Un carruaje abierto escoltado por el mayor Robert Patterson y una guardia de honor formada por los Filadelfia Greys (También conocido como Cuerpo de Voluntarios de Infantería Ligera) llevaron al general José Antonio Páez, presidente de Venezuela ahora refugiado, hasta las puertas del Independence Hall el 2 de octubre de 1850. Una de las figuras militares más populares del momento había regresado para recibir una bienvenida oficial de la ciudad donde había llegado en el exilio diez semanas antes.
Así inicia la extraordinaria y casi desconocida crónica de Francis James Dallett, escrita para The Hispanic American Historical Review Vol. 40, No. 1. Feb., 1960, interesantísimo artículo que gracias al escrutinio riguroso del investigador venezolano Fabián Capecchi, tradujo del inglés en tiempo récord en nuestro intento de reeditarlo más de medio siglo después.
El cronista, que para el momento de la publicación de este artículo era bibliotecario del Ateneo de Filadelfia, también describe el estrecho vínculo de Páez con los hermanos Dallet, exitosos propietarios de una de las navieras norteamericanas más importantes del siglo XIX cuyos lazos comerciales fueron decisivos para el comercio exterior entre Estados Unidos y Venezuela.
En su concienzudo retrato del general Páez, el autor detalla que el canoso llanero de sesenta años había salido recientemente de un riguroso encarcelamiento, pero con «ojos brillantes, la frente alta», condujo para reunirse con el alcalde Joel Jones desde Walnut Street Wharf, donde el vapor de Nueva York había atracado después de hacer primero una escala en Tacony para recoger un comité de bienvenida de los ciudadanos. El alcalde, que también se encontraba delicado de salud, hizo un esfuerzo y pronunció el acostumbrado saludo, asistido por Edmund A. Souder, presidente de la Comisión de Recepción, y rodeado de caballeros de los ayuntamientos.
Los concejales, de hecho, se habían encontrado con el general en el muelle el 26 de julio a su llegada al país desde Saint Thomas, y de buena gana volvieron para hacerlo todo de nuevo.
El héroe venezolano respondió en español, lo que fue traducido por su asistente. Luego fue presentado a los ciudadanos prominentes y el general de piernas arqueadas, orgulloso de sus botas de cuero, fue escoltado a sus habitaciones en el Hotel Washington, una plaza al oeste de Chesnut Street. Poco después de su llegada, se mostró en el balcón y la multitud lo aclamó repetidamente afuera. Multitudes continúan vitoreando a Páez durante sus ocho años de residencia forzosa en los Estados Unidos, el único período de su agitada vida del que se sabe muy poco.
José Antonio Páez (1790-1873) estuvo en aquel país (Estados Unidos) que en su entusiasmo por su actuación como patriota suramericano nunca dudó en compararlo con Washington o Davy Crockett. No había entonces soldado en el mundo que pudiera jactarse de más hazañas personales, «escritas en su lanza en casi todas las ciudades, pueblos y en todas las aldeas de Venezuela».
Popular en la prensa de Filadelfia
Los inicios de la carrera de Páez fueron bien conocidos en Filadelfia, a donde regresaría seis veces durante el exilio con residencia en el 99 West de la calle 26, de Nueva York (casa ahora demolida) en donde fomentará -en secreto-, toda una campaña de propaganda y contrarrevolución, recaudando fondos y siempre planificando su regreso a Venezuela. De las visitas posteriores a Filadelfia, cinco fueron privadas y la última incluso, fue públicamente más triunfal que la primera, según descripción de la correspondencia de John Dallet 1809-1862, insertas en el Press Book, III (copia en microfilm en la Biblioteca de la Universidad de Pensilvania).
Fue la prensa de Filadelfia, conmovida por el libro de William Duane: Una visita a Colombia en los años 1822 y 1823, la que desarrolló el interés local en Venezuela. Durante años, las noticias de Filadelfia se centraron en describir el ascenso a la fama del caudillo de los Llanos, quien, durante la Guerra de Independencia, lideró su grupo de llaneros a caballo para derrotar a las fuerzas españolas en cuatro batallas significativas «matando a 39 españoles, con sus propias manos en una de ellas» y quien, después de su gran victoria en Carabobo, había logrado la libertad de Venezuela como parte de la de la Gran Colombia de Simón Bolívar y, luego que se rebeló contra el Libertador, se convirtió en el primer presidente de la nueva nación venezolana de 1830-1835. Ejerció nuevamente como presidente en 1839-1843 y dictador en 1846.
Durante ese año de 1846, se le dio su nombre a un buque de Filadelfia, era un bergantín de 225 toneladas construido para la compañía de los hermanos Dallet Red D Line. El buque estuvo en el servicio de transporte a Venezuela hasta 1857. Puerto de Filadelfia, registro de buques, #1 de 1846 y #166 de 1857, en Archivos Nacionales.
Subraya Dallette que Páez alentó traer la tecnología extranjera y aseguró tratados comerciales para su país y vio con especial favor las inversiones estadounidenses en Venezuela.
