El pasado 26 de abril falleció Jose Rafael García Acosta. Reconocido en Venezuela como el padre de los parques nacionales, el Doctor García –como habitualmente era llamado en los pasillos de la dirección de parques nacionales, aunque también tuvo otros alias entre colegas y obreros: Viejo García y el Quema’o– fue una piedra angular en la conservación de los recursos naturales en el país. Daba lo mismo cualquiera de sus apelativos, porque nada ha sido de mayor importancia que su impronta huella que va más allá de dos generaciones de técnicos dedicados al manejo de áreas protegidas.
En mi opinión personal, el Viejo García fue un personaje recio, de conspicua personalidad, lacónico en hablar y escribir, observador y hermético en su trato, pero transparente ante toda persona sin importar rango o estatus. Ocasionaba el silencio a su paso por los pasillos de su headquarter, igualmente por las áreas de los parques nacionales por donde rondaba. Regresar todo saludo con mirada plomiza era habitual, y sin embargo había un dejo de humanidad en ello.
Su rol como líder y jefe abarcó enormes dimensiones, y por tal razón traigo acá un ejemplo. En 1977 mi colega Pedro Vernet tocó a la puerta de la oficina del Viejo García para pedirle su ayuda porque estaba decidido dedicar su vida a la conservación de la naturaleza. Pedro Vernet contaba entonces con apenas 12 años de edad. Ese mismo día el Viejo lo orientó y hoy Pedro es un agradecido experto en conservación de tortugas marinas. El indiscutible padre de tan maravilloso y creciente sistema de Parques Nacionales se hacía sentir en su incansable labor humana, técnica y administrativa, que iba más allá de lo burocrático. Fue como un padre para sus discípulos y en su actuar técnico fue por sobre todo un hombre de campo que usaba su ingenio, instinto y empeño para superar obstáculos. Una comunión de caracteres que le proporcionó su mayor fuerza y naturaleza.
Moldear un sistema en su forma de gestión fue un arduo trabajo de largos años de lucha, que lo obligó a maniobrar entre la política nacional, recursos económicos limitados, la conducción del personal técnico y una crítica opinión pública siempre encima. En un país donde la firmeza del conductor de tan importante sector público debe mantener una línea de trabajo, estuvo siempre al frente con la cabeza en alto para saber decir un «no» ante cualquier acto impropio. Su espíritu indomable estuvo incluso allí cuando un incendio forestal lo dejó postrado en una cama de hospital. Pero regresó con huellas imborrables del fuego y con ellas mantuvo su postura. No hubo contratiempos que le hicieran perder el paso en la conformación de la Venezuela que quiso modernizarse para estar presente el concierto de naciones, y participar en la construcción de un país modelo en la región.
No pienso que se lo haya propuesto como meta primordial, pero fue como algo atado a su carácter. Quizás sin pensarlo, su obra resultó como ejemplo para otros sistemas de parques nacionales del continente. Un impacto en su obra iba detrás de otro, un paso suyo arrastraba a su equipo técnico tras él. Siempre avanzando como pionero tuvo la visión de impulsar la creación del primer parque nacional marino para Venezuela: Los Roques, un logro a nivel internacional que reportó ante el Segundo Congreso Mundial de Parques Nacionales, en 1972 (Yellowstone, Estados Unidos), como contribución de Venezuela a las celebraciones.
Y no se trata solo de hechos aislados, sino de su empeñoso trabajo de campo. Por ejemplo, ya a mediados de 1959, como ingeniero agrónomo había realizado labores de reforestación en las degradadas faldas de la montaña del Ávila. Allí, a modo de prueba y error, experimentó en el recién creado parque nacional con especies de rápido crecimiento, entre ellas eucalyptus, cuando aun no se reportaban los efectos secundarios de ese árbol. Porque fijaba su meta en el inmediato control de los incendios forestales, intentando reforestar las sabanas de origen antrópico cubiertas ahora de vegetación sensible al fuego. Allí donde destaca la hierba Melinis minutiflora, probablemente la peor planta invasora que ha influido negativamente en la ecología de paisajes enteros en el norte de América del Sur (W. Meier, com. pers.). Y en tal afán el Viejo García descubrió que allí mismo contaba con un árbol nativo, Oyedaea verbesinoides, quizás la especie nativa más importante del Parque Nacional Ávila. De este éxito publicó su reporte técnico sobre esta especie como pionera en la reforestación (García J.R. & C.M. Rávago, 1960, Ministerio de Agricultura y Cría, Direcc. Rec, Nat.).
Asistió al Tercer Congreso de Parques Nacionales celebrado en Bali, Indonesia, en 1982, donde le fue conferido el Premio Fred. M. Packard. Y en 1986, tras 30 años de gestión, pasó a retiro. Para ese momento el sistema de parques nacionales contaba con 26 parques nacionales. José Rafael García, alias Doctor, alias el Viejo, alias el Quema’o, sabía que su obra estuvo dedicada a un mundo natural pulsante. Obra y vida fueron como llevadas de las manos de conservacionistas de la talla de un John Muir, en una combinación de crear conciencia sobre la necesidad de proteger la naturaleza, unida a la capacidad de convencer al mundo político para la creación de áreas naturales protegidas.
A los 80 años de vida se le podía encontrar ascendiendo alguna de las cumbres más altas del Ávila, la montaña que se había convertido en su pasión. Pero la biología de todo ser viviviente es limitada, y paso a paso se fue apagando el azul plomizo, la luz que alumbró un camino que él mismo, por propia cuenta y obra, llenó de glorias, de parques nacionales.
Otro premios recibidos por José Rafael García Acosta fueron la Orden Libertador (Venezuela, 1964), la Orden Orange Nassau de los Países Bajos (1977), la Orden Henri Pittier en su 1° Clase (Venezuela, 1981) y la Orden Golden Ark de los Países Bajos (1984).