Luis Razetti y José Gregorio Hernández eran dos amigos entrañables, se conocieron en las aulas universitarias y allí se trabó ese afecto que maduró en los tiempos de sus estudios de París y se consolidó en el ejercicio de la medicina, la docencia y la investigación. Tenían en común su amor por la salud de los demás, en particular del pueblo venezolano, para ello se prepararon y se pusieron al servicio de la modernización de la atención de la salud integral, de los establecimientos sanitarios, de la enseñanza de la medicina y de la investigación. En materia de creencias religiosas eran dos polos opuestos: José Gregorio un católico comprometido y Luis un ateo radical.
José Gregorio nació en Isnotú, estado Trujillo el 26 de octubre de 1864 y se graduó de médico en la Universidad Central de Venezuela el 28 de junio de 1888 y casi de inmediato viajó a su tierra natal a su bautizo profesional. El 3 de abril de 1889 regresó a Caracas para luego seguir a París a sus estudios de postgrado en bacteriología e histología, y a los tres años, en septiembre 1891, regresó a Caracas para contribuir a la transformación de la medicina en Venezuela.
Razetti nació en Caracas el 10 de septiembre de 1862, obtuvo su título en medicina en la UCV el 4 de septiembre de 1884 y se fue a ejercer en tierras larenses y zulianas. En 1890 se trasladó a París, donde efectuó cursos de perfeccionamiento en cirugía y obstetricia hasta 1893, cuando regresó a Venezuela para contribuir a la transformación de la medicina en Venezuela.
Su amistad nacida en la UCV se consolidó en Paris, junto a la de sus compañeros de estudio Santos Aníbal Dominici y Pablo Acosta Ortiz. Todos ellos reciben la influencia de la escuela francesa, que daba importancia fundamental a la combinación de teoría y práctica, y a la investigación. Igualmente estaba en boga el positivismo y la teoría evolucionista de Charles Darwin.
En esos días parisinos que tenían frescas las celebraciones de la Exposición Universal, donde se inaugura la famosa Torre Eiffel y habían concurrido con sus exposiciones casi todos los países del mundo, la Ciudad Luz se prepara para los grandes festejos de su fiesta nacional el 14 de julio. Luis Razetti y otros amigos paisanos de José Gregorio organizan una fiesta a la que invitan algunas chicas entre ellas la célebre cabaretera “La Chattón”. Se la presentaron a José Gregorio con la intención de jugarle una broma, conocedores ellos de la rígida moral de su compañero. Ellos se apartan con sus parejas y dejan al trujillano en la mesa, esperando que la experta mujer lo conquistara. Cuando regresan a la mesa la damisela les dice a los amigos: ¡Bandidos! ¡Por burla me han dejado con un verdadero santo!”
En Caracas ambos, como ya se dijo, fueron impulsores fundamentales de la modernización de la salud pública, de la práctica de la medicina y de la docencia universitaria y de la investigación científica en estos campos. Publicaron artículos científicos y fueron fundadores, junto con otros colegas, de la Academia Nacional de Medicina.
Es famosa una polémica ocurrida en el seno de la Academia. Razetti que era secretario vitalicio y de enorme influencia en esa corporación, por haber sido el principal impulsor de su fundación, sostenía que la teoría evolucionista de Charles Darwin era una verdad científica establecida. El 1º de septiembre de 1904 propuso y se empeñó en imponer, que la Academia acogiera como principio dicha tesis. Razetti afirmó ante sus colegas: “La doctrina científica que explica el origen y desarrollo de los seres organizados por descendencia no interrumpida, desde la más simple combinación de la materia en sustancia viva, hasta las formas más complicadas de la animalidad, está hoy universalmente aceptada por todas las escuelas y la proclaman los más famosos sabios desde las más altas cátedras del saber humano”.
Esta propuesta tuvo tanta repercusión que trascendió los espacios académicos y universitarios, se publicaron en los periódicos diversas opiniones, era tema de conversación en los corrillos y hasta las autoridades eclesiásticas terciaron en el asunto. El 15 de abril de 1905 envía una terminante circular a los académicos: “La Academia… debe declarar cuál es la doctrina que acepta para explicar el origen, desarrollo y descendencia de la materia viva en la tierra… La decisión de la Academia estará de acuerdo con el criterio la mayoría de los que tomen parte en la discusión, quedando los demás en libertad de salvar su voto si no se consideran con fuerzas suficientes para tomar parte en la lucha. Suplico a usted como colega y amigo se sirva releer mis conclusiones… y tenga la bondad de decirme por escrito en un corto resumen y con toda ingenuidad, si usted cree que, de acuerdo con el estado actual de los conocimientos biológicos, estas conclusiones son o no son legítimamente científicas. Esta exigencia amistosa no obsta para que, si así conviene a sus intereses, se abstenga usted de emitir una opinión categórica y prefiera más bien eximirse”.
