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Jimmy Carter

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GETTY IMAGES

 

Si dispusiéramos en este final de 2024 de algo de tiempo sería reconfortante leer este artículo de The New York Times sobre la vida de James Earl Carter Jr., el 39º presidente de Estados Unidos fallecido el domingo a la edad de 100 años. Al final de la lectura pausada del texto firmado por Peter Baker y Roy Reed, el primero corresponsal jefe de NYT en la Casa Blanca; el segundo,  también ya fallecido, corresponsal del diario para la cobertura del sur del país, seguramente pudiéramos llegar a la conclusión de que ha muerto un hombre bueno, que desempeñó con suerte desigual el mando de la nación más poderosa del mundo y siempre siguió siendo él mismo: Jimmy Carter, un granjero con bluejeans que cultivaba maní y que hizo de su promesa de no mentir un sello perdurable de su tránsito vital.

“Aunque su presidencia fue más recordada por sus fracasos que por sus éxitos, muchos consideraron el período después de su presidencia como un modelo para futuros jefes de gobierno. En lugar de desaparecer de la vista o concentrarse en hacer dinero, creó el Centro Carter para promover la paz, luchar contra las enfermedades y combatir la desigualdad social. Se transformó en un diplomático independiente que viajaba por el mundo, a veces irritando a sus sucesores, pero ganando el Premio Nobel de la Paz en 2002”, resume el diario neoyorquino.

Una, entre tantas, de sus gestiones diplomáticas ocurrió en 1994 cuando lideró las agotadoras negociaciones con el dictador de facto en Haití, Raoul Cédras, quien tres años antes encabezó un golpe militar para derrocar al presidente Jean-Bertrand Aristide electo democráticamente. En conexión con el presidente Bill Clinton, Carter logró acercar las posiciones para la salida de los militares al exilio y evitar la inminente invasión de Estados Unidos. Cédras finalmente dejó el poder, fue acogido en Panamá junto a su esposa e hijos. También se negoció la residencia en territorio estadounidense de un grupo de familiares, amigos y colaboradores del militar depuesto. Aristide, sacerdote salesiano, primer presidente haitiano electo por los votos, estuvo exiliado en Caracas y luego en Washington, regresó a su país y completó el mandato presidencial.

Al expresidente fallecido le correspondió liderar a Estados Unidos (1977-1981) después de dos experiencias traumáticas en la vida política de la primera democracia del mundo, la guerra de Vietnam y el caso Watergate, que, entre otros asuntos no menores, pusieron al descubierto cómo el poder de Washington le ocultaba la verdad a sus ciudadanos, episodios en los cuales la prensa estadounidense tuvo un papel histórico que condujo, en el segundo de los acontecimientos señalados, a la renuncia del presidente Richard Nixon. Carter se propuso entonces sentar los “nuevos cimientos” de la democracia estadounidense sobre la base de la confianza, la decencia y la compasión.

El presidente Joe Biden, cuyo período de gobierno se compara ahora con el único del expresidente, que fue el primer senador demócrata que apoyó la candidatura de Carter en 1976, en un comunicado oficial recomendó a los jóvenes de su país estudiar a Jimmy Carter, “un hombre de principios, fe y humildad”. Y hasta Donald Trump, quien volverá a ocupar la Casa Blanca el próximo 20 de enero, y no se escapó de las críticas del exmandatario por el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, expresó que “los retos a los que enfrentó Jimmy como presidente llegaron en un momento crucial para nuestro país, e hizo todo lo que estuvo en su poder para mejorar la vida de los estadounidenses”.

Biden ordenó un funeral de Estado para el más longevo de los expresidentes de la nación. Su despedida aquietará, por un instante al menos, las turbulencias de la lucha política. Es el mejor homenaje a un hombre de diálogo franco como Jimmy Carter.

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