Sesenta años de trayectoria artística celebra José Ledezma, el fundamental creador y maestro venezolano de danza contemporánea. Sus muchos aportes han sido determinantes en el desarrollo de esta disciplina artística en el país. Figura en el cuadro de esforzados intérpretes pioneros de una expresión escénica desconocida y por tanto incomprendida. 62 obras por él firmadas conforman un repertorio coreográfico que resulta necesario preservar. Su labor docente cumplida en varias generaciones de bailarines lo convirtió en un genuino y honesto maestro de maestros. A los 85 años de edad vive un retiro profesional por él decidido con calculada racionalidad.
La vida de José Ledezma ha transcurrido sin desvíos tras una obsesión inocultable: el movimiento. Asume la danza con una actitud vital. Los retos físicos le atrajeron, aunque su obra nunca pudiera ser definida como meramente acrobática. Un importante elemento sensible se fusiona con su exigencia corporal, en la búsqueda del necesario contenido emocional y estético.
Consecuente con su ideal, la obra coreográfica de Ledezma apunta desde su recorrido inicial a una celebración del movimiento. El espacio escénico constituye para este creador su hábitat fundamental y el uso exhaustivo de ese espacio su razón de ser. Ajeno a la narración innecesaria y al gesto exagerado, el coreógrafo centra su motivación en un movimiento casi aséptico, tan solo “contaminado” por el propio sentimiento humano.
Uno a uno los cuerpos aparecen. Son volúmenes individuales, errantes. Con lentitud se concentran y se separan. De pronto, la quietud se trastoca en dinámica energía, por momentos violenta. Los cuerpos danzan asimétricamente. Cada uno lleva consigo una carga particular implícita. Al final, la quietud retorna. Los cuerpos se reúnen para el reposo. Un poco más allá (1977, Schubert) tal vez represente la obra de Ledezma por excelencia. Ella resume lo ideal de sus postulados que siempre lo han orientado dentro de la creación coreográfica. Pieza poseedora de un particular diseño espacial a través del cual las acciones grupales se desarrollan con amplitud, descomponiéndose por instantes para de nuevo retomar su integridad.
Coreografía emblemática que señaló el camino para otras obras que profundizaron en la utilización plena del espacio y en una composición vasta y compleja: En busca del regreso (1980, Alfredo Del Mónaco), Andante furioso (1984, Bela Bartók), Alabado sea (1985, Haydn), El último gesto (1987, Steve Reich) y Color de rosa (1989, Eduardo Marturet).
El unipersonal ha sido un formato constante en Ledezma. El exigente ejercicio de crear en función de un único intérprete lleva sus implicaciones: conducir a términos esenciales una idea y un sentimiento en un cuerpo y un espacio específicos. Nuestro coreógrafo ha evidenciado especiales capacidades dentro de esta expresión. Sus solos son genuinos y portan con claridad su sello de creador: la exaltación del movimiento corporal con contenido humano. Incidente dramático (1984, Henry Purcell interpretado por Klaus Nomi), discurso individual enajenante y violento, así como Naturaleza viva (1985, Samuel Barber), elevada recreación poética del movimiento, ejemplifican claramente su atracción por la danza en solitario.
La expresión dramática no forma parte de los intereses de Ledezma para expresarse como autor. Cree fundamentalmente en la danza como un hecho abstracto. Sin embargo, la teatralidad puede pertenecer igualmente al ámbito de la abstracción, y la danza, esencialmente, es también un hecho escénico. De este modo, por formación y por temperamento, en sus obras el teatro subyace dentro de una concepción de danza pura. Se encuentra a veces sutilmente, otras con mayor énfasis. En él lo teatral se convierte en un recurso al momento de plantear una situación o desvelar una ideología, sin llegar a ser narrativo o literal. Suerte de miniaturas sencillas y al mismo tiempo profundas, lo constituyen En el campo (1984, J.S. Bach), solitaria y dolorosa vivencia, y La cita (1984, Johannes Brahms), visión con valores plásticos de un íntimo encuentro inicial o final. En ambas obras, el código teatral se manifiesta tras una conjunción plena con la expresión del movimiento.
La coreografía de José Ledezma constituye un universo plenamente reconocible. En él se resumen todas sus creencias y sus posturas, a veces irreductibles, sobre el hecho de danzar. Sus obras reflejan ese mundo con exactitud.