“Se prohíbe recompensar al delator y al traidor, por más que agrade la traición y aún cuando haya justos motivos para agradecer la delación“ (Juan Pablo Duarte).
Bueno, tenía que ocurrir. Esta pasada semana, el Partido Popular ha estallado como un obús oculto en un jardín. No por previsible, ha sido menos traumático. Pero, como ya he dicho, se veía venir.
Para ser lo más exactos y ecuánimes posible, todo esto empezó el pasado 4 de mayo, cuando Isabel Díaz Ayuso se descolgó con un resultado que la dejaba a cuatro escaños de la mayoría absoluta, sobrepasando con creces la suma de los partidos de izquierda. Para un observador poco avezado, esa noche todo fueron parabienes. No era para menos. A mí, sin embargo, ya me chirrió un detalle, nimio para muchos, pero evidente para los que, de alguna manera, comenzamos a estar versados en los recovecos de la política. Esa noche, al salir al balcón de la calle Génova, para recibir el baño de multitudes de sus acólitos, la primera en tomar la palabra no fue Isabel Díaz Ayuso, merecida y flamante vencedora de la noche electoral. Muy al contrario, fue Pablo Casado el primero en dirigirse al público enfervorecido.
Aún hoy, me parece mentira que ninguna mujer, incluidas las feministas de pastel que nos toca padecer, levantase la voz ante lo que, para mí, fue un evidente desprecio.
Esto evidenciaba la necesidad de Casado de sumar algún triunfo a su ya abultada lista de fracasos, acaparando una atención que, sin duda, no merecía.
A partir de ese momento, la mayor lucha de Pablo Casado la ha librado de puertas para adentro, intentando no quedar eclipsado por el arrollador carisma y, por qué no decirlo, la eficacia política y mediática de Isabel Díaz Ayuso.
Se ha evidenciado, desde ese mismo día de mayo de 2021 que Pablo Casado, consciente de su mediocridad, ha tenido claro que Isabel le iba a levantar del sillón, más pronto que tarde.
Así que, en un intento vano de evitar lo inevitable, Pablo y su entorno comenzaron una campaña destinada a impedir, o al menos ralentizar el avance de Isabel. En un movimiento maquiavélico, Casado trató de enfrentar a sus dos pesos pesados, Díaz Ayuso y Almeida, sin tener en cuenta las consecuencias negativas que esto acarrearía para el partido, la primera de ellas destruir la imagen de unidad que el PP de Madrid había ofrecido hasta entonces.
No obstante, no fue este, a mi entender, el mayor error de Casado. Para encontrarlo, habría que remontarse a octubre de 2020, cuando el partido Vox de Santiago Abascal presentó una moción de censura contra el gobierno de Pedro Sánchez. Al margen de que la moción era papel mojado, por la imposibilidad de sacarla adelante, Pablo Casado decidió, en un alarde de la mediocridad y la falta de criterio que le han caracterizado como líder del PP, votar en contra de tal moción, posicionándose claramente en contra del que debería, en buena lógica, ser su aliado natural y, por tanto, al lado de todos los demás partidos implicados.
Pablo Casado inició así una deriva errónea, a todas luces, intentando posicionarse en el centro, en la moderación que siempre ha caracterizado a los partidos veleta. Craso error, señor Casado.
Pablo no valoró que el electorado del Partido Popular siempre ha sido la derecha. No la derecha moderada, sino toda la derecha. En tiempos del bipartidismo, la derecha solo tenía una opción, pero ahora la situación ha cambiado, dado que existe otra opción válida, otra opción de gobierno, solvente y posicionada, a la que no le acompleja reconocer cual es su lugar en la escaleta. De este modo, Pablo Casado, queriendo pescar en el naufragio de Ciudadanos, ha perdido gran número de votantes por la derecha, que es su zona natural.
