Una lectura equivocada de los resultados de las elecciones del 21 de noviembre exacerbó la crisis dentro de la oposición, golpeada tras años de exilios, inhabilitaciones, deserciones, fracturas, errores y fracasos. Las recientes declaraciones de Julio Borges en las que renuncia a su cargo de encargado de la relaciones internacionales del equipo de Juan Guaidó y la entrevista que Leopoldo López sostuvo con la periodista Idania Chirinos en la emisora colombiana NTN24, han mostrado cuán profunda es la división y el desconcierto existente en las filas democráticas.
La postura de Borges me pareció insólita. No pudo haber escogido un momento más inadecuado. Propuso terminar abruptamente con el interinato de Juan Guaidó en una coyuntura en la cual el presidente de Estados Unidos convocó la Cumbre para la Democracia los días 9 y 10 de diciembre, evento virtual que congregará a los líderes políticos, de la sociedad civil y del sector privado más importantes del planeta, con la finalidad de discutir sobre las graves dificultades que enfrenta la democracia en gran parte del planeta. De ese foro fueron excluidos Nicolás Maduro, desde luego, y los mandatarios de El Salvador, Guatemala y Honduras, gobiernos que no pueden calificarse aún de dictaduras abiertas, pero que si se les deja van a hacerlo. Por lo visto, la invitación a Juan Guaidó no tiene nada que ver con la gestión diplomática de Borges. A pesar de ello, debería haberse sentido muy satisfecho de que a su jefe lo convocasen a ese magno encuentro, claro espaldarazo al esfuerzo que realiza para recuperar el sistema de libertades y una forma de expresar el compromiso de la primera potencia mundial con el sector opositor representado por Guaidó. Entonces, no solo nada tuvo que ver con la iniciativa estadounidense, sino que se aprecia el enorme celo que le produjo el que Joe Biden exaltara la figura de Guaidó.
El otro aspecto que no consideró Borges en sus desafortunadas declaraciones es la situación sobrevenida luego de la conspiración urdida en Barinas, de acuerdo con las declaraciones del rector Roberto Picón. En ese estado, el régimen perpetró un asalto que exigía la respuesta cohesionada de la oposición, tanto para denunciar el delito cometido, como para concurrir en una sola fórmula a las elecciones del 9 de enero, arbitraria solución impuesta por el TSJ. En medio de una coyuntura en la cual había que acorralar al gobierno con los pocos recursos de los que se dispone, Julio Borges lanzó una granada fragmentaria para causar destrozos en la ya averiada oposición.
Finalmente, propone acabar con el “gobierno interino”, pero sin sugerir una fórmula o un plan concreto que sustituya esa plataforma. Se limita a hablar generalidades y a repetir lugares comunes acerca de renovar el liderazgo. Un dirigente político de su talla está obligado a presentar un plan con objetivos y lapsos definidos. Ese proyecto podría incluir, por ejemplo, comenzar por la revisión dentro de los partidos existentes de sus tesis sobre la coyuntura nacional, con el fin de avanzar hacia un congreso que reúna a los líderes de las diferentes organizaciones y defina la manera de encarar al régimen de Maduro. No resulta aceptable que pretenda eliminar la plataforma conformada por Guaidó –aunque sea criticable– a partir de abstracciones.
El otro episodio lamentable fue el protagonizado por Leopoldo López contra Henrique Capriles. En esa confrontación, con rasgos viscerales, da la impresión de que para López resulta más importante anular a Capriles, que salir de Maduro, el destructor del país.
No creo que valga el argumento según el cual, para derrotar a Maduro, hay que acabar primero con el protagonismo de Capriles en el escenario nacional. Capriles, al igual que López, están instalados en la conciencia de los venezolanos. Todos los sondeos rigurosos de opinión que conozco indican que ambos forman parte del cuarteto de líderes democráticos más reconocidos en Venezuela. Los otros dos son Juan Guaidó y María Corina Machado. Los demás dirigentes opositores marchan lejos de ese pelotón. Modificar esa percepción no será fácil, y tampoco considero que sea positivo. Si aparecen nuevos liderazgos nacionales, no será por decreto ni por combinaciones de laboratorio, sino porque esos líderes emergentes habrán sabido ganarse el apoyo popular. No creo en esas consignas tremendistas que plantean “váyanse todos”, como si formar líderes de alcance nacional fuese una operación sencilla. Los obstáculos que deben superar las nuevas figuras para alcanzar ese peldaño son enormes. Uno de ellos reside en eludir la férrea hegemonía comunicacional, uno de cuyos propósitos consiste en invisibilizar la oposición.
Hasta nuevo aviso, Capriles y López tendrán que girar en la misma órbita y les convendría que lo hagan de la manera más armónica posible. Nadie puede pedirles que se quieran como hermanos, pero sí hay que exigirles que coexistan en sana paz porque la recuperación de la democracia y la nación los obliga a convivir. En Venezuela y el mundo abundan los ejemplos de cohabitación entre personajes que se tenían animadversión.
Los comportamientos de Borges y López fomentan la decepción y el ascetismo, y alejan las posibilidades de cambio. Están obligados a enmendar.
@trinomarquezc