El Dr. José Gregorio Hernández fue un ciudadano muy activo como integrante de la sociedad civil, por su actuación pública en pro del bien común, en contra de la pobreza y la ignorancia, en favor de mejores condiciones de salud; también por su participación como voluntario en las campañas sanitarias en tiempos de epidemias y pandemias, en la construcción de obras y servicios de interés colectivo y hasta llegó hasta ofrecerse como voluntario frente la ofensiva extranjera en tiempos de Cipriano Castro. Incluso arriesgó su libertad y hasta su vida al firmar comunicados denunciando la grave situación de los venezolanos.
Su familia era muy activa en su Isnotú natal. Tanto su padre Benigno como su madre Josefa Antonia eran ciudadanos que participaban en las diversas actividades relacionadas con el bienestar de sus vecinos. Cuando ella muere, el 28 de agosto de 1872, a unos diez años de su llegada a esta población, ya era una conocida y querida por la comunidad pues era una excelente persona, ayudaba a los pobres y enfermos, alegre y piadosa al punto que su sepelio fue un duelo colectivo.
De ella se escribieron estas frases: “Por doquier se oyen los gemidos de un pueblo afligido que rodea su cadáver pagando un tributo de gratitud: el uno lamenta la pérdida de su consoladora; la otra llora sin consuelo a su medianera; el huérfano expresa su dolor ante la pérdida de su protectora; la viuda el auxilio a su necesidad; el pobre a la que socorría su miseria”.
Benigno Hernández era igualmente un excelente ciudadano y un próspero, aunque modesto, empresario que vivía de su bien surtida pulpería, de la posada, la botica y algunas posesiones agropecuarias. Su activa participación en los asuntos de la comunidad, en los trabajos de la iglesia católica y en su generosidad lo llevó a ser concejal del Municipio Betijoque. Su muerte, el 8 de marzo de 1890, sorprende a José Gregorio en sus estudios en París. El entierro fue una gran manifestación de duelo colectivo.
A mediados del mes de septiembre de 1888, apenas unos meses de su graduación de Doctor en Medicina en la Universidad Central de Venezuela, José Gregorio regresa a su lugar de origen. En Isnotú se entrega con pasión al ejercicio de su profesión, se involucra en diversas actividades de desarrollo comunitario tanto de su pueblo como de Betijoque, trabaja por el acueducto, por la creación de una Junta de Beneficencia, es parte de la Comisión Municipal de Asuntos Médicos, asiste al Concejo Municipal con regularidad y lo nombran Médico de Betijoque, visita diariamente a sus enfermos en ambas localidades y en los campos.
Recorre los pueblos cercanos y algunos lugares del estado Trujillo, va a Mérida y a Táchira, y en todas partes es recibido con grandes muestras de admiración. Se involucra en actividades de salud, en cultura y en diversas actividades sociales. En Isnotú José Gregorio Hernández estudia inglés, francés y alemán, recibe revistas y noticias científicas por suscripción o por el envío de sus amigos, debate temas médicos con sus colegas en Caracas, está pendiente de su Universidad y al tanto de sus cambios, y ora, trabaja, lee, escribe, pinta, baila y hace planes para continuar su formación en Europa.
En aquel pueblo el joven médico no pierde el tiempo. Es un ciudadano activo tanto en su comunidad local, como en los pueblos cercanos. Ese prestigio, esa cultura, esa bondad y esas destrezas como joven médico, así como despierta admiración y afecto, también anima los sentimientos adversos de la envidia, el resentimiento y la malevolencia. Eran tiempos de una enorme polarización político-partidista entre los godos conservadores y los lagartijos liberales.
Mientras la mayoría de la gente se dedicaba al trabajo creador, otros estaban dedicados a estos pleitos por el poder, para servirse de él. Por sus antecedentes familiares, pues su papá Benigno y su mamá Josefa Antonia se vinieron del llano a estas montañas trujillanas huyendo de la guerra federal y buscando aquí la paz, fue acusado de godo.
Ya lo había escrito José Gregorio 24 de noviembre de 1888 a propósito de dos médicos de Boconó, lugar de sus ancestros paternos donde quiso instalarse por su la calidad de su gente, su grato clima y sus bellezas naturales: “Son los jefes del partido dominante aquí, y eso es sumamente peligroso por estos lugares en que la política tiene una preponderancia absoluta”.
El 18 de febrero de 1899 le escribe a su amigo Santos Aníbal Dominici: “Por fin como que va a suceder lo que tanto habíamos temido: me dijo un amigo que en el gobierno de aquí se me ha marcado como godo y que se está discutiendo mi expulsión del Estado, o más bien si me enviarían preso a Caracas…”. Este párrafo lo escribe en idioma alemán, por prudencia. El gobernador de la Sección Trujillo era el general Rafael Linares, “liberal de vieja cepa”, como lo calificó el historiador Arturo Cardozo
Viene a propósito recordar que el 8 de octubre de 1899 Isnotú es el teatro de operaciones de la batalla más sangrienta de toda la historia del Estado Trujillo, entre las fuerzas del doctor y general Leopoldo Batista y el doctor y general Rafael González Pacheco. En sus calles quedan 300 muertos y 700 heridos. El Dr. Hernández es para la fecha un prestigioso científico, médico y profesor en Caracas y entre sus discípulos estaba su brillante paisano Rafael Rangel. Decide llevarse a su familia a la capital y vender las propiedades que le quedaban en tierras trujillanas.