Esto es grave, pero últimamente, antes del affaire Ayuso, ocurrió otro hecho de extrema gravedad. No hay que remontarse mucho. Fue el 3 de febrero cuando se votó en el congreso la tan cacareada reforma laboral de Yolanda Díaz. Ese día, a Pedro Sánchez, a priori, le salían las cuentas. Su reforma laboral, bandera de la vicepresidenta Díaz, saldría adelante por un voto. No obstante, en un giro dramático de los acontecimientos, los diputados de UPN, los señores Sayas y García Adanero, en un gesto poco habitual en política, decidieron, en el tiempo de descuento que, contra las directrices de su partido, iban a votar en contra. Evidentemente, esto ya se sabía en los pasillos antes de la votación. Pero, casualmente, en otro giro dramático de los acontecimientos, en una tarde de pijama y palomitas, el PP nos deleitó con uno de esos momentos gloriosos que, a veces, tiene la política. El diputado Alberto Casero, como quien por accidente se apoya en el botón nuclear, equivocó su voto, haciendo así posible que la reforma laboral se aprobara por la mínima.
Desde El juego del calamar no había visto un guion tan brillante, no apto para cardiacos. El problema, como en las series televisivas, es que, a mi modo de ver, todo es mentira.
Dejando claro que esto es una hipótesis, para la cual no tengo pruebas que la sustenten y por lo tanto, es mi opinión, no se puede ser tan gilipollas, es imposible. Desde el accidente en Cuba del señor Carromero, resucitado para la vida pública esta semana, en el cual fallecieron dos destacados disidentes cubanos a los que, en teoría, había ido a ayudar, no recuerdo un desenlace tan desgraciado. Es tan increíble que no me lo creo.
Según mi punto de vista, y vuelvo a recalcar que no tengo ninguna prueba que lo apoye, Pablo Casado le salvó los muebles a Pedro Sánchez el pasado día 4. No tengo ninguna duda. Lo que no llego a discernir, todavía, es por qué.
Así, pues, llegado el día 17 de febrero, que mal se le dan los jueves a Casado, los medios de comunicación se hacían eco de la última jugada de Pablo Casado. Dejando a un lado que a mí me chirria que un familiar de un cargo público haga negocios con la administración, ya sea de forma legal, la oportunidad, para Pablo Casado, la pintaban calva.
En política, como en la vida, todo va entrelazado, así que cuando Isabel Díaz Ayuso, en otro alarde de inteligencia política y de pragmatismo, expresó a las claras que ya está bien de complejos, y que lo que la izquierda piense de sus posibles pactos a ella le vale madres, como dicen en México, Pablo decidió que había llegado el momento de sacar la artillería pesada, como cuando, casualmente también, salió el video del absurdo robo de las cremas por parte de Cristina Cifuentes, que por cierto, ya le vale. O como cuando Ruiz Gallardón, jaleado por su propio partido, lanzó la ley del aborto para ver, estupefacto, cómo el propio PP se la echaba atrás y exigía su cabeza en una bandeja. Del mismo modo, con la misma frialdad, Pablo Casado y su hombre de paja, Teodoro García Egea, decidieron lanzar el mortero definitivo que, por un error de cálculo, les ha estallado en los pies.
A veces, solo a veces, el pueblo es soberano. Y en este caso, el pueblo, cansado ya de tanta patraña y tanta traición y, en definitiva, de tanta cabronada, al fin se ha decidido a manifestarse y a explicarle a Pablo Casado que se acabó lo que se daba. Así que, al margen de quien recoja el pañuelo, el Partido Popular ha de tener claro quién le sustenta, electoralmente hablando y cuales son los motivos que han llevado a Casado y a Egea, como a Thelma y Louise, al borde del abismo y sin frenos.
España merece más respeto. Ya está bien de que nos tomen por tontos. En esta vida, el que no se lleva una ostia por la derecha, se la lleva por la izquierda, pero a dos manos ya es demasiado.
Adiós Pablo. Cierre la puerta al salir.
@julioml1970