Decepcionado, frustrado y hastiado del bla-bla-bla, el ciudadano corriente, moliente y doliente decidió olvidarse de la política o, stricto sensu, dar la espalda a politicones, politiqueo y politiquería, y abocarse al rebusque para subsistir en un país en ruinas, caracterizado por la militarización y la miseribilización, denominadores comunes del modelo de vasallaje y control social calcado de Cuba por Hugo Chávez Frías, y retocado y amplificado por Nicolás Maduro Moros, a instancias de Raúl Castro, a fin de suplir las ausencias de los comandantes «hasta siempre» con la divina omnipresencia de la patria como sucedáneo nutricional. Consuelo de tontos, claro. O alimento chauvinista del hombre nuevo y clapificado, dispuesto a preparar picadillo de patria a la romana, a tono con el 216° aniversario del rito iniciático de la epopeya bolivariana —un 15 de agosto, pero jueves y del año de 1805, en gesto propio del romanticismo entonces en boga, un mozalbete caraqueño de 22 años, Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco, habría jurado, en el Monte Sacro, no dar descanso a su brazo ni reposo a su alma hasta liberar a Venezuela del dominio español, según contó Simón Rodríguez, testigo presencial del juramento (o inventor del mito)—.
Al venezolano de a pie, ajeno a leyendas forjada por la hagiografía bolivariana, se le va el tiempo en un diario deambular ejerciendo de prestidigitador de dinero virtual y billetes en peligro de extinción, guiado por la brújula de la necesidad —el costo de la cesta alimentaria equivale a 162 salarios mínimos—, y excitando sus papilas gustativas en pasiva contemplación de neveras y vitrinas dolarizadas. La comida de los pudientes es oscuro objeto del deseo y envidia de quienes pasan hambre pareja. En 1537, cuenta Jean François Revel en Un festin en paroles (1979), la ciudad de Roma ofreció un banquete a Julio de Médicis, en agradecimiento acaso a un préstamo del banco propiedad de su poderosa familia florentina. El pantagruélico ágape, obscenamente fastuoso y abundante, fue servido en innumerables tandas en una mesa para 20 personas, colocada sobre un estrado en medio de un graderío donde se agolpó una muchedumbre ansiosa de presenciar la gran comilona, y, aunque Revel no lo dice, imagino a los comensales arrojándole sobras a los espectadores mantenidos a raya por un escuadrón de mercenarios bien papeados y guardias suizos armados hasta los dientes.
Hay quienes, atrincherados en las redes infames, tachan de indolentes, indiferentes y hasta egoístas a quienes hacen de sus estómagos y los de sus familias el móvil principal de su devenir, sin sopesar las causas de la desmotivación. Citan a Platón —«Uno de los castigos por rehusarte a participar en política, es que terminarás siendo gobernado por hombres inferiores a ti»—, a Toynbee —«El peor castigo para quienes no se interesan en la política es ser gobernados por quienes sí se interesan»— e incluso al taimado Lula Da Silva —«Al que no le gusta la política corre el riesgo de pasar su vida entera siendo mandado por aquel al que le gusta»—. Se olvidan de una sentencia de Groucho Marx, compartida inconscientemente por la inmensa legión de víctimas de la pésima gestión bolivariana de la economía, sin haberla escuchado jamás, según la cual «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Esto ha sido en realidad la política para el chavismo: puro marxismo de la tendencia Groucho. Asimismo, y en buen grado para buena parte del contrachavismo. A nadie, en sus cabales, debería sorprender la presunta apatía general. Se requiere un poco más de seriedad y rigor en el diagnóstico de la situación derivada de ella, especialmente cuando anteayer en México lindo y querido, si no hubo impedimentos, reparos o melindres de última hora, se inició el publicitado y esperado intercambio de pareceres entre la usurpación y el interinato con facilitación vikinga, repudiado por el infantilismo radical. Muy en la onda del gran árbitro italiano Pierluigi Collina, los noruegos no se hicieron los suecos y tarjetearon en rojo a los representantes de la oposición arácnida, complaciente y de utilería —tácito desconocimiento al parlamento madurista electo en 2020—, y mandaron a Timoteo muy largo a bailar con Zapatero; a Bertucci a pastorear ovejas descarriadas en el valle de los zombis; a Bernabé a darle Burundanga a Muchilanga; y a Fermín, Falcón Parra, Duarte y Noriega a freír monos.
