China ha sido siempre potencia dominante en el Lejano Oriente, con algunos eclipses de decadencia. Su expansión es ahora económica y territorial. Desde que el Centro – nombre en chino del país – conquistó los reinos vecinos, se había mantenido en el espacio de su primer imperio, contenida por la geografía y poderosos vecinos. El mar al este le permitía una salida hacia el sur de Asia y África. Por allí se iban gentes y productos. Y los desiertos al oeste una comunicación, esporádica, con los países occidentales. Ahora, China aparece con otra dimensión: nunca tan extensa y con voluntad de proyección.
Los imperios no representan la última etapa en la evolución política de los pueblos (la localidad, la ciudad y la entidad estatal), lo que pareciera corresponder a la comunidad transnacional, como en el plano social (la familia, la región y la nación), lo es la comunidad regional. El imperio (propiamente dicho) es una asociación –voluntaria o impuesta– de entidades estatales con el propósito de obtener beneficios concretos (satisfacción de necesidades o consecución de aspiraciones) bajo el liderazgo del que parece mejor dotado para conseguirlos. Supone un centro dominante (metrópoli), estados aliados y vasallos y dependencias en distinto grado. Responde, pues, a la conveniencia común o a una voluntad de dominio. Su existencia se prolonga mientras se mantenga la creencia en la posibilidad de lograr los objetivos mediante la conjunción de esfuerzos o la eficacia de la coerción de quien la impone. Cuando una u otra desaparecen el imperio se desintegra.
La guerra de Ucrania –cualquiera sea el resultado de esta etapa– forma parte de la desintegración del viejo imperio ruso (zarista-soviético), que no ha concluido. En realidad, junto al chino (profundamente transformado), son los únicos anteriores a la primera guerra mundial que subsisten (el japonés lo es sólo de nombre). Pero, mientras desde Pekín se intenta imponer la unión mediante una aplicación moderna del “mandato del cielo” (legado del pensamiento confuciano), desde Moscú se pretende asegurar la sumisión de la periferia a través de la coerción. La historia muestra que no es posible lograrlo en forma indefinida (ni aun cuando existen fuertes vínculos, como ocurría entre Inglaterra y sus colonias americanas y España y las suyas). Además, los nuevos “imperios” (Estados Unidos, Europa) se fundan en el convencimiento de la necesidad de la cooperación bajo reglas democráticas para alcanzar las aspiraciones de los pueblos (paz mundial y modernización económica y social).
China, que es un imperio propiamente dicho, extenso y poderoso (y por tanto, con un papel mundial) tiene un área de interés inmediato, específico: el Pacífico Noroccidental y el Asia Central. Es si se quiere su dominio, dentro del cual su voz es acatada, o por lo menos tenida en cuenta. Dentro de la misma cualquier intromisión de otro imperio o potencia será motivo de conflicto. Otras áreas reciben atención y vigilancia especial, como vías de expansión, dado su relativo enclaustramiento territorial (que pretende vencer con la “nueva ruta de la seda”, terrestre y marítima): el Sureste Asiático y el Pacífico Sur. En estos tiempos de globalización, con frecuencia los intereses de varios imperios dominantes los llaman a intervenir en un mismo espacio. Así ocurre, actualmente, en los últimos lugares mencionados. Eventualmente, podrá ocurrir lo mismo en Asia Nororiental, ahora parte integrante (y no discutida) de la Federación Rusa.
El Imperio chino –en el que se han sucedido varias dinastías, una de las cuales es la comunista– se formó en 221 a.C. por la conquista o anexión de varios estados (o reinos) de los mismos rasgos culturales (y fundamentalmente lingüísticos) y del mismo origen étnico (han), dentro de los cuales convivían otros pueblos minoritarios. Para entonces, China era una civilización con cerca de dos mil años de antigüedad. Desde su unificación fue un estado-imperio, cuyas fronteras variaron en la sucesión de las dinastías, dentro de un mismo ámbito geográfico, que ha tratado de guardar (incluso tras largas murallas). Su proyección ha sido comercial, raramente militar. Curiosamente, alcanzó su mayor extensión cuando fue gobernado por conquistadores extranjeros (mongoles y manchúes). Sin embargo, comprende hoy, otras tres entidades con historia propia: Mongolia interior o del Sur (de diversas dependencias hasta 1947), Tíbet (autónomo hasta 1951) y Xijiang (incorporado desde 1760).
