso se deben nutrir, respirar y propagar.

Por consiguiente, lo que hay que exacerbar es ese sentimiento de culpabilidad en la sociedad, es decir, al no aceptar los preceptos revolucionarios, la nación estaría condenada al caos. En eso se han dedicado los últimos veinte años, abrogándose, además, que solo ellos tienen la competencia y la idoneidad para gobernar al país, porque conocen mejor que nadie la realidad de Venezuela, arropándose con la bandera nacional y cantando el himno en todo momento, para crear esa sensación de patriotismo.

Ya para concluir este breve relato, la distracción tiene como finalidad crear enemigos externos que atenten contra la estabilidad de la nación, pero sin llegar a límites insostenibles, para que la mentira no sea descubierta. Además, con respecto al descontento general de la población, siempre hay que buscar un chivo expiatorio, para justificar la supuesta eficiencia y efectividad del gobierno para resguardar los intereses del pueblo. Sin embargo, en cuanto se agote la popularidad de la distracción, hay que estar prestos para generar otras, para evitar que se erosionen los pilares del gobierno.

Porque la finalidad de la revolución bolivariana, fue, es y será eternizarse en el poder, por eso recurren a estrategias distractoras, construyendo la figura del enemigo-amigo, que, a pesar de haber sido elegidos de manera democrática, en su accionar se han esmerado en debilitar las instituciones, que han mermado la capacidad de dar respuestas a los ciudadanos.

El problema de Venezuela no es un cambio de gobierno, sino un cambio en la mentalidad del venezolano, porque para poder convertirlo de nuevo en un ciudadano, con derechos y deberes, hay que comenzar una nueva reingeniería social, que permita el rescate de la democracia, la libertad y la tolerancia.