De todos modos, nos encaminábamos hacia la total anormalidad de la vida cotidiana. El coronavirus solo perfeccionó y consagró la tendencia anunciada, lenta pero segura, con la extensión oficial de los días feriados, el colapso de los servicios públicos convertido en una costumbre, la desmovilización por la escasez de dinero en efectivo, o la radical inseguridad personal.
La inesperada llegada del huésped peligroso rubricó y redondeó el propósito de desvalorizar el trabajo, dificultar el libre tránsito y extremar las conductas anómicas para que la sociedad no se reconozca a sí misma, perdiendo sus señas de pertenencia y de común identidad. Causa y efecto, el directo y literal ejercicio del poder por las camarillas que lo monopolizan, administradas sus rivalidades, aún requiere del aporte de aquellas que, cultivando alguna expectativa de reemplazo, agradecidas por su supervivencia, se juren opositoras; agreguemos, hay también una economía de las brutales tareas represivas que respetar en estos tiempos.
Régimen, al fin y al cabo, genera y celebra la irresponsabilidad política en ambas aceras, pero con el natural acento y útil énfasis en la oposición nominal, a través de las vacas sagradas que, en provecho de la (auto)censura reinante, no le deben respuesta alguna a sus inmediatos seguidores, ni a la endeble y birlada opinión pública. Jugando a la pandemia, muy pocos o nadie logra formular libremente una pregunta a los negociadores que, en México, por una suerte de golpe de Estado a la frágil institucionalidad opositora, intentan trastocar sus intereses en sendas banderas de lucha, pretendiendo inconsultamente comprometernos a todos.
Lamentable, lo que todavía acaece en la empresa Monómeros, por ejemplo, no encuentra acá una adecuada sesión parlamentaria y tampoco la debida instancia judicial para un convincente esclarecimiento, guardando el G-4 un militante, desinhibido y prepotente silencio, añadida la vociferación insustancial de uno de sus factores. Sin embargo, por el rigor de una lógica perversa que explica al sistema, en diferentes ámbitos, como el universitario, otro ejemplo, las vacas sagradas que hicieron caso omiso a los continuos atentados contra la autonomía e inviolabilidad de nuestras casas de estudios, autoconvencidas de sus infinitas habilidades políticas, en constante reacomodo, enmudecen frente al audaz, calculado y particularísimo allanamiento de Maduro Moros a la sede de la UCV, confiando en una negociación tras bastidores de los comicios pendientes, como a él y solo a él, le dé la gana de hacerlos, confiados en que los invitará a compartir su fiesta en el Aula Magna con motivo del consabido tricentenario.
Vivenciado profundamente el estado de excepción en Venezuela, la política pierde su más legítimo sentido que solo lo recobrará a través de una radical experiencia humana de libertad, como perdida está la probidad ética y moral en el manejo de los recursos públicos, o los fines mismos de toda universidad que se tenga por tal. Un régimen monoteísta como el socialista, devoto febril de la personalidad que lo articula y sostiene, no acepta otras deidades, santorales, distinciones o referentes, por lo que el juego siempre conduce a sortear el sacrificio periódico de algunas vacas en sus altares, por sagradas que se digan.
@LuisBarraganJ