OPINIÓN

Julio el temerario

por Eduardo Viloria y Díaz Eduardo Viloria y Díaz

La dimensión humana de Julio Cortázar es comparable a la de su grandeza literaria

Un fino hilo recorre las entrañas de las galerías de la historia, entre las cavidades de los espacios desconocidos del saber habitan los tormentos que son acicate para  los hombres.  Durante siglos las voces de todo aquello que azota a la humanidad se acumula en la memoria inagotable de la literatura. En la frágil relación que nos une a la imaginación es común que el autor arriesgado transfigure los hechos cotidianos en la bella y fantasmagórica mueca de la realidad, dotándola de una perspectiva singular pero generosa, que, atrevida, se enfrenta a la evidencia inescrutable y a la que el mundo defiende por ser su verdad. Si un autor desafió la tradicional convención de lo impuesto fue Julio Cortázar, genio ungido entre las lenguas del fuego y del cual se conmemoró recientemente el cuadragésimo aniversario luctuoso.

Julio Cortázar (1914-1984) es uno de los escritores de mayor importancia en la literatura universal. Su influencia es honda e imperecedera;  con un legado innovador y vanguardista, fue dueño de un estilo inconfundible y experimental con el que marcó un hito en el mapa literario. Sin pretensiones, sacudió las narrativas convencionales y se adentró en temas como la comprensión del tiempo, la realidad y la percepción de un universo susceptible y en constante evolución. Desde hace décadas es una referencia  primordial para los noveles literatos, quienes abrevan en él en búsqueda de una inspiración esclarecedora.

Al aproximarnos a este narrador, se puede constatar que su obra se extendió a diferentes géneros;  en todos ellos puso un acento y brindó un aporte intelectual gracias a  esa especial relación que estableció con el lector erigiendo un robusto vínculo. Sus textos condensan la esencia con la que creó un vasto universo, compaginando lo cotidiano con lo fantástico: Los reyes, Bestiario, Los premios, Queremos tanto a Glenda, 62 modelo para armar, Historias de cronopios y de famas, Los autonautos de la cosmopista, Salvo el crespúsculo, Nicaragua tan violentamente dulce, Divertimento o la más reconocida de todas, Rayuela, fascinante novela que sentó las bases para una nueva configuración narrativa y que fue elemento medular del denominado Boom latinoamericano, período que produjo un creciente interés por los nuevos escritores de este lado del mundo.

Junto a Gabriel García Márquez y otros intelectuales formó parte del Tribunal Russell II, figura creada para condenar la represión, la tortura y las desapariciones en América Latina

Un rasgo distintivo de este autor argentino fue su constante preocupación por todo aquello que fustigase de manera angustiante al hombre. Su comprobada empatía con las personas que fueron víctimas de la violencia de Estado, de la opresión política, del castigo propio de la desigualdad y de los cepos que enclaustraban la libertad, fueron sus banderas. La grandeza de su ser no solo estuvo plasmada en los libros sino que sus acciones rubricaron una vida en la que prevaleció la solidaridad, la bondad, el compromiso por el cambio de nuestra América y, con especial interés, el despertar del pensamiento como el objetivo más noble de la existencia.

Para Cortázar, su auténtico gentilicio era el ser latinoamericano; por ello, dedicó tiempo y empeño en consolidar las alternativas políticas y culturales que perseguían un profundo desarrollo en cada país. Según él, la esperanza para la región se encontraba en el seno de sus pueblos. Exaltaba el rol de la población civil, que estaba llamada a conciliar las diferencias sin renunciar a sus posturas críticas. Para el escritor, el poder constituido debía ser de amplía inclusión y que  las sociedades  estimularan las oposiciones políticas desde una visión constructiva. Solo así se podía establecer la verdadera democracia.  Comprometido con el sentido del americanismo, recorrió el continente llevando un mensaje reflexivo y plantó frente contra los enemigos de América Latina: para él, exponer la verdad era la mínima contribución con que un intelectual podía apoyar los procesos de transformación que se daban en ese entonces.