La fecha escogida para este torneo de dimes y diretes, de acuerdo con cierta visión folklórica y subjetiva, no pareciera la más auspiciosa. El viernes 13 es día de funesta reputación; mala fama adquirida, a juicio de estudiosos de las supersticiones, porque en data análoga, mas en octubre de 1307, fueron arrestados en Francia varios caballeros templarios y condenados a muerte, acusados de apostasía y crímenes de lesa cristiandad. Ello desató la ira postrera de Jaques de Molay, último Gran Maestre de la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón, quien, desde el cadalso, maldijo al papa Clemente, al rey Felipe IV el Hermoso y al canciller del reino Guillermo de Nogaret, emplazándolos «a comparecer ante el tribunal de Dios antes de un año… ¡Malditos, Malditos! ¡Malditos hasta la decimotercera generación de vuestro linaje!». Los anatemizados murieron en el plazo predicho… et voilà!
Una postura, también subjetiva, pero menos agorera, estima inconveniente la ausencia de un consejero capaz de poner los puntos sobre las íes, tal hizo Teodoro Petkoff de cara a los comicios presidenciales de 2013, cuando postuló y defendió la unidad como condición sine qua non para movilizar al potencial elector. Frutos de esa concepción fueron la extraordinaria campaña de Henrique Capriles y la victoria democrática en las parlamentarias de 2015. Desgraciadamente, tras su desaparición, la propuesta de encauzar el enfrentamiento al régimen con una estrategia fundada en el análisis racional de las condiciones objetivas y subjetivas, y la necesidad de programar tácticas de lucha con basamento en una plataforma unitaria y un solo objetivo, el cambio de rumbo, fue sustituida por un proyecto maximalista y emocional, de metas dispersas y la delirante apuesta a un providencial deus ex machina, motor de una insurgencia militar con apoyo de Donald Trump. Un salto al vacío sin posibilidad alguna de cristalizar. Ahora, afortunadamente y con los pies en tierra, se ejerce la política, no la aventura como aconseja la sensatez.
Los gonfalonieros de Maduro van a México en plan de Juan Charrasqueado, cantando Jalisco nunca pierde y si pierde arrebata. No puede ser de otro modo. El mascarón de proa acaba de propinarle un K.O. al supuesto tercer hombre del régimen y nada tiene que perder en México. Se siente o se sabe seguro hasta 2024, y probablemente acaricie la idea de un tercer período o, ¿por qué no? de lanzar como candidata a sucederle a su consorte, primera hembra u «hombra» del régimen. Pero eso es harina de otro costal. En este tercer encuentro, priva un tanto el secreteo en torno al temario. Hay un convidado de piedra: el ciudadano preterido e ignorado, cuyas necesidades, aspiraciones y expectativas no figuran en la agenda. «Ese conciliábulo ni me va ni me viene», piensa y masculla durante su cotidiana odisea para aplacar el hambre, aunque sea hurgando basureros.
Si Juan Guaidó se hubiese empeñado en hacer partícipes del acuerdo de salvación nacional y, por ende, en el conservatorio, perdón conversatorio en pleno desarrollo, a voceros con predicamento en la sociedad civil, e incluir en entre los asuntos a tratar los atinentes a la necesidades materiales y calidad de vida de la población, habría el guaireño vindicado su liderazgo, más aún si se lograse un consenso en torno a unas prontas elecciones presidenciales o, sería rizar el rizo y el contrarrizo, a un mutis de Maduro. Este exige se levanten las sanciones contra de su gobierno y sus colaboradores (algunos buscados por delitos de gran calado: narcotráfico, lavado de dinero, torturas, homicidios y un etcétera tasado en millones de dólares); sin embargo, esa indulgencia depende de naciones sin vela en el entierro ranchero —Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea—. A juzgar por los prolegómenos, los resultados del careo son previsibles y el tercer round será —el lugar común es insoslayable— crónica de una muerte anunciada. Bigotes se encadenará para proclamar su davidiana victoria moral sobre el difuso Goliat enemigo de la revolución, y dando saltos en una patita irán los conejitos a la trampajaula electoral… porque no les queda otra. ¿Y es ese el «Plan B»? ¿O hay, de fracasar el diálogo, un por si acaso? Fracasará y otro gallo cantará. Las votaciones están a la vuelta de la esquina y no hay tiempo para deshojar margaritas y ensayar el soliloquio de Hamlet. Y entonces ¿qué?, o ¿qué de qué?