De no ocurrir nada especial que cambie el rumbo de los acontecimientos, podemos predecir con mucha precisión lo que sucederá el día 6 de diciembre del año en curso si en esa fecha se realiza, como está previsto, la elección de la nueva Asamblea Nacional Legislativa. El régimen, que ha manipulado sin tapujos todas las elecciones habidas después de su gran derrota de diciembre de 2015, obtendrá la mayoría de los escaños parlamentarios y llevará a la nueva Asamblea a grandes figuras del chavismo. La oposición tendrá una minoría compuesta por diputados que no representarán a la oposición en su conjunto, sino a una mínima parte de ella. Pero unos y otros integrarán un cuerpo legislativo con el nombre de Asamblea Nacional que para nada representará a la nación. Por lo demás, será un poder “público” que no servirá para nada. Será solo una figura decorativa de la “democracia” venezolana.
Los que creen de buena fe que la afirmación que acabamos de hacer es incierta, deberían revisar las ejecutorias de las cuatro Asambleas Nacionales habidas en el país desde el año 2000 bajo el amparo de la Constitución de 1999. Si así lo hicieran contarían con un elemento de juicio que podría hacerles cambiar de opinión. Comprobarían que ninguna de esas Asambleas, sin importar para nada su composición, cumplió con las funciones fundamentales que le otorga la Constitución Nacional. No legislaron, no controlaron al presidente de la República y a la Administración Pública Nacional ni decidieron nada importante. Durante veinte años las facultades de ese poder, el más importante del sistema democrático, fueron conculcadas, impedidas o absorbidas por el Ejecutivo Nacional en la persona del presidente de la República, lo cual no podía ser de otra manera tratándose de un régimen dictatorial como el nuestro.
Las condiciones que rodearon el funcionamiento de las Asambleas anteriores no han cambiado en nada. No podemos esperar, por tanto, que el destino de la nueva Asamblea Nacional que surja de las irregulares elecciones del 6D, sea diferente. Lo que si será distinto con respecto a ella es que el régimen, con la habilidad que lo caracteriza, la manipulará y tratará de otra manera, evitando la brutalidad que empleó con las anteriores, para hacer creer que se somete a ella y seguir haciendo de las suyas, todo ello dirigido al público de galería, especialmente a la opinión internacional, con el objeto de que disminuyan o cesen las presiones que se ejercen desde afuera. Para ello lamentablemente contará con la colaboración interesada o ingenua de los diputados de la bancada opositora llevados a esa posición mediante un proceso plagado de todos los vicios.
El ejercicio electoral que se intenta realizar en estos dos meses y medio que faltan para el 6 de diciembre, no tiene ningún sentido racional ni práctico. Se trata de un juego macabro, tomando en cuenta la gravísima situación que atraviesa el país, agravada ahora por la pandemia del covid-19. En ese juego no habrá ganadores. No lo será la oposición, dividida y mal representada. Mucho menos lo será el régimen, que obtendrá una mayoría que nadie, excepto sus interesados amigos, le reconocerá. El gran perdedor seguirá siendo el pueblo de Venezuela que desde hace 22 años viene perdiendo el juego de la vida en manos del chavismo. Todos los venezolanos, sin excepción, estamos en una situación similar a la que vivieron los pasajeros del RMS Titanic en la madrugada del 15 de abril de 1912.
Venezuela es un barco que desde hace rato chocó su quilla contra los bordes sumergidos del iceberg del fanatismo ideológico, totalitario y excluyente del chavismo. Se hunde porque el capitán y su tripulación no quieren girar el timón unos cuantos grados a babor (derecha). Los que vamos a bordo podemos protestar, reunirnos en asamblea, pedir ayuda a gritos o tirarnos de cabeza a las gélidas aguas del océano. La rigidez mental de quienes conducen la embarcación no les permite cambiar su trayectoria. Todos los venezolanos vamos en ese barco, vemos el iceberg, sentimos el peligro, queremos salvarnos, pero la soberbia, la megalomanía y la locura de quienes asaltaron el barco en momentos de dificultades, que ahora sabemos que eran pasajeras, prefieren que se hunda el país antes que soltar el timón. Ya tienen asegurados sus botes salvavidas.
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