Tras un intento en 1848 por parte del Congreso Conservador de acusar al sucesor de Páez, el general José Tadeo Monagas quien era Liberal, estalló la guerra civil y duró intermitentemente hasta agosto de 1849, cuando el gran llanero capituló y fue encarcelado en una sofocante celda del castillo de Cumaná. Liberado en el verano de 1850, fue exiliado a St. Thomas y de aquí vino a los Estados Unidos.
Los venezolanos fueron vitoreados
Un relato de la llegada de Páez a Filadelfia en el bergantín Fairmount puede encontrarse en la Autobiografía de José Antonio Páez (Nueva York, reimpresión de 1946) II, p. 479.
El comodoro Read, superintendente del Astillero de la Marina, quien junto al veterano militar Patterson, fue uno de los dos principales personajes de la ciudad que recibió al general Páez con todos los honores en sus grandes instalaciones en el río Delaware en el segundo día de la visita, luego de una parada en la Biblioteca del Ateneo en Washington Square. El edificio de la biblioteca de piedra arenisca roja, con su decoración interior dorada, un ícono arquitectónico reciente, albergaba una de las bibliotecas más distinguidas de la ciudad. La lectura, el ajedrez y el tabaquismo probablemente amainaron durante la algarabía criolla mientras los venezolanos anotaban solemnemente sus nombres en el registro: el general, su hijo Ramón y los caballeros de la comitiva.
Los visitantes fueron llevados a las escuelas públicas y luego a otro activo arquitectónico de Filadelfia, el Girard College, el templo del Renacimiento griego creado por el arquitecto Thomas U. Walter, a quien Páez conoció siete años antes durante la estadía de Walter en Venezuela para diseñar el rompeolas en La Guaira. Girard College fue la estructura más hermosa del día y le dio un énfasis espectacular a la moda del diseño clásico que Páez también vio en las obras hidráulicas en Fairmount, otra parada en el recorrido planeado por los concejales. Dondequiera que iban los venezolanos, los miraban y vitoreaban.
Un daguerrotipo del llanero
Cuenta Dallette, que el artista litográfico, Albert Newsam, ideó un grabado antiguo de 1829 que representaba al general Páez con indumentaria militar y lo redibujó para una litografía de Duval. Incluso la galería de daguerrotipos de Root aprovechó la popularidad del visitante venezolano para someterlo a una sesión, y puso a Páez en su vidriera en compañía de Jenny Lind.
Durante esa semana, el entretenimiento privado estuvo a cargo de Charles Swift Riche y los hermanos John Dallet y Henry Carpenter Dallet, tres comerciantes de Filadelfia dedicados al comercio con Venezuela, cuya amistad con Páez se remontaba a años.
El George Washington del sur
El martes 8 de octubre, el general Páez recibió la visita de John Dallet y su amigo David Sands Brown, propietario de Washington Cloth Mills en Gloucester de New Jersey, quienes invitaron al grupo a visitar su fábrica al día siguiente.
A 9:30 de la mañana siguiente, Brown estaba en el hotel con tres carruajes y «llevó a todos al muelle y los puso a bordo de uno de los grandes veleros cubiertos con banderas» que los llevó río abajo hasta los molinos. Páez y su comitiva recorrieron los molinos de guinga, examinaron la maquinaria, bebieron el «champán de $20 (el mejor del país)» y recibieron un discurso de Joseph R. Chandler, el representante de la ciudad en el Congreso, que, como era de esperar, nombró Páez como el «Washington del sur».
Y muy a pesar de que para ese momento «el inglés del general venezolano era rudimentario, se mostró muy conmovido». El Sr. Brown, involucrado en la importación venezolana de productos secos y lujosos, posiblemente tenía un ojo puesto en el futuro y el regreso de Páez al timón de su descarriado país.
El comercio de Venezuela con Estados Unidos (importaciones y exportaciones) ascendió a $2.997.000 en 1851 y aumentó a $3.601.381 en 1854. Fuente: Oficina de Comercio Exterior de Estados Unidos, informe sobre las relaciones comerciales de los Estados Unidos con todas las naciones extranjeras, 1855-1856. Washington: 1856, I, 627.
A su regreso a Filadelfia, los visitantes fueron a conocer la Penitenciaría del Este en los carruajes de Brown y visitaron también una Logia masónica. La noche terminó en casa del Sr. Riché en Clinton Street y el heroico receptor de la hospitalidad de Filadelfia se despidió a las nueve de la mañana siguiente.
Desafortunadamente, el general había olvidado despedirse de dos de sus principales anfitriones, quienes también se quedaron con una cuenta pagada de música pública por valor de $40, ya que las autoridades se negaron a transmitirle a Páez aquella nueva invitación. Cuatro meses después, en febrero de 1851, el general Páez hizo una parada en Filadelfia, pero solo durante la noche, para enmendar sus modales, iba de camino a Washington para cumplir con la solemne invitación del presidente Millard Fillmore, a un banquete en la Casa Blanca, relato que continuará en la segunda y última entrega de esta excepcional crónica: «Páez en Filadelfia».
Fuente: The Hispanic American Historical Review. Vol. 40, No. 1 (Feb. 1960), pp. 98-106 (9 pages) Published By: Duke University Press. Texto traducido del inglés por el investigador Fabián Capecchi.
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