Among those who served on Iwo Jima, uncommon valor was a common virtue/ entre los que sirvieron en Iwo Jima, el valor poco común fue la virtud general (Almirante de la Flota del Pacífico de Estados Unidos: Chester W. Nimitz, marzo de 1945).
En mi niñez tuve la primera aproximación a las fuentes primarias de la historia a través de los álbumes fotográficos. Mientras más antiguos más fascinación me generaban. Una tarde -que no salí a jugar con mis amigos- descubrí unos anuarios de la Augusta Military Academy (Fort Defiance, Virginia, Estados Unidos) donde mi padre (Clemente Balladares Betancourt) había pasado dos años terminando su bachillerato. A ellos se sumaban un montón de fotografías de la visita que le hizo mi abuelo durante sus estudios en dicha academia (1955-57), y para mi gran sorpresa en una aparecían los dos delante de una escultura que reproducía la escena final de una de mis películas favoritas de la Segunda Guerra Mundial: Sands of Iwo Jima (Allan Dwam, 1949). Es el memorial de guerra al cuerpo de los marines que reproduce la famosa fotografía de Joe Rosenthal ganadora del primer Pulitzer y que muestra a un grupo de soldados izando la bandera de barras y estrellas en la cima del monte Suribachi de Iwo Jima el 23 de febrero de 1945.
Sands of Iwo Jima es lo que llamó Steven Spielberg “películas bélicas asépticas”, porque casi no se ve sangre ni terribles sufrimientos, mucho menos la realidad de toda guerra y más a partir de la era industrial en el sentido que tratan de evitar las escenas de fuerte violencia como desprendimiento de miembros, entre otros horrores. De niño me gustó por ser otro filme de batallas de la Segunda Guerra Mundial y por el personaje central de ficción que John Wayne interpreta: el rudo sargento John Stryker (y por el cual fue nominado por primera vez al Oscar como mejor actor), que todos odian en el entrenamiento pero que luego valoran en medio de la lucha, y cuyo sacrificio se relaciona con la imagen del izamiento de la bandera. Muchas imágenes usadas son reales y fueron tomadas del documental To the shores of Iwo Jima (1945), el cual para su realización costó la vida de 4 camarógrafos y 10 salieron heridos. En 1961 el biopic The Outsider (Delbert Mann, 1961) cuenta la vida de Ira Hayes (por Tony Curtis), uno de los seis que izaron la bandera y que era nativo americano.
La batalla de Iwo Jima (de 19 de febrero al 26 de marzo de 1945) fue la primera vez en el Frente del Pacífico que los estadounidenses sufrían más bajas que los japoneses (24.480 versus 21.000). La crudeza del enfrentamiento no es reconstruida de manera real por la cinematografía hasta que Clint Eastwood asumió el proyecto de mostrar la verdad sobre la fotografía más reproducida para su nación relativa a la Segunda Guerra Mundial (Flags of our fathers, 2006). Pero quizás la visión más terrible del combate por cada metro de sus 21 kilómetros cuadrados es representada en tan solo diez minutos del octavo episodio “Iwo Jima” de la serie The Pacific (Tom Hanks & Steven Spielberg, 2010), donde acompañamos al sargento John Basilone en su recorrido desde que desembarca el 19 de febrero, saca a unos asustados soldados de la playa y los lleva al aeródromo Motoyama, superando y anulando la resistencia japonesa en medio de un “molino de carne” y vidas, para luego caer de un balazo a tan solo dos horas de haber puesto los pies en la “isla de azufre” (recibió la Cruz de la Armada póstuma por estas acciones). Basilone, por el prestigio ganado en la Batalla de Guadalcanal (7 de agosto de 1942 al 9 de febrero de 1943) al comandar la defensa de una posición contra 3.000 japoneses durante 3 días ganó la Medalla de Honor del Congreso.
La película que logra mostrar la importancia estratégica de Iwo Jima es Letters from Iwo Jima, que es el otro filme de Clint Eastwood que realizó en paralelo con Flags of our fathers en 2006. La misma nace mientras filma la primera y se entera de la existencia de las cartas gracias al libro de 1992: General Tadamichi Kuribayashi & Kazutoshi Hando, Picture letters from the Commander in Chief y Kumiko Kakehashi, 2005, So Sad To Fall In Battle: An Account of War. Es la visión japonesa de la batalla centrada en las experiencias del general y la de un soldado que no desea seguir el patrón del “bushido” y la realización del “seppuku” cuando ya no quedan armas. La historia se inicia con la construcción del sistema de túneles ideados por el general Kuribayashi para lograr que “cada soldado japonés mate 10 estadounidenses antes de caer”, sistema que poseía más de 25 kilómetros (mayor que su superficie) y con el cual diezman a los marines. Como se repite constantemente en el guión: Iwo Jima era territorio japonés por lo que su ocupación tenía que ser infligiendo el mayor costo humano al enemigo (era un golpe moral a los nipones), y al lograr su control podría ser usada como paso previo de la invasión a la patria (desde ella saldrían los bombarderos medios y los cazas para proteger a los B-29 que pasaban por allí desde las Marianas a Tokio y otras ciudades). Otro factor fundamental para Estados Unidos fue la necesidad de tener una base intermedia donde sus B-29 podían llegar si tenían alguna emergencia, hasta el momento este era uno de los principales problemas que padecían sus tripulaciones al recorrer 2.534 kilómetros sobre el Pacífico.
Según el primer libro que leí sobre la batalla: Michael Russell, 1974, Iwo Jima (editorial San Martin), después del dominio de la isla por Estados Unidos y la retirada de la mayor parte de los marines para abril de 1945, todavía quedaban 3.000 japoneses dentro de los túneles, los cuales se fueron rindiendo hasta 1951. Del lado “americano” se había demostrado que estaban dispuestos a cualquier costo para ocupar territorio japonés y para ello contaban con el mayor poder de fuego de la historia (gracias a su armada y aviación naval), y del lado del Imperio del Sol Naciente que su espíritu de resistencia seguía inquebrantable y a mayor cercanía a sus islas más sangre le costaría al enemigo. Desde la perspectiva Aliada, cualquier hecho que pudiera acortar la guerra ahorrando vidas (especialmente estadounidenses) sería usada sin dudarlo. El haber izado la bandera en Iwo Jima no tuvo consecuencias solo para la Segunda Guerra Mundial, por ello el secretario de la marina James V. Forrestal al ver el hecho desde un buque frente a la costa dijo: “La colocación de esa bandera en el Suribachi significa un Cuerpo de Marines durante los siguientes quinientos años”.
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