Una muestra un tanto inusitada en la personalidad del Dr. Hernández, es conocida su decisión de enrolarse como voluntario cuando en diciembre de 1902 una escuadra naval franco-alemana bloquea las costas de Venezuela y bombardea los puertos de La Guaira y Puerto Cabello para cobrar por las malas unas deudas de la república. El General Cipriano Castro pronuncia su famosa proclama que comienza: “La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria” y hace un llamado a los venezolanos a defenderla. El primero en alistarse en su parroquia de Altagracia es el Dr. José Gregorio Hernández según constancia N° 1 del 11 de diciembre de 1902.
El 1 de octubre de 1912 es clausurada la Universidad Central de Venezuela por orden del dictador general Juan Vicente Gómez. El Dr. José Gregorio Hernández escribe: “Es una injusticia enorme. Hasta una crueldad” y destaca el perjuicio que causa a los estudiantes de escasos recursos. La dictadura toma muchas medidas represivas y ante las protestas estudiantiles suprime la Asociación Juvenil de Estudiantes y el régimen desata una severa represión que produce la prisión, la muerte y el destierro de numerosos opositores. José Gregorio Hernández considera ésta una oportunidad para seguir sus estudios religiosos en Roma.
Su admiración por la democracia la deja escrita en carta a su amigo Aníbal Santos Dominici desde Nueva York: “Estoy encantado con el discurso de Wilson…sobre todo aquel párrafo ‘El mundo debe ser un lugar seguro para la democracia”. Se refería al discurso al Congreso Norteamericano del 2 de abril del presidente Woodrow Wilson en el cual solicita la aprobación para entrar a la Primera Guerra Mundial. Ya antes había expresado sus deseos de que la conflagración diera el triunfo a los Aliados.
Un testimonio de su actuación contundente desde la sociedad civil, es la protesta pública mediante un comunicado firmado conjuntamente por su colega Razetti y por Hernández. En octubre de 1918 llega a Venezuela la pandemia de gripe española que causó en el mundo la muerte de más de 40 millones de personas y en Venezuela se estima que cerca de 80.000, de las cuales más de 1.500 en Caracas. Una Junta de Socorro Nacional queda encargada de coordinar toda la lucha contra la epidemia. La conformaron el arzobispo Mons. Felipe Rincón González, Vicente Lecuna, Santiago Vegas, Dr. Francisco Antonio Risquez, Dr. Rafael Requena y la coordina el Dr. Luis Razetti. Dr. Hernández se incorpora como uno de los más activos luchadores.
Los doctores José Gregorio Hernández y Luis Razetti declaran públicamente que lo que estaba matando a tanta gente no era la gripe propiamente dicha, sino el estado de absoluta pobreza y miseria en que viven la mayoría de los venezolanos, mal alimentados y con escasa o ningunas condiciones de higiene, muchos con padecimientos crónicos de paludismo y tuberculosis.
Su muerte el 29 de junio de 1919 provocó una enorme conmoción nacional, tal era su prestigio. En Caracas todos querían dar testimonio del aprecio a este hombre, muchas entidades públicas y privadas cierran sus puertas para que la gente pueda dar su despedida, los colegios organizan sus desfiles, los estudiantes hacen sus guardias de honor junto a profesores y académicos, luego el pueblo lo lleva en hombros hasta el cementerio. Más de 1.000 coronas de flores se acumulan ante el féretro y ese día el diario El Universal informa “se habían agotado las flores en los jardines de las casas y en las faldas del Ávila, porque todas fueron recogidas para ofrecerlas al doctor José Gregorio Hernández como un tributo público de afecto y agradecimiento”.
Rómulo Gallegos lo sintetizó admirablemente cuando escribió el 15 de julio de 1919: “Lágrimas de amor y gratitud, angustioso temblor de corazones quebrantados por el golpe absurdo y brutal que tronchara una preciosa existencia, dolor estupor, todo esto formó en torno al féretro del Dr. Hernández el más hermoso homenaje que un pueblo puede hacer a sus grandes hombres” … “No era un muerto a quien se llevaban a enterrar; era un ideal humano que pasaba en triunfo, electrizándonos los corazones. Puede asegurarse que en el pos del féretro del Dr. José Gregorio Hernández todos experimentamos el deseo de ser buenos”.
El 15 de julio la Junta Directiva del Gremio de Obreros y Artesanos de Caracas, una organización de la sociedad civil, acordó para rendirle un homenaje póstumo a la memoria del Dr. José Gregorio Hernández, mediante la colocación de una lápida en su tumba. Invitó a todas las asociaciones de la ciudad a sumarse al homenaje y organizó un concurso público para escoger la leyenda para ser grabada, y luego de recibir unas 130 propuestas se escogió la siguiente:
“Al Dr. José Gregorio Hernández, médico eminente y cristiano ejemplar. Por su ciencia fue sabio y por su virtud justo. Su muerte asumió las proporciones de una desgracia nacional. Caracas, que le ofrendó el tributo de sus lágrimas. Consagra a su memoria este sencillo epitafio, que la gratitud dicta y la justicia impone. José E. Machado”.
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