La vida del Beato Dr. José Gregorio Hernández estuvo influenciada por la guerra, aunque era un hombre de paz. Su mismo nacimiento tuvo que ver con la Guerra Federal, la más cruel y sangrienta de la historia de Venezuela. Por los años 1861 o 1862, le escribe Benigno Hernández a Josefa Antonia Cisneros: “Mi querida Josefa Antonia: Me persiguen. A media noche me escaparé. Me aguardarás en la reja. La distancia no disminuirá nuestro amor. Benigno”. La prometida lo espera, pero con su mula ensillada para irse con él. Y parten los enamorados acompañados de María Luisa, hermana de Benigno, a buscar la paz en las montañas trujillanas.
Sin embargo, a pesar de que por estas tierras no entró esa guerra, entraron otras, las de los caudillos. El 5 de noviembre de 1871 el pueblo de Isnotú es sacudido por una de las batallas entre las tropas del general Venancio Pulgar, subalterno del presidente Guzmán Blanco, contra las del general Juan Bautista Araujo. José Gregorio era un niño de 7 años. 28 años después, cuando ya era un caballero de 35 años, médico famoso en Caracas, profesor universitario e investigador calificado, un 8 de octubre de 1899 Isnotú es teatro de operaciones de la batalla más sangrienta de toda la historia del estado Trujillo, entre las fuerzas del doctor y general Leopoldo Batista y el doctor y general Rafael González Pacheco. En sus calles quedan 300 muertos y 700 heridos. Hernández pide a la familia que le queda en su tierra natal mudarse con él a la capital.
Recién graduado regresa a su tierra natal en septiembre de 1888, tal como le había prometido a su madre. El 18 de febrero de 1889 le escribe a su amigo Santos Aníbal Dominici: “Por fin como que va a suceder lo que tanto habíamos temido: me dijo un amigo que en el gobierno de aquí se me ha marcado como godo y que se está discutiendo mi expulsión del Estado, o más bien si me enviarían preso a Caracas; yo pensaba escribirle a tu papá para que me aconsejara en qué lugar de Oriente podré situarme, porque es indudable que lo que quieren conmigo es que me vaya de aquí…” (Este párrafo lo escribe en idioma alemán, por prudencia). El gobernador de la Sección Trujillo era el general Rafael Linares, “liberal de vieja sepa” como lo calificó el historiador Arturo Cardozo. El mismo 18 de febrero le escribe a su profesor el doctor Calixto González donde le exponía todo lo acontecido a nivel personal, profesional y político, dejando claro que se iría a Caracas a resolver con coraje esas oscuras amenazas.
El 3 de abril de 1889 parte a Caracas siguiendo el trayecto acostumbrado, que incluía mula hasta Sabana de Mendoza, tren hacia el puerto de La Ceiba, viaje en piragua por el lago hasta Maracaibo, luego en barco hasta la isla de Curazao, Puerto Cabello y La Guaira para llegar finalmente en tren a la estación Caño Amarillo de la Capital. “Aquí estamos para recibir al godo de Los Andes” le dijo Santos Aníbal Dominici al recibirlo. No volvió más y diez años después se llevó a su familia.
Para continuar con las vicisitudes propias tan comunes en nuestra historia patria, José Gregorio es testigo de la llegada triunfante del general Cipriano Castro a Caracas un 22 de octubre de 1899, luego de campaña llamada la revolución liberal restauradora, para tomar la presidencia de la República.
En diciembre de 1902 una escuadra naval franco-alemana bloquea las costas de Venezuela y bombardea el puerto de La Guaira y Puerto Cabello. El general Cipriano Castro pronuncia su famosa proclama que comienza: “La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria” y hace un llamado a los venezolanos a defenderla. El primero en alistarse en su parroquia de Altagracia es el doctor José Gregorio Hernández según constancia N° 1 del 11 de diciembre de 1902. Allí dice que vive en la calle Norte 2, casa N° 36. No llegó a disparar un tiro, a pesar de su resolución de defender a Venezuela de esa agresión.
Está aislado en La Cartuja de Farnetta, en Italia, cuando el 19 de diciembre de 1908 Juan Vicente Gómez, da un golpe de estado a su compadre el presidente Castro y toma para sí la presidencia que la abandonará el 17 de diciembre de 1935, cuando muere en su cama.
El estallido de la Primera Guerra Mundial empezó el 28 de julio de 1914 estando José Gregorio Hernández en Italia, estudiando en el Colegio Pío Latino – Americano de Roma, luego de su frustrada estadía en La Cartuja. Lo afectaba una severa afección pulmonar que luego de rigurosos exámenes realizados por el médico del Colegio, va a Génova y luego a Milán donde el doctor Pisani detecta en sus pulmones el bacilo de Koch, luego va a París para que lo vea su amigo especialista el doctor Gilbert, quien confirma la tuberculosis pulmonar que lo obliga a abandonar sus estudios y a salir de Europa para evadir la severidad del invierno que le puede comprometer aún más su salud.