El triunfo de la Revolución cubana despertó en el autor, así como en millones de personas en esa época, su consciencia política, estimulando  la concepción y el sentimiento de ser latinoamericano. Defendió con ahínco esos procesos que en aquel tiempo significaron una poderosa influencia continental. En distintos escenarios protestó contra la  manipulación de la información como parte de la agenda de injerencia de los gobiernos de  los Estados Unidos y alertó sobre las distorsiones que ocasionaba en la estabilidad política de la región. Esas acciones, según su opinión, entorpecían el comprender de qué lado estaba la verdad y la razón.

Recorrió muchos países de América llevando un mensaje de apoyo a las transformaciones que en ese entonces representaban una esperanza para el continente

Se opuso con rigor a las amenazas con las que Washington ejercía presión a los gobiernos que no les resultaran maleables de acuerdo a sus intereses.  En una entrevista en RTVE poco antes de su muerte, sentenció: “ellos, que han sido cómplices y tuvieron en el poder a los más sanguinarios dictadores, ahora vienen a hablarnos de reinstaurar la democracia… Los Estados Unidos no quieren perder su traspatio, lo han poseído y explotado por mucho tiempo”. A lo largo de su vida demostró ser un creador que conocía con precisión lo que es la escritura y que logró hacer converger su mensaje literario y su menaje político sin que uno prevaleciera en detrimento del otro.

Como pensador procuró exaltar la importancia de la solidaridad desde México a Argentina, causa que redundaba en la defensa del idioma, el origen común, la cultura y el derecho a escoger la dirección de nuestras naciones. Es precisamente esa identificación con las controvertidas causas lo que lo movió a brindar apoyo a presos políticos en distintos países y a los que cedió los derechos de autor de varios de sus títulos, como un acto de fraternidad. Jamás renuncio a la convicción de que si bien no se puede luchar contra fuerzas aplastantes en otros campos, el trabajo de un intelectual puede tener resultados insospechados para quienes detentan los poderes negativos. Era un convencido de la idea de abrir los caminos para que la justicia conduzca los destinos de los pueblos.

Con su antinovela Libro de Manuel (1973), Cortázar pretendió alcanzar una nueva y más profunda narrativa experimental mientras captaba la efervescente contemporaneidad, una actualidad marcada por los movimientos ideológicos que desde hacía una década sacudían cada rincón del mundo. Su identificación con los procesos revolucionarios y la protesta en contra de las violaciones a los derechos humanos, motivaron su escritura.  Libro de Manuel es un fidedigno reflejo de su arriesgado compromiso como autor y nos presenta una construcción épica desde el desdoblamiento y sin la ilusión referencial, características que producen un nuevo quiebre con la novela habitual y que para el escritor representa un artilugio de sometimiento del lector, variable que imposibilita una franca unificación entre los personajes y los lectores.

Por medio de una estructura fragmentada en la que introduce documentos, entrevistas y declaraciones, logra recrear una compleja red de relaciones y motivaciones que rodean este acto revolucionario. Cortázar en este libro se adentra en virulentas temáticas: la política, la sociedad y la ética, a través de diálogos intensos, confrontaciones filosóficas y una articulación lúdica. La novela reta constantemente a quien la lee a que cuestione sus propias convicciones morales y éticas, y a reflexionar sobre la naturaleza de la lucha por los ideales y la complejidad de las decisiones en un contexto de conflicto social y político.

Leer a Julio Cortázar resulta una intrincada travesía por horizontes en los que el lector se desdobla y se mimetiza como una sola extensión entre el escritor, el narrador y el protagonista. Recorrer la vida de este novelista también es una profunda trashumancia  por la grandeza del hombre. Una ancestral ruta que se nutre del rumbo infinito de la humanidad.