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Joe Biden va a la ONU

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Mañana martes 21 de septiembre se dará inició al 76° período ordinario de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Una oportunidad para que el presidente Joe Biden le hable al mundo directamente sobre la visión y misión de la política exterior bajo su incipiente administración. Su intervención estará marcada – luego de varios meses de cuarentena – por el retorno de muchos jefes de estado y de gobierno a los predios de la organización, así como por la polémica y descrédito generados tras el retiro definitivo de las tropas estadounidenses y aliadas de territorio afgano.

Seguramente Biden dedicará unos cuantos minutos para volver a explicar al mundo las razones y alcances sobre la decisión de Estados Unidos de renunciar a sus posiciones en esa estratégica zona de Asia Central, un hecho que irónicamente parecería contrastar con el eslogan que definió parte importante de su campaña electoral en 2020: “América está de regreso”.

De regreso, pero acompañado

Para Biden resultará muy sencillo y de lógica recordar que el retiro de las tropas estadounidenses de Afganistán respondió, en primer lugar, al Acuerdo de Doha, firmado, en febrero de 2020, por el mismo Donald Trump, paradójicamente uno de los mayores críticos de la medida adoptada.

Quizá querrá mencionar en su discurso que los objetivos que justificaron la presencia militar durante los pasados veinte largos años ya fueron alcanzados. Una narrativa que, si bien resulta cierta para el caso de la persecución y linchamiento de Osama bin Laden, en Pakistán, ya mucho tiempo atrás (mayo de 2011), no responde, por otra parte, al segundo objetivo planteado desde los tiempos de George W. Bush, que no era otro que el establecimiento y consolidación en Afganistán de un modelo basado en instituciones democráticas, con un aparato estatal de seguridad bien asesorado y entrenado, capaz de resguardar el orden interno y el bienestar del país.

Afganistán ha significado una verdadera tragedia para la imagen y prestigio de Estados Unidos, pero al mismo tiempo una lección de la cual Washington pretende sacar el mejor provecho posible, en su interés de reorientar ciertas estrategias de política exterior y de seguridad. Por tanto, Biden ratificará a su audiencia lo ya anunciado desde el comienzo de su corto mandato presidencial: que su administración “seguirá incentivando y promoviendo la democracia en todo el mundo, pero evitando el empleo de costosas intervenciones militares o el intento de derrocar regímenes autoritarios por la fuerza”.

Aquí la diplomacia es vista como el nombre del juego. Es esa convicción a la que se ha llegado de que en los tiempos que corren el gobierno de Estados Unidos no puede solo resolver los problemas del mundo. Una noción que, al igual que en los años de Obama, privilegia la cooperación internacional, sobre todo con sus aliados estratégicos de Europa y los socios de la cada vez más prioritaria región Indo-pacífico.

En el marco de la promoción de los valores y principios ejes de su política exterior, Joe Biden hará segura referencia a su convocatoria de la Cumbre por la Democracia, una reunión de alto nivel que se llevará a cabo de forma virtual, los días 9 y 10 de diciembre de este año, y en la que se debatirán tres temas fundamentales: la defensa frente al autoritarismo, el combate a la corrupción y la promoción del respeto de los derechos humanos.

Es precisamente parte importante de las preocupaciones de la administración Biden, el avance del autoritarismo a nivel mundial, de la mano de sus principales centros: Rusia y China, realidad que se ha convertido en uno de los mayores desafíos que enfrenta la democracia y que amenaza con el quebrantamiento del orden liberal internacional y sus instituciones todavía vigentes.

China un tema obligado

Por supuesto que China, como la mayor prueba geopolítica, será tema obligado en la intervención de Biden. En las guías sobre política exterior dadas a conocer por los estrategas del gobierno se manejan tres niveles de relación con Pekín: uno de naturaleza cooperativa en el que asuntos como el cambio climático, la atención sanitaria mundial (covid-19), el control de armas y la no proliferación nuclear pudieran calzar fácilmente. Está el otro nivel de la relación competitiva que nos lleva, por ejemplo, al campo del comercio internacional y de las tecnologías, un área de las relaciones que puede oscilar entre la colaboración y la disputa. Y un tercer nivel de confrontación estratégica en el que temas como Taiwan, Hong Kong, la etnia uigur y las tensiones en el Mar Meridional de China, asumen una connotación geopolítica de peligrosa hostilidad.

Biden seguro reiterará que, para asumir su relación con China desde una posición de mayor fortaleza, su administración seguirá trabajando en pro del fortalecimiento de sus alianzas estratégicas. En ese contexto, mención especial tendrá la primera cumbre “presencial” de los líderes del llamado Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad), que reunirá, el 24 de septiembre de esta misma semana, en Washington, a los primeros ministros de Australia, India, Japón, y su anfitrión, el jefe de la Casa Blanca.

Una vez que el capítulo de Afganistán llegó a su fin, el gobierno de los Estados Unidos demuestra con esta convocatoria la alta prioridad que le otorga a su relación estratégica con la región del Indo-Pacífico, teniendo como objetivo básico: contrarrestar la creciente influencia de China en esa estratégica parte del mundo y el Sudeste Asiático.

Ya en marzo de este año se había realizado un encuentro virtual entre los altos mandatarios de estas cuatro democracias. En esa ocasión se comprometieron, entre otras decisiones, a: 1. Proporcionar a Asia, para finales de 2022, un billón de vacunas para el coronavirus. Una aproximación que busca neutralizar la diplomacia de las vacunas de Beijing; 2. Trabajar mancomunadamente para asegurar una región del Indo-Pacífico libre y abierta; 3. Cooperar en el campo de la seguridad marítima, cibernética y económica; 4. Asegurar que la región se siga rigiendo por las normas y reglas del derecho internacional, y continúe comprometida con los valores democráticos universales y libre de cualquier fuente de coerción; 5. La libertad de navegación en los Mares del Este y Sur de China, el problema de los ciberataques, y el golpe y represión  en Myanmar, fueron y seguirán siendo parte de los temas de la agenda futura de este diálogo estratégico.

La vicepresidente Kamala Harris dijo en su reciente gira por la región de Asia-Pacífico, a finales de agosto de este año, por cierto, poco después de la toma del poder de los talibanes en Afganistán, que el mundo de hoy está más interconectado y es más interdependiente que nunca, razón por la cual, para hacer frente a esta nueva era de retos y oportunidades, los aliados estratégicos deben trabajar mancomunadamente en la consecución de fines e intereses comunes. Sobre esa base ubicó las relaciones con sus socios de Singapur, del Sudeste Asiático y la región del Indo-Pacífico en el máximo nivel de prioridad para los Estados Unidos.

Como dijera la representante permanente de Washington en las Naciones Unidas, Linda Thomas-Greenfield: “Estados Unidos ha vuelto; el multilateralismo ha vuelto; la diplomacia ha vuelto”. ¿Será?

Joe Biden tiene la palabra.

 

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