Sin poder despedirse de sus amigos y compañeros de Roma sale de París el 17 y el 19 de agosto se embarca a Inglaterra para luego seguir a Venezuela, pensaba hacerlo por Burdeos pero el estallido de la Primera Guerra Mundial y la invasión alemana a Francia lo obliga a cambiar de itinerario.
El 17 de marzo de 1917 viaja a Nueva York para profundizar sus estudios en Embriología e Histología, pensando ir a París a su añorado Instituto Pasteur. Estando en los Estados Unidos escucha el discurso del presidente Thomas Woodrow Wilson al congreso recomendando declarar la guerra a Alemania el 2 de abril de 1917 y pidió a aquellos que estuviesen en contra que se uniesen a la causa «para poner fin a todas las guerras» y «eliminar el militarismo del mundo». Seis días después este país entra a la guerra y el día 7 le escribe a su amigo Aníbal Santos Dominici desde Nueva York: “Estoy encantado con el discurso de Wilson…sobre todo aquel párrafo: ‘El mundo debe ser un lugar seguro para la democracia”. Ya antes había expresado sus deseos de que la conflagración diera el triunfo a los Aliados.
8 de abril viaja a Madrid en el buque “Alfonso XII”. No puede realizar en Estados Unidos los cursos que quería por los altos costos de la matrícula. Va a Europa con la esperanza de ir a la Universidad de París, espera la visa a Francia, pero en medio de la Guerra Mundial las cosas se ponen difíciles y permanece en Madrid tres meses y al final se la niegan. 6 de octubre regresa a Nueva York y en un estudio se toma las dos fotografías que hoy son sus imágenes más conocidas.
30 de enero de 1818 regresa a Caracas y retoma sus clases de manera ininterrumpida hasta el sábado 28 de junio de 1919, cuando dicta la que sería su clase postrera. El domingo 29 el doctor José Gregorio Hernández se levantó temprano y contento para celebrar el día de San Pedro y San Pablo, los 31 años de su graduación y la firma del Tratado de Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Tomó el baño y fue a misa en la cercana iglesia de La Pastora, recibe la Sagrada Comunión y a las siete y treinta ya estaba en su casa desayunando pan con mantequilla, queso y guarapo de panela servido por su hermana María Isolina del Carmen. Atendió algunos enfermos, visitó el Asilo de Huérfanos de la Divina Providencia y a los enfermos del hospital Vargas. Las doce del mediodía, al toque del Ángelus, rezó “El Ángel del Señor anuncio a María…” y regresó para almorzar sopa, frijoles, arroz, carne y tomarse dos vasos de carato de guanábana que le había traído una cuñada.
En el reposo un amigo fue a saludarlo por el aniversario de su graduación y al verlo tan contento le preguntó las razones. “- ¡Cómo no voy a estar contento! – Respondió Hernández – “¡Se ha firmado el Tratado de Paz! ¡El mundo en paz! ¿Tiene usted idea de lo que esto significa para mí? Entonces el médico acercándose le dijo en voz baja: “- Voy a confesarle algo: Yo ofrecí mi vida en holocausto por la paz del mundo… Ésta ya se dio, así que ahora solo falta…”
Tras seis meses de negociaciones en la Conferencia de Paz de París, el 28 de junio de 1919 los países aliados firmaron el Tratado de Versalles con Alemania, y otros a lo largo del siguiente año con cada una de las potencias derrotadas. Más de nueve millones de combatientes y siete millones de civiles perdieron la vida.
A las dos de la tarde solicitan su atención para atender a una señora que vivía cerca, entre las esquinas de Amadores y Cardones. Toma su sombrero y sale a atenderla, luego va a la farmacia a comprarle los medicamentos y con ellos en la mano, al atravesar la calle lo golpea un carro que lo lanza contra el borde de la acera. ¡María Santísima! Exclama. El mismo conductor y un obrero del servicio de alumbrado lo recogieron y lo llevan al Hospital Vargas, donde llega ya difunto.
Finalmente comparto esta breve crónica: un amigo alemán entrañablemente vinculado a Venezuela y devoto de José Gregorio Hernández, Georg Eickhoff tenía una talla en madera de nuestro popular santo, de unos 40 centímetros que tiene la particularidad que se le quita y se le pone el sombrerito. Era su compañero es sus distintas residencias y en sus frecuentes viajes. Hace poco fue enviado a una misión de paz a Ucrania, a la ciudad de Sievierodonests a pocos metros de la fábrica química de Azot, objetivo de los bombardeos rusos. A unos metros vivía nuestro amigo en un apartamento y en su mesa de trabajo tenía la talla. Al iniciarse un ataque debe salir corriendo sin tener tiempo de nada, por lo que allí se quedó la talla de nuestro Beato. Recientemente recibió noticias del apartamento en ruinas. La talla en espera que la saquen de los escombros, pues no hubo incendio.