Fidel Castro fue el mayor gigoló del planeta. Un maestro. A los rusos los exprimió. Fundió a la Venezuela de Chávez y recibió tributos del Brasil de Lula, del Ecuador de Correa, de la Argentina de los Kirchner, hasta del Chile de Allende y de la Bolivia de Evo, de los peruanistas y del Uruguay del Frente Amplio de Tabaré Vázquez y Pepe Mujica. Ortega muy poco para ofrecer, pero igual hubo algunos más que le hacían llegar su parte.
Un genio: Fidel tenía la facultad de decidir y decir quién era de izquierda y quién no. Él era el que otorgaba la credencial de izquierdista y todos iban a hocicar a La Habana. Y entonces se fijaba “el aporte”, en entrega de productos a precio vil, caso de petróleo y alimentos y la compra de productos cubanos, innecesarios y caros, y la contratación de expertos. Este fue un gran invento que le aseguró a Fidel un multimillonario ingreso en dólares. Año a año. Pobló al continente de maestros, médicos oftalmólogos y asesores militares de amplio espectro, que en el caso de Venezuela directamente mandan.
Había un orden. Una categorización. Muerto el gran líder eso se acabó.
Nicaragua, Venezuela y Cuba detentan el titulo, santificadas por el propio Fidel. Conservadoras, ortodoxas leninista-fidelistas, dictaduras donde no se respetan los derechos humanos, ni civiles de ningún tipo, donde no hay libertad de prensa y se persigue y apresa a disidentes y con economías en bancarrota. Izquierdistas y progresistas. Son auténticas y certificadas; eso sí, despiden un feo hedor.
En estos días, paralelamente aparece una nueva izquierda que irrumpe vigorosa. Pero, hete aquí que, según Nicolás Maduro, se trata de una «izquierda derrotada, fracasada, una izquierda cobarde frente al imperialismo, frente a las oligarquías». Una izquierda «contrarrevolucionaria», que no tiene «moral» ni «nivel”, “que basa su discurso en atacar el modelo bolivariano exitoso, victorioso, en atacar el legado histórico y en atacarme a mí como presidente”.
Todo ello según Maduro, quien lo ha expresado en referencia al peruano Pedro Castillo, el chileno Gabriel Boric y el colombiano en carrera Gustavo Petro quienes, a su vez, en sus discursos han procurado y procuran ubicarse lo más lejos posible para que no los alcance el tufo cubano o el de Nicaragua y en particular el “bolivariano”.
“No me gustaría que Perú se convierta en uno de esos (tres) modelos” ha dicho reiteradamente Castillo, el hombre de los mil y un gabinetes. El chileno Boric no le ha ido a la zaga: “Venezuela ha tenido un retroceso brutal” en sus condiciones democráticas y de respeto a los derechos humanos, afirma. Y Petro que está al lado no se ha privado de nada: “La imagen de Maduro no es la de un líder de izquierda, es un integrante muy conservador de las facciones más regresivas de la política mundial, que están tratando de defender que el mundo permanezca en una economía fósil”.
Mientras Argentina, con los Fernández, es un triste sainete. En Uruguay, el Frente Amplio, comandado por el Partido Comunista, es leninista-fidelista y Lula, si es que llega, hará lo que permitan los militares, como la vez anterior
¿En qué quedamos?
¡Qué falta que hace Fideli! Él decidía y decía y todos obedecían.
Me quedó en versito y todo.