El Dr. José Gregorio Hernández, fiel a su carácter sosegado, poco intervino en la polémica, pero al recibir esta interpelación tan terminante, respondió por escrito el 23 de abril de 1905: “Hay dos opiniones usadas para explicar la aparición de los seres vivos en el Universo: el Creacionismo y el Evolucionismo. Yo soy creacionista, pero opino además que la Academia no debe adoptar como principio de doctrina ninguna hipótesis, porque enseña la Historia que, al adoptar las Academias Científicas tal o cual hipótesis como principio de doctrina, lejos de favorecer, dificultan notablemente el adelantamiento de la Ciencia”. Aun cuando 25 miembros se pronuncian a favor, 4 en contra y 6 se abstienen, la Academia sabiamente acogió la tesis de Hernández y se pronunció de esta manera:
“Las decisiones que adopte una Corporación como esta, deben de ser dictadas por un espíritu de imparcialidad y de prudente reflexión, que ni permite aceptar como legítimo lo que carezca del sello de la sanción universal… ni rechazar tampoco por injustificados prejuicios las valiosas opiniones que la ciencia con el carácter de verdades haya adquirido… que aunque bien pueden caber en la órbita de lo verosímil, no por esto se hallan investidas de toda la severa autoridad que les otorgaría una certeza absoluta. Los pasos de avance en los senderos científicos han sido frecuentemente marcados con juiciosas rectificaciones, que a menudo han obligado a abandonar por erróneo, lo que anteriormente se tenía por hechos comprobados. Penetrada la Academia del deber en que está de pronunciar su decisión de acuerdo con el alcance de los conocimientos adquiridos hasta el presente declara: Que los fundamentos que sirven de base a las mencionadas conclusiones son una consecuencia legítima de lo que la ciencia actual enseña; sin que se entienda que la Academia les presta con su autoridad el carácter de una verdad indiscutible”.
Esta polémica, ciertamente agria, para nada afectó la sólida amistad de estos dos personajes. Cada quien tenía sus ideas y se las respetaban mutuamente. Incluso se llegaban a ciertas ligerezas, como por ejemplo cuando la esposa de Razetti encontraba algunas pequeñas imágenes del Corazón de Jesús o de la Virgen María, que José Gregorio deslizaba subrepticiamente en los bolsillos de su chaqueta.
En octubre de 1918 llega a Venezuela la pandemia de gripe española que causó en el mundo la muerte de más de 40 millones de personas y en Venezuela se estima que 80.000, de las cuales más de 1.500 en Caracas. Una Junta de Socorro Nacional queda encargada de coordinar toda la lucha contra la epidemia. La conformaron el arzobispo monseñor Felipe Rincón González y los señores Vicente Lecuna, Santiago Vegas, Dr. Francisco Antonio Risquez, Dr. Rafael Requena y la coordina el Dr. Luis Razetti. El Dr. Hernández se incorpora como uno de los más activos luchadores. Sustituye su costumbre de visitar a pie a los pacientes y para dar mayor alcance a su trabajo utiliza durante 22 días un automóvil con chofer facilitado por su amigo el exrector Dominici.
Los doctores José Gregorio Hernández y Luis Razetti declaran públicamente que lo que estaba matando a tanta gente no era la gripe propiamente dicha, sino el estado de absoluta pobreza y miseria en que viven la mayoría de los venezolanos, mal alimentados y con escasa o ningunas condiciones de higiene, muchos con padecimientos crónicos de paludismo y tuberculosis.
Cuando muere José Gregorio el 29 de junio de 1919 uno de los primeros médicos que llega al hospital Vargas es Razetti, y es quien le hace los exámenes: “Traumatismo de cráneo en región parietal izquierda con fatal irradiación hacia la base” dice el parte del Dr. Luis Razetti. La monja Candelaria de San José, hoy Beata, estaba hospitalizada en el Hospital Vargas y al enterarse del accidente ora ante su cadáver. El presbítero García Pompa, capellán de esta institución le impuso los santos óleos.
Para apreciar lo que pensaba Razetti de José Gregorio Hernández basta recordar sus palabras en las exequias: “31 años consagrados a la práctica del bien bajo las dos más hermosas formas de la caridad: derramar luz desde la cátedra de la enseñanza, y llevar al lecho del enfermo, junto con el lenitivo del dolor, el consuelo de la esperanza…”.
“Cuando Hernández muere no deja tras de sí ni una sola mancha, ni siquiera una sombra, en el armiño eucarístico de su obra, que fue excelsa, fecunda, honorable y patriótica, toda llena del más puro candor y de la inquebrantable fe”.
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