A lo largo de la historia, China ha conocido períodos de turbulencias y hasta de pérdida de su integridad, que han sido resultado de la insatisfacción provocada por las políticas económicas de algunos de sus gobernantes. Lo sabe Xi Jinping. Por eso, quiere mantener al país alejado de conflictos que perturben la paz necesaria para su crecimiento económico y el bienestar de sus millones de habitantes, que desean prioritariamente disfrutar de la vida. Desde miles de años atrás uno de sus dioses preferidos es Zhongli Quan, de la riqueza (quien con su abanico transforma las piedras en oro y plata). Por eso, no muestra prisa en la exigencia de reivindicaciones territoriales, incluso en relación a la isla de Taiwán. Se conforma con declaraciones solemnes sobre su soberanía. Sería necio pensar que va a arriesgar la estabilidad tan beneficiosa en aras de una presunta cercanía ideológica con el régimen de Moscú.
La muerte de Mao Tse-tung (1976) permitió un proceso de grandes reformas, liderado por Deng Xiaoping, cuyas líneas generales fueron aprobadas en 1978. En esencia, pretendía transformar una economía estatizada, centralizada y planificada en otra de mercado, adaptada a las condiciones del país, según las orientaciones dictadas por el partido comunista. En los 45 años transcurridos – con modificaciones y rectificaciones –se han alcanzado logros impresionantes, aunque con graves restricciones en las libertades y derechos humanos. El PIB ($17,73MM) es el 2º del mundo y el PIB/pc de $12.556, lo que ha permitido sacar 800 millones de personas de la pobreza (reducida de 52% en 1990 a 2% en 2019). Los servicios de salud y educación muy extendidos son deficientes en muchas regiones. Todos los hogares están dotados de electricidad (y 73% también de internet), pero hay carencias en otros equipamientos. Existen notables diferencias entre campos y ciudades.
A largo plazo, los intereses de China y Rusia lejos de coincidir van a diferir. Ya ha ocurrido en el pasado. No será por disputas territoriales (resueltas aparentemente mediante acuerdo del 21 de julio de 2008), que décadas atrás llevaron a serios enfrentamientos en la frontera (de más de 4.300 kilómetros), sino por la delimitación de las zonas influencia en Asia Central y, sobre todo, por la definición del sistema político y económico de las entidades (distritos federales) actualmente bajo soberanía rusa, más allá de los Urales, en Siberia y el Lejano Oriente (70,6% del territorio, 20,1% de la población y 19,8% del pib totales). Sin duda, y a pesar del tratado “de buena vecindad, amistad y cooperación” de 2001, el dinamismo de la economía china y la movilidad de su población (miles se han asentado al otro lado de los límites establecidos) provocarán tensiones entre las dos potencias asiáticas.
La geografía política actual del nor-este de Asia (que los rusos llaman Lejano Oriente) fue fijada apenas durante siglo XIX. Después de la conquista de Siberia (1581-1637), súbditos del zar alcanzaron el extremo de Chukotka en 1762, mientras las fronteras con China hasta el Pacífico fueron fijadas por el tratado de Pekín (1860). Pero, sus formas futuras – aun sin cuestionar necesariamente la soberanía – dependerán de la evolución política y el desarrollo económico de las dos potencias. Por ahora, contrasta el progreso y mejoramiento de las condiciones de vida en China (según un programa adoptado por una sociedad disciplinada, conducida por una dictadura colectiva) con el estancamiento de Rusia, frenada por las dudas sobre su destino (entre Asia y Europa, autocracia y democracia) y obligada a asignar porcentaje importante de sus ingresos a gastos militares. No han faltado las tentativas democráticas (1825, 1905, 1917, 1991), pero todas fracasaron al enfrentar tendencias profundas.
Al ordenar la agresión a Ucrania, con el propósito último de consolidar su posición autocrática (disfrazado en presuntos derechos nacionales), Vladimir Putin ha desatado fuerzas históricas que no está en capacidad de controlar. Aquella iniciativa amenaza, en efecto, intereses que otros poderosos del mundo están dispuestos a defender. En definitiva, serán ellos –China, Estados Unidos, Europa – los que impongan la solución. Sin duda, el “zar” de Rusia, lo sabe. Para asegurar ventajas en la negociación final deberá apoyarse en la potencia dominante en el Lejano Oriente (precisamente donde esta última hace tiempo la ha sustituido en influencia) ¡Juegos de la historia!
* Profesor Titular de la Universidad de los Andes (Venezuela)
@JesusRondonN
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional