Aunque lógicamente la pandemia y sus estragos han opacado la campaña presidencial en Estados Unidos, eso no significa que los plazos se alarguen, ni que nada sucede. Más aún, mucho ha pasado en estas últimas semanas, que nos permite vaticinar algunos de los rasgos distintivos de la campaña, de la elección de noviembre y de lo que venga después.
Ya contamos con varias certezas.
Sabemos que el ex vicepresidente Joe Biden será el candidato del Partido Demócrata, a menos que suceda algo imprevisto de alguna naturaleza, como la médica. Sabemos que los demás aspirantes demócratas se han unido en torno a Biden, y que incluso Bernie Sanders y sus numerosos seguidores lo están apoyando. Sabemos que Biden escogerá a una mujer como mancuerna o acompañante para vicepresidenta, lo cual sin duda lo fortalecerá en el segmento de votantes mujeres de los suburbios estadounidenses. Y sabemos -ahora lo veremos con algún detalle- que Biden incluirá en su programa muchas de las medidas progresistas o de izquierda propuestas por sus rivales, en particular por los senadores Bernie Sanders y Elizabeth Warren. Esto, en cuanto a Biden y los demócratas se refiere.
Del lado de Donald Trump, sabemos que será el candidato del Partido Republicano. También sabemos que esta vez será más difícil que en 2016 que surja un tercer o cuarto candidato (hace cuatro años fueron dos) que le reste votos a Biden como se los restaron a Hillary Clinton. Sabemos que en estados clave como Arizona, Florida, Michigan, Pensilvania y Wisconsin -donde se juega la elección- Trump se encuentra empatado o por debajo de Biden en las encuestas, por ahora.
Sabemos, por último, que su gestión de la crisis del coronavirus no ha sido bien vista por muchos estadounidenses, sobre en todo en materia de credibilidad y constancia. Ahora bien, también podemos especular, con algún grado de certeza, que la crisis económica provocada por el covid-19 perjudicará las perspectivas reeleccionistas de Trump y favorecerá a Biden.
Por dos razones. En primer lugar, el presidente en funciones pensaba afincar toda su campaña en el supuesto éxito económico de su primer mandato y en la movilización de su base a través de su retórica antimigrante, a favor de la posesión de armas y antiaborto. El primer pilar de esta estrategia ya se esfumó. Se puede discutir cuando comenzará la recuperación de la economía estadounidense, pero parece poco probable que en materia de desempleo e ingresos -y no solo el índice Dow Jones en la Bolsa de Nueva York- se encuentre en niveles de aplauso para noviembre. De los casi 30 millones de estadounidenses que habrán perdido su empleo en estos meses ¿Cuántos lo habrán recuperado para las elecciones?
La segunda razón reside en la pandemia misma. Millones de estadounidenses deben haberse percatado durante estos meses de que su sistema de salud, y de bienestar en general, es inadecuado. No había equipo para realizar pruebas, para cuidar a los trabajadores del sector salud, para tratar a los pacientes graves (respiradores), para atender de manera equitativa a la gente de raza negra. Vieron cómo la respuesta del gobierno federal y de muchos estados (California y Washington son excepciones) fue muy inferior a la de países europeos como Alemania, o de asiáticos como Corea del Sur o Japón.
No quieren que esto se repita. Al mismo tiempo, captan que el problema rebasa la crisis actual y el sistema de salud.
Se trata -nada más y nada menos- que de reconstruir un estado de bienestar estadounidense. Y Biden, en parte por convicción, en parte por la necesidad de aglutinar al ala izquierda o progresista del Partido Demócrata, ha adoptado muchas de las tesis que van en ese sentido.
Enumero algunas: el salario mínimo federal a 15 dólares la hora; prohibición -con sanciones por incumplimiento- de los despidos por tratar de organizar un sindicato; impedir que empresas como Uber clasifiquen a sus empleados como contratistas independientes y no como trabajadores; educación superior pública gratuita para familias que ganan menos de 125.000 dólares al año; un plan para combatir el cambio climático mucho más ambicioso que el de Obama; y un sistema de salud universal que también va más allá que el Obamacare, aunque no llega al Medicare for All de Sanders y Warren.
Podríamos agregar varias medidas más, incluyendo los instrumentos de financiamiento de las ya mencionadas.
Si Biden gana, podrá no cumplir porque no quiere, o porque no puede. Pero la suma de los factores que conducen a Estados Unidos a reevaluar su red de protección social, su fiscalidad y su actitud ante el cambio climático es cada día más poderosa. Eso también lo sabemos.