Si para algún propósito sirve todavía recordar el venezolano 23 de enero 1958 es para enfatizar con absoluta seguridad que la interna, valiente y perseguida oposición clandestina contra la dictadura perezjimenista, en conexión muy arriesgada y difícil con la dirigencia democrática en largo y sacrificado exilio, nunca hubiera funcionado para lograr la liberación del país si no se hubiera infiltrado con firme e inteligente directriz foránea en las Fuerzas Armadas de entonces.
Todavía muchos se resisten a esa verdad o no quieren admitirla públicamente por diversos motivos, el principal radica en que buscan darle importancia suprema al “pueblo” en aquel suceso crucial. Pero el testimonio científico de testigos, historiadores y documentos así lo registra.
Esa madrugada inolvidable se despertó nacionalmente en muchos sentidos. Gente numerosa de distintos sectores salió a las calles para gritar su contento, algunos abrieron las puertas de la siniestra Seguridad Nacional caraqueña donde se torturaba a los disidentes y sus familiares, rompieron las rejas de otras prisiones urbanas, rurales y hasta selváticas. En medio de la borrachera súbita, inmediatista siempre, que incorporó a una mayoría sobre todo juvenil, carente de formación política y de información previa sobre los planes de liberación que militantes de los todavía incipientes partidos políticos organizaban desde hacía meses, y es necesario repetirlo, esos grupos sí estaban en coordinación con informantes de los desterrados. Sin la eficaz tecnología comunicacional de hoy. Los movilizaba una auténtica vocación libertaria.
Para nosotros, tecladistas repetidores de una oposición fija, anticastrochavista pero cada día más inoperante, queda claro que la principal causa del fracaso para derrocarla en 22 años radica en la incomprensión, o la vista gorda, o los intereses particulares por guardar “un espacio” (¿?) aunque sea de concejal, gobernador, diputado, alcalde, todos provisionales mientras dure la tiranía pues importa “que agarremos aunque sea fallo”… sinónimo de oportunismo, desvergüenza y mentira disfrazada de sabiduría política. Nada que ver con aquel 23 de enero, pues el “pueblo” que hoy día configura el 90% de las víctimas sigue siendo de muchas maneras el Juan Bimba, aquella figura del hombrecito descalzo en liquilique roto que en su bolsillo guarda con miedo de siglos un bollito de pan, aquel Juan de la calle que grandes pensadores humoristas consagraron en caricaturas y les valieron prisión o mortaja.
Al Juan Bimba de hoy le queda solamente otro Juan, el Guaidó, quien por azar constitucional sigue encabezando a la desmantelada Asamblea Nacional legítima. Si al fin logra zafarse de todos los compromisos partidistas que han logrado utilizarlo debido al individual presidencialismo, de nuevo inmediatista, que lo ha neutralizado, si consigue ese rango de independencia personal que quizá el sufrimiento de dos años le ha permitido alcanzar para estar bien conectado hasta infiltrar a fondo una Fuerza Armada corrompida, delincuencial, llamada revolucionaria, sucursal de la rusocastrocubana que cunde ya por gran parte del hemisferio central y del sur, si convence a quienes, adentro y afuera, hipócritamente continúan pidiendo elecciones libres bajo un régimen totalitario… solo entonces tendrá sentido que este Juan y sus Juan Bimbas arriesguen sus vidas y futuros, para un propósito insobornable. La democrática libertad.
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